Son casi las 7 de la mañana y a pesar de que el sol comienza a asomarse por el oriente de la capital, la penumbra obliga a los autos a circular con las luces encendidas. El baile de sombras y destellos matinal es sonorizado por un concierto de agudos cláxones. Mismos que parecen dar vida a decenas de rostros adormilados que apresuran su cansado paso para no perder su bono de puntualidad.El tráfico se empieza a gestar.

Antes de que te incorpores a la eternamente congestionada Calzada Ignacio Zaragoza, una sombra se acerca a tu auto. Se llama Israel. Trae una gorra y un cubrebocas que apenas dejan ver el brillo de sus ojos. De inmediato se pone delante de ti y comienza a guiarte para que ingreses a esta vía saturada de camiones, combis, microbuses y tráileres, que frenan y aceleran bruscamente de manera continua para no ceder ningún centímetro. Es la primera batalla del día e Israel te ayudará a ganarla.

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Entre micros, combis y tráileres

Entre un micro verde con destino a “Metro Puebla-Zaragoza” y una combi blanca con un letrero de “Aeropuerto Directo” Israel encuentra un pequeño espacio y rápidamente se para entre ambos. Pone su cuerpo como garantía para que tú pases. El chofer de la combi no piensa dejarlo y saca el clutch para avanzar. Israel no cede, se mantiene firme a pesar de que la combi está apunto de impactarlo. De pronto, el chofer frena de un jalón, unos 50 centímetros antes de arrollar a Israel. Enojado toca el claxon varias veces. Israel, con un semblante tranquilo, te indica que es tu turno para pasar. Repite esta operación cientos de veces al día.

Israel Luna tiene 35 años y dos hijos, uno de 12 y otro de siete, practica fútbol una vez por semana y le gusta la música electrónica. Toda su vida ha vivido por los rumbos del metro Peñón Viejo, cerca de Santa Martha Acatitla. Desde hace siete años trabaja agilizando el tráfico, como una especie de agente de tránsito sin placa pero con franela, en la esquina de la calle Simón Elías González y la famosa Zaragoza, cerca del metro Canal de San Juan, a tres cuadras de la frontera entre Neza e Iztapalapa, una vía que aparece pintada de verde en los mapas que mandó a hacer el Conde de Revillagigedo en 1793, pero que ahora se pinta del rojo más oscuro cada mañana en Google Maps.

Resolviendo lo que la policía de tránsito no hace

Hace algunos años, los vecinos de la zona comenzaron a quejarse porque los tráileres y camiones que se metían sobre la calle Simón Elías González, ponían en riesgo a los niños y jóvenes de las escuelas cercanas. Así que decidieron poner un altar a la Virgen de Guadalupe, sostenido por varios tambos rellenos con tierra, piedras y plantas, para reducir el espacio de la calle y así evitar el paso de vehículos pesados. Fue entonces cuando uno de sus conocidos le dijo a Israel que los vecinos necesitaban gente que les ayudara a agilizar el tráfico y a cuidar que los tráileres no pasaran por ahí.

Al principio le costó trabajo adaptarse a su nuevo empleo. A pesar de tener un chaleco luminoso que lo distinguía entre los coches, muchos vecinos lo veían como a un extraño, lo ignoraban o simplemente le gritaban: “¡Quítate, estorbo”, al mismo tiempo que le aventaban la lámina de sus coches. Tardó casi tres meses en aprenderse todos los trucos de este oficio tan necesario en una ciudad que cuenta con 5 mil policías de tránsito para cubrir más de 25 mil calles.

Todos los días, Israel se levanta a las 5 de la mañana, sale de su casa media hora más tarde y llega antes de las 6 al punto donde ha pasado sus mañanas los últimos siete años. Deja encargadas sus cosas en la gasolinera de al lado, se acomoda su cubrebocas y comienza a trabajar como policía de tránsito. Pasa cuatro horas entre mentadas de madre, amenazas de ser atropellado y el ensordecedor ruido de miles de motores. Todo a cambio de 150 pesos diarios, cerca de 4 mil pesos al mes, bastante útiles en estos días de gastos por el regreso a clases.

Auxilio y soporte vial

A las 10 de la mañana el sol se intensifica en la Zaragoza, pero el tráfico baja un poco. Los conductores ya no necesitan que alguien les abra paso, pueden hacerlo solos. Israel toma sus cosas y se va rumbo al metro Pantitlán a su segundo empleo. Trabaja de soldador en una empresa de muebles. Ahí pasa cerca de nueve horas. A las siete de la noche termina su doble jornada laboral, regresa a su casa 15 horas después de haber salido.

— Nosotros lo hacemos por ganar unas monedas y por el gusto de ayudar a la gente.

— ¿Ayudar a la gente?

— Sí, pues agilizamos el tráfico, pintamos las banquetas de la calle, destapamos algunas coladeras, le damos mantenimiento al altar de la virgen y auxiliamos a los vecinos cuando les chocan sus autos. También le ayudo a las señoras de la tercera edad o a los invidentes para que tomen su transporte, busco las combis con menos pasaje para que vayan más cómodos.

— ¿Qué es lo más riesgoso de tu trabajo?

— Ponerse delante de los coches, porque muchas veces no se detienen, es peligroso porque no sabes las intenciones del chofer o algunos vienen adormilados.

Mira acá: ¿Cómo reducir hasta 40% el tráfico de la CDMX? Esto dice la UNAM

Curar el tráfico: un oficio de alto riesgo

Para Israel es común ver accidentes casi todos los días. Hace tiempo un camión aventó a uno de sus compañeros y le rompió la pierna, el conductor escapó. Luego, a otro que trabaja en la siguiente esquina le fracturaron la mano, pero lograron detener al chofer y se tuvo que hacer responsable de los gastos médicos. Después, en esa misma calle, una camioneta se estampó con una barda y la tiró junto con los teléfonos públicos. Hace no mucho chocó en el altar de la virgen un conductor que venía dormido. Hoy un auto atropelló a una señora que se cruzó sin mirar para tomar su combi.

Pero además de los accidentes, también le ha tocado presenciar asaltos al transporte público que circula por la zona y detener, junto con sus compañeros, a algunos delincuentes. O, también, auxiliar a las víctimas que buscan desesperadas una patrulla o que requieren una ambulancia para salir del estado de shock producido por los nervios.

Israel planea seguir aquí hasta donde la vida, o las obras viales proyectadas como el segundo piso de la Zaragoza, se lo permitan. A pesar de que a veces la policía no lo deja trabajar, de los cambios de clima que en ocasiones provocan que los autos lo salpiquen de agua y del estrés que genera trabajar entre miles de apresurados conductores coléricos, él se siente satisfecho por formar parte de una comunidad de vecinos que reconocen su trabajo y le agradecen todos los días con una moneda, una fruta o una sonrisa que no afecta su economía.

Antes de que te vayas: Oríllate a la orilla y checa la convocatoria para ser policía