El escritor uruguayo Juan Carlos Onetti, muy probablemente el inventor de la novela latinoamericana moderna, vivió los últimos años de su vida en la cama. Sus amigos decían que no salía de allí porque estaba enfermo; para su esposa, la violinista Dorotea Muhr, se lo pasaba entre las sábanas por simple y llana “pereza”.

Él, por supuesto, tenía su propia versión de los hechos. En una ya mítica entrevista publicada por el diario argentino La Nación, el gran autor de Juntacadáveres desmintió a sus seres queridos y explicó los motivos de su inmovilidad voluntaria con la misma sencillez devastadora que recorre buena parte de su prosa.

De salud, dijo, estaba perfecto. Y que su ritmo de producción literaria no se hubiera interrumpido demostraba que la pereza no era lo suyo. “Entonces, ¿por qué nunca se levanta?”, le preguntó el reportero argentino. “Porque aquí es donde pasa todo lo importante”, respondió Onetti, categórico. ¿Tenía razón?

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Hoy, tal vez más que nunca, quizás convenga pensar que Onetti no estaba tan equivocado como nos quisieran hacer creer el hiperproductivismo, la fuerza de la costumbre y una idea sobrevalorada de la sociabilidad. Allá afuera hay una pandemia horrible y salir a la calle implica poner la vida en riesgo.

Arrinconados por la larga sombra de la muerte, trabajar más de la cuenta tiene algo de ridículo. Y para recordar el valor de la convivencia y ver cómo está el mundo basta darse una vuelta por las redes sociales, donde la mayoría de los usuarios discuten acerca de temas tan atrapantes como el llamado del presidente a estar a favor o en contra suyo, los parientes de Andrea Legarreta o el último video de Bárbara de Regil.

Si así es la sociedad que nos rodea, ¿para qué salir? Si no es indispensable ir a trabajar, mejor quedarnos en casa. Y si la opción del momento es vivir sin asomarse mucho más allá de lo que permiten las ventanas, ¿para qué levantarnos de la cama?

Onetti era feliz y lo sabía. Como bien dijo, en la cama ocurre “todo lo importante”. Su lección apunta a que busquemos lo que de veras es fundamental para cada uno. ¿Amar y ser amado? En la cama se puede, incluso mejor que en el Periférico o en un bar de Álvaro Obregón. ¿Crecer y desarrollarse en el trabajo, alcanzar el máximo potencial? Solo se necesita una buena conexión a internet para hacerlo sin sacarse la piyama. ¿Ser solidario y aportar algo que beneficie a la sociedad?

Las autoridades de todo el mundo, aun las más tragicómicas, insisten en que lo mejor que se puede hacer en estos días es salir poco, y hoy sabemos muy bien que de salir poco a quedarse en la cama hay un paso.

¿Vestirse y peinarse para conectarse a Zoom? ¿Calzarse los tenis y salir a correr? ¿Planear viajes o proyectos para un mundo que aún no sabemos cómo va a ser? Todo eso está muy bien y quizá valga la pena, claro, pero en el fondo no son más que excepciones a la regla Onetti. Si se puede hacer en la cama, ¿para qué intentar hacerlo en otro sitio? ¿Acaso hay alguno que de veras sea mejor?

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Como tanta gente desconcertada desde la aparición de covid-19 en nuestras vidas, yo también creí que en algún momento la vida volvería a ser más o menos como antes. Pensé, y hoy lo recuerdo con ternura, que mis problemas serían la adaptación al encierro, no aburrirme ni pasarme de preocupado y, sobre todo, no extrañar muchísimo un mundo que me hacía feliz con solo darme chance de tomar un café en una terraza, desayunar bajo el sol de la primavera o visitar a mis amigos con una botella en la mano.

Ahora me imagino en mi terraza preferida y me veo con los lentes empañados por respirar con el tapabocas puesto, nervioso porque el de al lado lo use como tapapapada y aterrado por si un estornudo ajeno derrama coronavirus sobre el libro que pretendo leer.

Lamentablemente, o no tanto, me niego a manchar así el recuerdo que tengo de una vida feliz y despreocupada. Igual que cuando se deja ir a un viejo amor, me parece que ahora se impone no intentar revivir lo que es y será hermoso mientras se mantenga en el pasado.

El presente, tal como me lo recuerdan los guantes de goma y el tapabocas que reposan en la mesa junto a la puerta de mi casa, es un mundo muy distinto. Un mundo en el que el sobrepeso, el pelo largo o la barba de seis días solo constituyen un problema si se quiere fingir que vivimos dentro de un orden ya desaparecido.

Lo de hoy, como diría Onetti, es recordar que “todo lo importante” está en la cama. Por ejemplo, la posibilidad de sentirse en paz con uno mismo. Darle prioridad a la calma. Volver a soñar. Y un día cualquiera, tal vez mañana, despertar.

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