Antonia había fumado por cuarenta años, sin parar. Era de dos cajetillas diarias, tenía los dientes amarillos, madre de dos, parecía preocuparle poco. Rondaba los cincuenta años.
Si fumar es la principal causa de las estadísticas, todos los números parecían condenar a Antonia. Podría ser un cáncer, un enfisema, algún infarto. Algo así de horrible. Tenía la edad, los hábitos, el estilo de vida, el paquete completo.
Y el horror le tocó a la puerta: un día cuando no podía dejar de toser decidió pararse con un doctor. Le detectaron os tumores en el pulmón derecho. Nada qué hacer. Muerte segura.
Después de lágrimas y tragedia, múltiples procedimientos, descubrieron que los tumores no eran malignos. Eran viles bolas de grasa. En los pulmones, aquellos órganos tan golpeados por sus años. Era diciembre.
Antonia no volvió a tocar un cigarro jamás. ez años después, tiene la misma probabilidad de padecer una enfermedad que cualquier no-fumador.