Celebrada por lectoras y lectores de todo el mundo, y ganadora del Premio Herralde de Novela 2019 y del Premio de la Crítica 2019, Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez, es una escalofriante novela de terror de casi 700 páginas que resulta imposible de soltar.

El libro, ambientado entre 1960 y 1997, arranca narrando la historia de Juan y Gaspar, padre e hijo, quienes recorren las carreteras de Argentina huyendo de una sociedad secreta. Ambos comparten un terrible don: son capaces de comunicarse con los muertos, pero el pequeño aún no lo sabe bien.

Tras escribir un par de volúmenes de cuentos, así como una novela breve y algunos textos de no ficción, Enríquez escribió esta historia con el firme deseo de sumergirse en ese mundo y obsesionarse con los personajes. “Yo tenía ganas de escribir una novela de género, de terror, que tuviese mucho realismo y estuviese muy basada en los personajes. Empezó con una idea más bien de corte ocultista. Empecé pensando en la Orden, la secta. Y después salió el libro de cuentos, Las cosas que perdimos en el fuego, y le fue bastante bien, así que estuve haciendo prensa y se cortó el impulso inicial de la novela, y lo volví a retomar entre fines de 2017 y 2018, y ahí sí empecé a escribir con mucha continuidad. La escritura fuerte fue a finales de 2018 y principios de 2019”, cuenta la argentina en entrevista.

Con casi 700 páginas, se trata de tu novela más extensa hasta la fecha, y llegó, además, tras varios años de no publicar bajo este género. ¿Qué retos supuso su estructura?

La estructura fue una de las primeras cosas que tuve clara. No la trama. En el sentido de que quería que fuesen partes, y que cada una fuese bastante diferente en cuanto a puntos de vista, en cuanto tipo de horror, sobre todo. La primera es una especie de road movie que tiene mucho de santoral pagano y de religiosidad popular local, de la Argentina y de esa región en particular, que es el litoral, la frontera con Brasil y Paraguay, y termina con una escena muy lovecraftiana y de horror folk. Después quería una segunda parte más Stephen King, pero con una cruza con una extrapolación de un cuento mío, eso fue más tarde. Después estaba la parte que yo pensaba más como una novela victoriana, creía que iba a ser con cartas, y terminó siendo en primera persona de uno de los personajes y transcurre sobre todo en Inglaterra, y el final que quería que fuese como una novela iniciática y que quería que terminara como al principio. Todo esto lo estoy simplificando muchísimo ahora, pero se construyó mucho durante el armado, como, por ejemplo, el momento en el que hay una falsa crónica periodística, que fue una decisión del momento, porque un poco la historia lo requería.

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Quizás una de las relaciones más inmediatas que un lector podría establecer entre Nuestra parte de noche y otros libros sería con La carretera, de Cormac McCarthy. Pero me gustaría preguntarte qué influencias (libros/películas/escritores/álbumes de música) vinculas tú con esta novela.

Son muchísimas. No todas son literarias. Hay un poco de Cumbres borrascosas, hay un poco de cierto Stephen King, el de It y El cuerpo. Hay mucho de la mitología del rock de los años 60 y las historias del rock de los años 60. Hay muchísimo de religiosidad popular y santoral pagano argentino en particular, pero diría sudamericano en general, y narraciones y cuentos que tienen que ver con eso. Hay bastante de magia ceremonial, magia del caos. Hay bastante influencia desde Aleister Crowley, Alan Moore, John Dee. Hay mucha influencia de la medicina, por ejemplo, no necesariamente son todas influencias literarias.

¿Cómo es tu relación con la literatura de terror? ¿Cuándo y cómo empezó tu interés hacia ella?

Es una relación de lectora y de fan. Empecé a leer siendo bastante chica lo clásico. Pero lo que sucede también es que, en el Río de la Plata, en Buenos Aires, hay muchísimos escritores que exploraron lo fantástico y que en algunos casos se rozaron con el terror, y que son escritores como Cortázar y Borges, que se leen en la escuela. Entonces creo que es una relación bastante cercana en ese sentido. Cuentos de terror de Ray Bradbury, sobre todo, yo nunca fui muy fan de Poe, lo leí y me gustaba. Lo mismo con Lovecraft, no soy fan, pero lo leía y me gustaba. Me gustaba mucho más Otra vuelta de tuerca, de Henry James, o esos textos. Cuentos de fantasmas, muchísimas recopilaciones de cuentos de fantasmas y mitologías que tienen su lado oscuro. Eso muy chica, como niña. Y después, más grande, una vez que conocí a Stephen King, Shirley Jackson y Clive Barker, que para mí fueron escritores muy importantes, hubo ya una necesidad de investigar el género, enterarme más o menos de qué se está escribiendo, leer mucho, tener mucha idea de escritores de terror contemporáneos. Mi relación es eso: una relación de toda la vida de lectora y de muchísimo interés literario.

¿Crees en los fantasmas? ¿Qué es lo que más te interesa de lo sobrenatural?

No necesariamente creo en los fantasmas. El terror tampoco tiene que ver exclusivamente con lo sobrenatural. Uno puede pensar una historia de asesinos seriales o una masacre como una historia de terror. El terror no me parece exclusivamente relacionado con lo sobrenatural. Mi relación con lo sobrenatural es puramente estética. Es algo que me gusta, me parece un área de la imaginación que es muy interesante, que tiene que ver con nuestros miedos, que tiene que ver con cosas atávicas.

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¿Por qué crees que hay quienes consideran a la literatura de terror como un género “menor”?

Creo sinceramente que hay que dejar de decir eso con los géneros. Pienso que, originalmente, hace mucho tiempo, lo que pasaba con el terror, y también con la ciencia ficción, es que eran géneros pensados casi exclusivamente para entretenimiento y para evasión. Eran escrituras que no tenían demasiado desarrollo o interés estilístico, entonces eso las marcó en ese sentido. Pero eso cambió hace muchos años, en los 60. Entonces me parece que seguir diciendo que es una literatura menor es de alguna manera aferrarse a un paradigma que ya cambió, definitivamente, con un montón de escritores que pasan de eso. E insisto, hace bastante ya. Me parece que incluso ese mote impidió que se leyera a muchísima gente muy valiosa por insistir en ponerlos en ese lugar, y mientras tanto Henry James escribía cuentos de fantasmas en el siglo XIX, y Dickens. En todo caso, si eso sigue, supongo que es porque no se le está leyendo bien.

¿Cuál es tu opinión sobre el estado actual de la literatura de terror y ciencia ficción —tradicionalmente unidas con el mundo anglosajón— en Latinoamérica?

Creo que en América Latina el terror, la ciencia ficción y el fantástico también están creciendo. Hay muchísimos escritores, pero ya no sólo de mi generación. Está Charlie Feiling antes que yo, Samanta Schwebling, Mónia Ojeda, María Fernanda Ampuero, Bernardo Esquinca, Liliana Colanzi. Creo que hay toda una generación de escritores que están trabajando en el terror y sus aledaños con muchísima más facilidad y con textos muy interesantes en este momento. Por supuesto, la tradición es anglosajona, pero bueno, en 2020 ya leímos a esos autores, ya los tradujimos, ya entendimos cómo incorporarlos a nuestra tradición, me parece, y es lo que está sucediendo.

Entre líneas, a lo largo de la novela, parece asomarse una pregunta: ¿es justo (no sé si es la palabra correcta) traer a un ser vivo a un mundo como este? ¿Te lo planteaste así? ¿Tú qué piensas al respecto?

Sí, en el libro el tema de la herencia es muy importante. Creo que el libro es una larga pregunta sobre la identidad y sobre la herencia, y sobre qué significa traer a una persona al mundo. Yo no tengo hijos, nunca quise tener, pero esa decisión, más allá de que me deja muy tranquila y de que siempre fue así, nunca cambió, y no me enrolla para nada, no me parece una decisión frívola, me parece una decisión digna de explorar y de pensar en eso. Por eso creo que elegí el par padre-hijo, que es mucho más clásico. Quería alejarlo de la maternidad y de la cuestión femenina, y pensarlo con una distancia en la que no tuviera que involucrar una relación sobre mi cuerpo. Sobre todo, la herencia sucede entre Juan y Gaspar, que es quien va a dejarle algo a su hijo. Y en el fondo gira en torno a sobre si podemos cortar esa línea.

Otro de los temas que toca la historia es la herencia. Gaspar tiene un don o una maldición, según se quiera ver, que él no escogió. ¿Somos lo que otros (nuestros padres, nuestra familia, nuestros amigos…) deciden que seamos o podemos emprender nuestro propio camino?

Yo no lo sé. Me lo pregunto y creo que la novela un poco fue tratar de pensar sobre eso. Yo no creo que la literatura pueda responder nada, pero sí puede explorar y puede hacerse la pregunta.

Gracias a Nuestra parte de noche te convertiste en la primera argentina en conseguir el Premio Herralde. ¿Tiene algún significado especial este hecho y este reconocimiento para ti?

Ganar cualquier premio siempre es muy grato. Es muy difícil pensar en uno mismo en esos términos, como a uno lo pueden pensar desde afuera. Es decir, una puede sentirse contenta de la gratificación, pero pensar en los términos “soy la primera argentina”, no; mi subjetividad no pasa por ahí. Y no puedo pensar en mí misma así, en términos de hitos. Eso lo hace otra gente. Yo vivo mi vida de una manera muchísimo más normal, más natural. Es un premio que me gustó mucho ganar, es una novela que me gusta, y que me gusta que la hayan premiado. Lo demás, como el ser primero, y las cuestiones de ese tipo, pasan más por los demás, que lo que puede pasar por uno.

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¿Estás trabajando en algún libro nuevo?

No estoy trabajando en nada en este momento en particular. Osea, sí, estoy trabajando en un montón de cosas y en nada en específico. No estoy escribiendo una novela, ni un libro de cuentos, ni nada, pero estoy escribiendo textos variopintos, por aquí y por allá, y veremos en qué desembocan.

Nuestra parte de noche, Mariana Enríquez, Anagrama, Barcelona, 667 páginas