Hace poco más de un año, el argentino Patricio Pron se unió al selecto grupo de galardonados con el Premio Alfaguara de Novela gracias al libro Mañana tendremos otros nombres, una historia sobre el desamor en la era de internet y las redes sociales. Y esta es una entrevista sobre el germen que dio origen a la trama, el proceso detrás de ella, la intervención de la tecnología en el amor y los premios literarios.

¿De dónde surgió la idea para escribir Mañana tendremos otros nombres?

De donde surgen siempre los libros: de muchas lecturas, de conversaciones con amigos, de la observación de los comportamientos. Un día pensé que es muy extraño que hayamos cedido la gestión de nuestras relaciones amorosas a un algoritmo, que supuestamente sabe mejor que nosotros a quién debemos amar y cómo, y me propuse tratar de entender por qué lo hemos hecho.

¿Cómo fue el proceso?

Fue un proceso relativamente largo, pero muy placentero, de leer ensayos, estadísticas, libros de sociólogos y de expertos en tecnología, etcétera, y de preguntar a amigos y a amigas por sus propias experiencias amorosas recientes: casi todas las que se cuentan en el libro son reales.

¿Por qué decidiste dejar sin nombres a los protagonistas del libro?

Lo hice para que el lector (o la lectora) pudieran identificarse más fácilmente con ellos: Mañana tendremos otros nombres es un libro para habitar, y quizás, si los personajes tenían nombres, el lector pensara que no tiene espacio en esta historia.

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Ella toma la decisión de terminar la relación sin una aparente justificación. ¿Nos gusta sufrir sin sentido?

A algunas personas sí, por supuesto. Pero, sobre todo, somos víctimas de una insatisfacción que no podemos identificar ni remediar, y a la que Ella sucumbe al comienzo del libro. La historia que cuenta Mañana tendremos otros nombres es la de cómo Ella y Él se las arreglan para dejar de estar insatisfechos y para devolverle el sentido a la experiencia de vivir en una ciudad moderna en la actualidad y de enfrentarse a los muchos problemas que la ciudad tiene.

Aparentemente, hemos “avanzado” casi en todo, pero en lo que se refiere al amor parecemos padecer exactamente los mismos problemas que hace 500 años. ¿Por qué somos incapaces de aprender y hacerlo “más fácil”?

Quizás porque el amor no sea algo que tenemos que hacer “más fácil” sino “mejor”: un acto de libertad, con todas las contradicciones y los problemas que surgen cuando tenemos que tomar decisiones y hacernos responsables de ellas.

Según tú, ¿qué dice de nuestra generación el tipo de relaciones amorosas que establecemos?

No estoy seguro de que las experiencias amorosas de tantas personas se puedan resumir en un retrato robot de la generación a la que pertenecen, aunque algunos sociólogos se esfuercen por hacerlo. De hecho, en Mañana tendremos otros nombres, los personajes tienen relaciones amorosas muy distintas, sin que haya nada (o muy poco) en común entre ellas. Más que dar “una” respuesta a esta pregunta, la novela sugiere la posibilidad de que haya muchas respuestas a la pregunta, tantas como personas hay en este momento explorando la relación tan estrecha que existe entre experiencia amorosa, economía, tecnología, urbanismo, migración, arquitectura, cultura, etcétera.

Uno de los personajes (A.) dice que “una de cada dos parejas se conoce por internet”. ¿Por qué decidimos meter a la tecnología en algo tan humano?

Porque tenemos miedo del otro, de la posibilidad de que ese otro (u otra) nos haga daño o nos impida continuar con la vida que tenemos. Y sin embargo, es evidente que la experiencia amorosa produce exactamente eso: interrumpe la vida que tenemos, la modifica sustancialmente y, en ocasiones, nos hace daño. No hay manera de enamorarse sin que estas cosas sucedan. Al mismo tiempo, existe el mito (erróneo) de que la tecnología tendría como función resolver problemas, de manera que muchas personas se arrojan en brazos de ella para que resuelva los suyos, creando, sin embargo, problemas nuevos, algunos de los cuales son bastante peores que los que supuestamente la tecnología venía a solucionar.

¿Aspiramos a un final feliz porque sabemos que es casi imposible de alcanzar?

Yo creo que sí es posible llegar a un “final feliz” en una relación amorosa, pero me interesan poco los finales. El “final feliz” de una relación es que no termine, o que termine sólo cuando sus miembros lo decidan.

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¿Cambió en algo tu forma de trabajo después de ganar el Premio Alfaguara?

Sí. Tuve que aprender a trabajar en sitios en los que no solía trabajar antes, como habitaciones de hotel, trenes, aviones, aeropuertos. Fue una experiencia que agradezco mucho porque me gusta aprender cosas nuevas, e hizo posible los libros futuros, en los que trabajo en este momento.

Como lector y como escritor, ¿para qué crees que sirven los premios literarios?

En mi opinión, los premios deberían servir para conocer nuevas voces. Mis primeros libros fueron publicados gracias a premios que se les concedieron, y, cuando me ha tocado ser jurado de ellos, yo mismo he tratado de premiar libros de nuevos autores: quizás no fueran los mejores que teníamos en las manos los jurados, pero eran los que debíamos premiar porque ampliaban el número y la diversidad de voces literarias de las que disfrutamos los lectores. No todos los premios cumplen esa función, sin embargo, y quizás no haya que esperar que la cumpla un premio como el Alfaguara… Pero, en líneas generales, y como decía, los premios, en mi opinión, deberían descubrirnos nuevas voces, excepto los premios institucionales como el Premio Nacional, el Premio Cervantes, etcétera, que vienen a distinguir una trayectoria.

¿Cuál es tu Premio Alfaguara favorito y quién crees que lo merece y no lo ha recibido?

Bueno, no he leído todos los libros premiados, así que no me atrevo a responder tu pregunta. Pero disfruté mucho de los de Sergio Ramírez, Elena Poniatowska, Juan Gabriel Vásquez y Ray Loriga que obtuvieron el Premio y que sí leí. Por otro lado, tengo decenas de “autores favoritos” y cualquiera de ellos podría obtener el Premio, aunque éste no distingue a un autor sino a su libro. Y espero con mucho interés el de Guillermo Arriaga, que obtuvo el Premio este año y es un narrador excepcional.