Editado a finales de 2019, y ahora disponible en las librerías mexicanas, Diez planetas es el nuevo libro de cuentos de Yuri Herrera, quien regresa a la ficción tras la publicación de El incendio de la mina El Bordo. Escrito en su mayoría a la par de este trabajo de no ficción (“Entera” es la única historia que fue escrita antes, para una revista que el propio Herrera fundó, llamada el perro) y compuesto por 21 relatos breves, se trata de mucho más que una decena de astros flotando y más bien parece todo un universo en expansión.

“Cuando comencé pensé que esto iba a ser algo mucho más orgánico. Que los cuentos iban a tener mucha más relación entre ellos. No al punto de que fuera a convertirse en una novela, pero sí que habría vasos comunicantes más claros. Yo creo que todavía hay vasos comunicantes ahí. Hay por lo menos dos pares de cuentos en los que hay personajes que reaparecen, y hay algo que para mí es una cosa que permaneció del proyecto original, que es la comprensión de que hay un arco narrativo que se puede entender dentro de tres períodos: el abandono de la Tierra, la exploración del universo y el intentar instalarse o adaptarse a otras partes del universo. Eso creo que todavía está ahí, aunque no está desarrollado de esa manera, cronológica, si no con prolepsis y analepsis, con saltos en distintos modos. Y luego también hay una serie de cuentos más breves que para mí funcionan como engranes un poco. Que de algún modo subrayan algo, enfatizan, pero que no necesariamente responden a la misma lógica de los demás. Pero los libros que uno escribe muy rara vez se parecen a cómo se planean”, explica el autor en entrevista.

Quizás, si se revisa la bibliografía de Herrera, resulta un poco extraño imaginar al autor de Los trabajos del reino escribiendo historias de ciencia ficción, pero se trata de un género muy importante para él y que siempre ha estado presente en su vida. Y es que, para él, “hay una cierta actitud frente al mundo, de cómo mirar la realidad, de cómo jugar con la lengua, que para mí tiene como una de sus fuentes la ciencia ficción, y eso es algo que nunca voy a abandonar”.

Y a pesar de que el volumen tiene tan solo 129 páginas y la mayoría de los relatos no tiene más de cinco páginas, cada una de las historias incluidas en Diez planetas no carece de profundidad, al grado de que quien se anime a internarse en el libro, puede dialogar con los personajes y con sus ideas. Esto, quizás, tiene un poco que ver con la idea de Yuri Herrera de que la literatura no tiene un solo objetivo: “Me parece que la literatura se adapta a distintas cosas. La literatura crea sentido y no es el mismo para cada persona. La literatura te ofrece algo para crear sentido, pero no es algo envuelto, rígido y terminado, sino que eso es una cosa que cada lector tiene que determinar. En todo caso, a mí me parece que la literatura no da soluciones, sino que de algún modo plantea problemas, y que esa es la cosa más importante que puede tomar un lector: que se convierte en un ciudadano crítico a partir de múltiples lecturas. Y esto podría sonar solemne, pero lo que yo creo es que parte de esas herramientas pueden ser el gozo, la ironía, el humor, o incluso la lírica. Es decir, no es nada más que tenga que ser un discurso explícitamente político o filosófico, o una herramienta de la teoría crítica; la literatura ofrece distintas maneras de reconstruir nuestra subjetividad que nos pueden servir para reflexionar sobre nuestro mundo”.

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¿Cuál es tu relato favorito del libro y por qué?

En general es un libro al que le tengo mucho cariño. Es un proyecto específico para el que sí quise hacer toda una serie de cuentos que cayera dentro de los géneros de literatura especulativa, ciencia ficción y fantasía porque es algo que me divierte y además me mantiene activa la mirada escribir este tipo de cuentos. Es como un tipo de libertad diferente a la que ofrecen otros tipos de escritura. En general, yo le tengo cariño a todo el libro, pero probablemente el que es más especial para mí, que fue el último cuento que escribí, es “El arte de los monstruos”, por distintas razones. Por un lado, es el último cuento que escribí y se lo mandé a mi editor, Julián Rodríguez, más o menos una semana antes de que muriera. Lo leyó y me dijo que le había gustado mucho y dónde pensaba él que debería de ir dentro del libro, que es donde va, y esa fue la última comunicación que tuvimos. Y eso es algo que es importante para mí. Por otro lado, ese cuento también me gusta porque ahí hago una de las cosas que más me gusta hacer, que es literalizar un problema, y que yo había estado pensando en este tema desde hace tiempo, y lo sigo haciendo, que es la relación de la gente que gusta de la literatura, que gusta de las artes, y que siente un conflicto a la hora de conocer el tipo de individuos que son quienes han hecho esa literatura o esa música o esa pintura. Y creo que no hay una solución fácil. Así que yo pensaba que no se trata de simplemente obviar o negar los hechos de que algunos artistas son monstruos, sino pensar que, inclusive, esa parte de la humanidad es una que necesitamos mirar de frente y que el arte es una de esas cosas que nos ayuda a conocer esta otra parte de nosotros mismos.

¿Cuál y cómo es tu relación con la ciencia ficción? Leí que desde pequeño es un género que te atrae mucho.

Es una cosa a la que regreso todo el tiempo. No soy un militante de ningún género o de ningún movimiento. Soy, en ese sentido, un lector muy desordenado. Siempre estoy leyendo varios libros al mismo tiempo. Los tengo en distintos lugares de la casa y acudo a ellos a distintas horas del día. Casi siempre tengo algún libro de poesía, alguna novela policiaca, algún libro de ciencia ficción y algún otro libro que requiero para el trabajo; entonces tengo autores, autoras que para mí son muy importantes y a los que he regresado una y otra vez, pero también trato de leer cosas nuevas. Ahora, el campo es tan amplio que ya no puede uno seguirle la pista a todo lo que está pasando. Sobre todo tengo amigas que me recomiendan algunas cosas, y yo trato de seguirlas. Pero tal vez yo fui ya marcado hace tiempo por algunos autores a los que vuelvo permanentemente, como Ursula K. Le Guin, Boris Vian (aunque no es ciencia ficción, pero para mí es parte de un mismo eco, comparte una poética con la ciencia ficción), Clifford D. Simak. Pero más allá de estos autores a los que regreso y de nuevos libros que leo, hay una actitud presente en el género que a mí me gusta mucho y que trato de que sea parte de mi oficio.

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¿Crees que hay vida en otros planetas?

Sin duda que hay. Eso me parece que, a estas alturas de la vida, ya nadie lo cuestiona; tan solo en términos de probabilidad sería más difícil que no existiera vida en otros planetas. Lo que me parece altamente improbable es que la hayamos conocido o la vayamos a conocer por la misma razón, una razón de distancia y una razón de caducidad de la vida inteligente. Pero, como con tantas otras cosas, y eso es lo apasionante cuando te pones a pensar en el tamaño y la complejidad del universo, todas nuestras respuestas a este respecto son provisionales y en una de esas va a resultar que las salamandras son los extraterrestres y que van y vienen y simplemente no les importa lo que opinemos de ellas.

Algunos relatos tocan el tema del egocentrismo de la humanidad. ¿Por qué crees que nos cuesta tanto trabajo aceptar que, para el universo, somos pequeños e insignificantes?

Lo aceptamos de dientes para afuera y aceptamos que puede haber alguna cosa mayor ahí; para algunos es Dios, para otros son los multiversos. Pero el asunto es cómo pasamos de aceptarlo de manera abstracta a que se convierta en una parte operativa de nuestra vida. Que se convierta en un elemento de cómo nos relacionamos con el medio ambiente, de cómo nos relacionamos con todos los seres vivos, de cómo nos relacionamos entre nosotros. Creo que a pesar de que hace mucho mucho tiempo que sabemos que no estamos en el centro del universo, ese es un conocimiento meramente académico y no interiorizado. Seguimos comportándonos como si todo estuviera hecho en función de nosotros. Como si los otros planetas existieran nada más para nuestro servicio; como si todo el resto de la naturaleza, los animales, los ríos, estuvieran ahí para complacer nuestras fantasías y nuestras supersticiones de productivismo.

El uso de la lengua es un tema recurrente en tu obra (como sucede en Los trabajos del reino y La transmigración de los cuerpos), y en este libro también se toca el tema. ¿Crees que su uso está cada vez más subestimado y que nos hemos estancado en ciertas palabras o expresiones?

No. Nunca va a faltar gente que quiera fiscalizar cómo hablas. A veces desde las academias, a veces desde ciertas formas conservadoras de activismo que pretenden homogeneizar cómo hablamos. Pero eso, por fortuna, es imposible. Aun en los regímenes más totalitarios es algo que no se ha podido hacer, porque la lengua está siempre respondiendo a un mundo en constante movimiento. Ahora, creo que a veces nos puede parecer eso porque lo que tenemos es un exceso de información muy mal digerida, y da la impresión, cuando entras a las redes sociales, de que todo mundo habla igual, y de que la originalidad y la diversidad se han convertido en productos prefabricados, y que tú eres original en la medida en que las redes sociales y la gente a la que sigues en ellas te ofrecen unas cuantas opciones prestablecidas. Pero el mundo va más allá de eso y creo que esa es una de las cosas buenas de la literatura: que no tiene por qué limitarse a lo que indiquen los diccionarios o los institutos de enseñanza o la publicidad o quien sea que quiera fiscalizarla. Sí hay espacios en donde parece que todo mundo habla igual, pero es tan sencillo como mirar en otra dirección. A veces, esta idea del “fear of missing out” que existe en las redes sociales, este miedo a perderte lo que está sucediendo, es parte de creer que está sucediendo algo y tenemos que estar al tanto y tenemos que estar discutiendo lo mismo. Pero no, tenemos derecho a ocuparnos de otras cosas y tenemos derecho a hablar de otra manera.

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La soledad es otro de los temas centrales y me parece que lo tocas de una forma muy acertada. ¿Por qué decidiste escribir sobre eso?

No decido nunca los temas en función de una agenda. Más bien los temas se van imponiendo conforme tú vas deambulando por la vida. Yo voy tomando notas sin saber a dónde me están dirigiendo, pero esos apuntes son un reflejo de lo que me está sucediendo. Cuando las empiezo a ordenar y a jerarquizar, me doy cuenta de que hay cosas a las que siempre regreso, hay temas que están en los otros libros, hay temas que responden más bien a cosas que me han pasado recientemente. Y la soledad no es un tema nuevo para mí. Creo que siempre he sido algo antisocial y viviendo estos últimos años en el extranjero creo que eso se me ha agudizado. Entonces hay muy distintas formas de estar solo. Hay una soledad que puede ser liberadora, pero también hay una soledad que, sin ser dramática, puede ser agotadora.

En un mundo controlado por personajes grises y, aparentemente, sin imaginación, ¿la imaginación es la mejor forma de rebelarse y encontrar un poco de aire?

Sí, es decir, siempre va a haber gente que te diga qué es posible y qué no es posible, y cuál es tu lugar en el mundo en función de eso. Durante mucho tiempo fue la religión, las instituciones religiosas, las iglesias, siempre han tenido una lengua secreta que tú no entiendes, a la que no puedes acceder, y por eso tú no puedes cuestionar los principios morales que se te imponen. Por mucho tiempo han sido las instituciones financieras, que nos dicen que tú no sabes de economía, que tú no entiendes cómo funciona el mundo, que por eso no puedes opinar, y que tienes que esperar a que los millonarios tengan alguna derrama económica que eventualmente te toque a ti. Y una y otra vez nos encontramos con ese tipo de cosas. Y aquí es donde surgen las personas que, por una parte, están muy conscientes de lo que les está sucediendo, pero también son capaces de combinarlo con una imaginación que va más allá de lo que está ocurriendo. Por ejemplo, lo que está sucediendo en México, donde la única oposición con legitimidad moral y con imaginación que existe es la de los distintos grupos feministas dialogando y combatiendo con la consciencia de una situación insoportable, imperdonable, y, al mismo tiempo, con la confianza de que es posible construir cosas diferentes, y que hay distintas vías para hacerlo, y que mientras eso no cambie es legítimo explorar la diversidad de vías que existen para ello.

Parece que una de las invitaciones que haces al lector, curiosamente a partir de un libro sobre otros planetas y otros seres, es descubrir algo mucho más profundo en lo cotidiano. ¿Por qué crees que la mayor parte del tiempo estamos deseando lo que no tenemos o pensando en lo que hay afuera, en lugar de voltear hacia lo que somos y tenemos?

Creo que esas dos cosas no son antitéticas. Es decir, una manera de pensar en lo que tenemos es también pensar para qué lo queremos. Creo que entender lo que somos y apreciar lo que tenemos no se trata de nada más quedarse estacionado en eso; también tiene que ver con utilizar eso para imaginarnos en otros lugares, en otras circunstancias. Y el arte sirve para hacer eso, para simbolizar, para pensarte en otras circunstancias. Alguien diría que muchas formas artísticas pueden terminar sirviendo para justificar una especie de autoengaño, pero a mí me parece que esa es una visión muy limitada de lo que hace el arte. Nuestra vida siempre significa algo más que lo que es medible, algo más que esto que lo que puedes tocar en este momento, algo más que esta miseria o este gozo que puedes estar viviendo en este momento. Siempre está generando otras cosas. Y la literatura nos permite dimensionar esos significados que exceden nuestro presente. Entonces está bien estar conscientes de nuestras limitaciones y de quienes nos limitan y de nuestros problemas, pero al mismo tiempo no ser rehenes de nuestras circunstancias inmediatas.

Diez planetas, Yuri Herrera, Periférica, Cáceres, 129 páginas