Es el sueño de las corporaciones: individuos autómatas que aceptan, con una sonrisa, ceder su vida entera a la producción en serie. Para ello, se instrumenta una maquinaria de discursos de superación personal, pastillas psiquiátricas y otros mecanismos de control que convence a los empleados de renunciar a su voluntad por completo.

De eso habla Cinta Negra, la segunda novela de Eduardo Rabasa, fundador y editor de Sexto Piso. En ella, explora las relaciones de poder que existen en los nuevos ámbitos laborales; desde las jerarquías en los organigramas, hasta los premios y castigos con los que sus empleados son condicionados.

«Mi idea —cuenta Rabasa— fue narrar el recorrido de un individuo a través del mundo contemporáneo, un sujeto que tiene la mente infectada, raptada, por una ideología cada vez más new age que manejan hoy las empresas, y por medio de las cuales se convence a los empleados de renunciar, felices, a sus derechos laborales».

Ese individuo es Fernando Retencio, uno de los empleados de Soluciones, un megacorporativo dedicado a resolver todo tipo de problemas por encargo, el cual que le pide a sus asalariados una creatividad sin límites si acaso desean pertenecer a la élite de las cintas negras: el más alto escalafón de la empresa.

El estilo irónico de Rabasa logra retratar el absurdo que implica la competitividad de los grandes consorcios, al mismo tiempo que reúne a una serie de personajes cada vez más extraños: un boxeador incapacitado de pelear luego de adscribirse al budismo zen, una filántropa que beca a los pobres para crear obras de arte a partir de la miseria, un escritor megalómano que escribe sagas de vampiros sadomasoquistas que luchan contra zombies, una jefa de departamento que habla todo el tiempo con una rana de peluche.

¿Cómo te sumergiste en el mundo corporativo? ¿Tuviste contacto directo con ese ambiente?

Muchos amigos trabajan en grandes corporaciones. Leí muchos libros que explican la filosofía de estos grandes consorcios. Yo no sabía, por ejemplo, de los sistemas de evaluación al que están sujetos los empleados de Google: “Esta semana tu calificación es 8.732; tres décimas menos, respecto de la semana anterior. ¿Qué está pasando?”. Es una locura. Súmale el culto a las grandes figuras: si los empleados de Google se cruzan en un pasillo con alguno de los dueños, Larry Page o Sergei Brin, se sienten iluminados por hablar 10 segundos con ellos. Hay una especie de teología empresarial que resulta ridícula. Tengo conocidos que trabajan en corporativos a un nivel más o menos alto. Se reúnen, cada cierto tiempo y manejan todo un código de vestimenta o de saludos, casi de masonería. Y lo que tratan en esas reuniones son temas tanto de terapia empresarial como terapia de vida: “tienes que canalizar tus sentimientos para que la empresa pueda fluir económicamente…”. Son sectas, o siguen dinámicas muy parecidas.

¿Cuál fue la diferencia entre tu anterior libro, La suma de los ceros, y éste?

La suma de los ceros fue un proceso más acotado, más divertido, que me brindó más tranquilidad. Éste, en cambio, me desmadró la vida. Tuve muchos problemas de alcohol, muchos problemas de marihuana, que aún estoy pagando. Dormía pensando en eso y me desmadró la vida literalmente. No entendía por qué: el primer libro era más duro, más visceral. Con este libro exploré a un personaje que, de alguna manera, reflejaba cosas oscuras de mí mismo que yo no sabía que estaban allí o que yo no quería saber que estaban allí.

¿Qué fue lo que más te perturbó?

El personaje tiene 30 y pocos años, aunque nunca lo digo. Cuando lo conocemos ya es un sujeto despreciable, con todas las características negativas que tiene. Y hay varios flashbacks en donde se explica de dónde viene: un padre alcohólico, con problemas que desataron su misoginia… etcétera. Esos pasajes fueron altamente autobiográficos. Había que explicar de dónde provenía este asunto del desprecio hacia sus subalternos, hacia las mujeres, hacia todos sus semejantes. Y por más que uno quiera pensar que uno no es asÍ, la verdad es que potencialmente lo somos: el reto para mí no era crear un villano espeluznante. Quería que el lector se pudiera identificar con Fernando Retencio, que pudiera incluso sentir empatía. Y bueno, prácticamente estuve conviviendo tres o cuatro años con este cabrón. Eso, para mí, fue devastador.

Hace unos años, en Sexto Piso, se publicó un libro: Estrictamente bipolar, de Darian Leader. Desde el tema de las pastillas a las que el personaje es adicto, su megalomanía en el contrapone que se contrapone a su miseria cotidiana, la vida empresarial a veces parece responder a los síntomas de una enfermedad mental.

Ese libro fue muy importante en mi vida y, en concreto, para escribir esta novela. Justo, las pastillas como un insumo de producción es algo que retomé de ahí. Sin ciertas pastillas, algunas corporaciones no podrían funcionar; las necesitan para mantener a sus empleados concentrados por completo en su tarea, para elevar su desempeño. En mi libro, la empresa se las otorga gratis, como una especie de inversión para que no se derrumben. Y otra cosa del libro de Leader, es este contraste entre estados maniacos y los depresivos. Es algo que se refleja en el lenguaje: cuando les viene la manía, son muy elocuentes, geniales, tienen miles de ideas. Cuando viene la depresión todo el lenguaje es fragmentado, oscuro. A mí me interesara que eso le pasara a mi personaje. Cuando está high es el rey del mundo y cuando le baja, es la peor mierda de la humanidad. Y cuando se siente la peor mierda, maltrata a los otros, al conserje, a su esposa, a sus colegas.

¿Desde tu punto de vista y desde el universo de tu novela, qué tipo de hombre produce ahora en el mundo moderno?

Leía hace poco a Margaret Thatcher. Ella decía que “la economía es el método, pero el objetivo es transformar las almas y los corazones de los hombres”. Estamos produciendo un hombre cuya alma y cuyo corazón está totalmente vinculado a lo utilitario, al éxito, a la producción. Es algo que es explícito en la teoría neoliberal. Esta moral y esta ética, ahora han logrado incrustarla en nuestras mentes desde que naces: tenemos una mente instrumental, cada vez más orientada hacia el propio beneficio y consideramos a los otros, en el mejor de los casos, como instrumentos para satisfacer nuestros propios fines. Estamos produciendo autómatas, personas sin alma.

Cinta Negra, de Eduardo Rabasa, está editado por la editorial española Pepitas de calabaza. Y ya está actualmente en librerías.