El pasado 17 de marzo cerró, tras 30 días de permanecer abierto al interior de la galería Kurimanzutto, el Oroxxo, la tienda de conveniencia instalada en la semana del arte por Gabriel Orozco.

Los huevos y el vodka estuvieron entre los productos intervenidos por el artista que más se vendieron. En ambos casos se vendieron las series completas, es decir, hubo quien pagó 15 mil dólares por los segundos objetos de sus series de 10 –los primeros, tasados en 30 mil dólares, quedaron en la colección del artista– y quien pudo llevarse las últimas piezas de las series en 50 dólares.

Con su polémica pieza –una que nos convirtió a todos en Avelinas en mayor o menor medida–, Orozco buscaba hacer confluir y colapsar en un mismo espacio físico dos sistemas, según contó a principios de febrero al New York Times: el del mercado del arte, ligado a la exclusividad y los altos precios, y el del mercado de consumo, que tiene que ver con distribución masiva y bajos precios. «Estoy interesado en la turbulencia que eso crea», dijo en aquella ocasión.

Y vaya que creó una turbulencia. Su expo tuvo una convocatoria récord para una galería de arte contemporáneo en México: 300 personas en promedio visitaron la muestra, e incluso hubo un día en que mil 300 personas se dieron cita en el Oroxxo. En total, nueve mil personas visitaron “el Oxxo de Orozco”, entre ellas 12 visitantes que, impulsados por la inconformidad, el desasosiego o el fanatismo, se convirtieron en ladrones.

Fueron robadas 12 de las 300 piezas que llevaban stickers con los semicírculos y cuartos de círculo en rojo, dorado, blanco y azul que reproducen las figuras geométricas de las pinturas abstractas de Orozco.

«Era bastante predecible que las cosas podrían perderse o ser robadas», se asienta en el comunicado que dio a conocer la galería al final de la muestra. «Se instalaron cámaras de seguridad para tener registro y se estipuló que ni el equipo de trabajo del Oxxo ni el del Oroxxo iban a hacer nada al respecto más que reponer las pérdidas».

En el video quedó registrada tanto aquella artista que cobró notoriedad por robarse un whiskas que las demás personas devenidas delincuentes, que resultaron ser visitantes habituales de la galería.

Los objetos robados carecen de valor –más allá del que pudieran haber tenido en cualquier Oxxo– porque el holograma necesario para autentificarlas y numerarlas sería puesto una vez vendidas.