Ha inspirado a un sinfín de músicos, poetas y artistas de todos los tiempos. Sí, nos referimos a la luna, el satélite natural que ilumina nuestras noches y ha dado origen a numerosos mitos en el mundo. ¿Quieres saber qué pensaban nuestros antepasados sobre su origen? Aquí te compartimos algunas leyendas mexicas de la luna.

4 leyendas mexicas de la Luna

Aunque la mayoría de las historias del Valle de México incluyen la presencia de un tierno e inocente conejo lunar, existen otras versiones más peculiares y sangrientas. ¿Has escuchado sobre la olla de pulque, o bien, del desmembramiento de una diosa? Checa estas cuatro leyendas y sorpréndete con los orígenes prehispánicos de este cuerpo celeste.

Quetzalcóatl y el conejo de la luna

Hace mucho tiempo, el dios Quetzalcóatl decidió tomar la forma humana para viajar a través del mundo. Tras abandonar su apariencia de serpiente emplumada, caminó durante una jornada completa hasta que llegó la noche y sintió la fatiga de su cuerpo.

Poco a poco comenzaron a asomarse las estrellas en el cielo hasta que, finalmente, apareció la luna con todo su esplendor en medio de la noche. Ante este espectáculo, Quetzalcóatl decidió detenerse a descansar; en ese momento, apareció ante su vista un conejillo que había salido a cenar.

Al percatarse de la fatiga del dios, el pequeño animal decidió compartir sus alimentos. Sin embargo, Quetzalcóatl se rehusó a aceptarlos, ya que no deseaba quitarle la comida a otro ser vivo. Entonces el conejo le dijo: “Solo soy una pequeña e insignificante criatura; si lo deseas, puedes tomarme como alimento para que no desfallezcas”.

Estas palabras conmovieron al dios; por ello, tomó al animal en sus manos, lo acarició y lo elevó hacia el cielo. Los brazos de Quetzalcóatl se extendieron ampliamente por las alturas hasta que la silueta del conejito quedó dibujada en la luna; de esta forma, permanece en el firmamento su forma como un recordatorio perenne de su bondad.

Coyolxauhqui, la guerrera que se convirtió en la Luna

De acuerdo con la mitología mexica, Coyolxauhqui fue diosa de la luna y hermana de las estrellas del sur, conocidas como Centzon Huitznáhuac. Todas estas deidades tenían como madre a la diosa Coatlicue, quien dio origen a la siguiente y sangrienta historia.

Hace muchos siglos, la diosa madre se encontraba barriendo en el cerro de Coatepec. Repentinamente cayó del cielo un hermoso plumaje hasta sus pies; Coatlicue lo tomó en sus manos sin dudar y lo acercó a su seno. En ese mismo instante, la diosa madre quedó embarazada de Huitzilopochtli, dios del sol y de la guerra.

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Cuando Coyolxauhqui se enteró del inexplicable embarazo de su madre, se enfureció a tal punto que convenció a todos sus hermanos de lanzarse contra ella y degollarla. Solamente Cuahuitlicac, una de las estrellas del sur, se opuso a la conspiración e informó a su madre sobre el inminente asesinato.

Huitzilopochtli escuchó el relato desde el vientre de su madre y decidió protegerla de sus sangrientos hermanos. Por ello, cuando llegaron los Centzon Huitznáhuac liderados por Coyolxauhqui, su hermano recién nacido ya portaba un arma y estaba listo para enfrentarlos.

Tras una fiera batalla, Huitzilopochtli mató a Coyolxauhqui y degolló su cuerpo; tras cortar su cabeza, la arrojó lejos a través de los cielos y se convirtió en la luna. Las estrellas del sur, horrorizadas ante esta escena, huyeron al firmamento, donde todavía permanecen junto a la cabeza de su hermana.

De acuerdo con esta historia, todos los días Huitzilopochtli (representado en la fuerza del sol) libra una batalla contra Coyolxauhqui (diosa de la luna) y contra sus hermanos en el cielo; en esta lucha, siempre vence el dios de la guerra cuando despunta un nuevo amanecer.

El conejo, el tlacuache y la olla de pulque

Para nuestros ancestros mexicas, el tlacuache se relacionaba con la picardía, las fiestas y la embriaguez; por su parte, el conejo fungía como protector del pulque y de la luna. El encuentro entre estos animales da origen a esta entretenida leyenda sobre las fases lunares.

Desde hace muchos siglos, el conejo trabaja incansablemente para extraer el aguamiel y llenar de pulque el recipiente de la luna; de acuerdo con esta historia, el satélite de la Tierra es en realidad una especie de cántaro donde se resguarda desde hace siglos este sagrado líquido.

Foto: INAH

Como ya te adelantábamos, el tlacuache es amante de la fiesta y la bebida; por este motivo, no pudo aguantar la tentación de acercarse hasta la olla y beber el pulque que afanosamente resguardaba el conejo. De este modo, cuando el tierno cuidador de la luna llegó al lugar, el recipiente se encontraba vacío por culpa del tlacuache.

Ante esta escena, el conejo se dispuso a comenzar su trabajo desde cero para volver a llenar el cántaro de la luna. Sin embargo, el tlacuache siempre reaparece y bebe el pulque que logra acumular el diligente conejo. Por ello, en algunas ocasiones la luna aparece llena en el cielo y, otras veces, la vemos menguar hasta que queda vacía.

El Quinto sol, Nanahuatzin y Tecuciztécatl

Se trata de una de las historias más difundidas sobre el nacimiento de la luna y del sol. Hace tiempo, cuando habían transcurrido solo 26 días desde la creación del mundo, los dioses se reunieron en Teotihuacán para crear un nuevo sol. De esta asamblea, quedaron elegidos el silencioso Nanahuatzin y el soberbio Tecuciztécatl.

Después de pasar cuatro días realizando sacrificios y penitencia, llegó el momento de determinar quién se convertiría en la nueva lumbrera de la Tierra. Ante una imponente hoguera, los dioses le solicitaron a Tecuciztécatl que se arrojara al fuego; sin embargo, esta soberbia deidad lo intentó en cuatro ocasiones, pero no se decidió a hacerlo.

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La asamblea le prohibió que lo intentara por quinta vez y cedieron el turno a Nanahuatzin, quien se arrojó a las llamas de forma inmediata. Cuando Tecuciztécatl vio la valentía de su compañero, tomó valor y se arrojó también a la hoguera. Poco después, por el oriente apareció brillante Nanahuatzin en el oriente, con la apariencia de un nuevo sol.

Enseguida salió Tecuciztécatl con el mismo brillo que Nanahuatzin, de modo que el cielo tenía entonces dos soles. Al ver esto, los dioses pensaron que no era conveniente tener dos astros iguales en el firmamento; entonces tomaron un conejo y lo lanzaron hacia Tecuciztécatl para atenuar su luz.

De este modo nació la luna, que hasta nuestros días continúa mostrando una mancha con forma de conejo en su rostro.

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