Tras ocho años sin publicar, Daniel Krauze regresa a las librerías con Tenebra, una novela de 454 páginas que le tomó más de cuatro años de trabajo y que es narrada por dos voces que, aunque parecen muy diferentes, tienen varios puntos en común. Julio Rangel es un joven político con mucha ambición que, desde abajo, ha labrado su camino tras varios años trabajando (encubriendo tranzas, cerrando tratos en lo oscurito, etc.) junto al senador Óscar Luna; y Martín Ferrer es un abogado que creció en una familia adinerada, pero lo ha ido perdiendo todo, y que se mueve cegado por la venganza.

¿De dónde salió la idea para escribir Tenebra y cómo fue el proceso de escritura?

La idea surgió en 2014. Un amigo mío trabajó hace tiempo con un político. Un día fuimos a cenar y me empezó a platicar a detalle lo que ocurría en esa oficina. Creo que no había llegado la primera cerveza cuando pensé: aquí hay algo. Nos despedimos y no me podía sacar la conversación de la cabeza. Poco a poco empecé a pensar en Julio Rangel, uno de los dos protagonistas de la novela: en sus características, sus objetivos, su vida familiar.

Ese fue el primer paso. El segundo fue empezar a leer a fondo a David Mitchell, autor de Cloud Atlas, quien a menudo incluye dos o más voces en primera persona en sus libros. A partir de esa lectura decidí plantearme un reto: incluir dos voces, también en primera persona, en mi novela. Y pensé, básicamente, en la antípoda de ese primer personaje. Así salió Martín Ferrer, quien —al menos a primera vista— es diametralmente opuesto a Julio.

El proceso en sí fue muchísimo más lento que el de otros libros míos. Pero agregaría que fue deliberadamente lento. Sentía que Cuervos, Fiebre y Fallas de Origen habían salido con poco espacio entre uno y otro. Y quise tomarme las cosas con calma. Primero investigar la política a fondo, con todo lo que eso implicaba: entrevistar a gente cercana a ese mundo, leer sobre política contemporánea en México, incluso aprender sobre detalles importantes para la novela (como leyes agrarias y el funcionamiento de un despacho). Después de año y medio, finalmente empecé a escribir. Y no paré por cuatro años y cacho, hasta mediados de 2019, cuando entregué el manuscrito a mi editorial.

Fallas de origen, tu libro más reciente hasta hace unos meses, se publicó en 2012. ¿Por qué te tomó tanto tiempo volver a publicar? ¿Tuvo algo que ver el trabajo que has estado realizando como guionista?

¡Un poco! Desde hace tres años trabajo casi exclusivamente como guionista para televisión. Y, aunque me encanta, lo cierto es que es una chamba mucho más demandante de lo que uno piensa. Trabajar en series por momentos me alejó de Tenebra, pero siempre hice un esfuerzo por no olvidar la novela y regresar a ella, aunque fuera para pulir capítulos o investigar un poco más.

Más que eso, la razón detrás del espacio entre Fallas de Origen y la nueva novela es, sobre todo, que quise cocinar Tenebra a fuego lento. Parece un cliché, pero lo cierto es que los libros tienen vida propia. Y Tenebra me pedía que me llevara las cosas con calma. Despacio que voy de prisa, pues.

Foto: Ana Hop

¿Tienen alguna influencia en tu escritura el cine y la televisión?

Es una muy buena pregunta. Te diría que cada vez menos, en gran medida porque he querido alejarme de esas influencias. Mi formación no es estrictamente la de un narrador. Yo estudié guion, de modo que mis tres libros anteriores en muchas ocasiones se desprendieron de guiones. Con Tenebra quise hacer todo lo contrario: alejarme del cine lo más posible para armar la novela como un artefacto puramente literario.

Tras tanto tiempo y después de participar en otros proyectos, ¿descubriste algunas dificultades que no habías enfrentado en tus otros libros?

¡Muchísimas! Yo siempre pienso que cada novela es como una ecuación matemática completamente nueva, para la que tenemos que descubrir la fórmula necesaria para resolverla. Ninguna, en mi caso, se parece a la anterior. Es decir: lo que me ayudó escribiendo Fallas de Origen no me ayudó escribiendo Tenebra. En parte porque Tenebra fue un libro mucho más difícil de escribir que cualquier otro que yo haya escrito, empezando por la cantidad de investigación que requirió. Luego de investigar, me enfrenté a un problema muy común entre narradores, que es querer meter toda tu investigación en la novela, como una manera de demostrar cuánto investigaste. Pero esto, obviamente, acaba aburriendo al lector, así que el proceso de edición es bastante más complicado que en una novela que sale puramente de tu imaginación, como fue el caso de Fallas de Origen.

Sin embargo, lo más complicado, por mucho, fue encontrar la voz de ambos personajes, distinguiéndolos uno del otro. Espero haberlo logrado.

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¿Cómo surgió el título?

A partir de una conversación con uno de mis entrevistados. En algún momento soltó una frase, para indicar que aquello de lo que hablaba había ocurrido en lo oscurito, debajo de la mesa, tras bambalinas: ya sabes, me dijo, de esas cosas que pasan en la tenebra de la política.

Y desde ahí no me pude sacar la palabrita de la cabeza. Me encantaba lo que suscitaba. Me parecía, además, que situaba al espectador en un contexto muy específico: lo oscuro de la política de nuestro país. Lo que no vemos. O no podemos ver.

Leer Tenebra puede llegar a ser incómodo porque nos confronta con una realidad muy oscura. ¿Fue difícil escribir esta novela? ¿Te sorprendiste en algún momento de lo que estabas escribiendo?

Quise comenzar con el capítulo que más trabajo me costó escribir. Me refiero al momento en el que Martín recuerda aquella noche cuando vio a un perro morir. Lo que quise fue empezar con lo más desagradable (o al menos lo que más me había desagradado a mí) como una suerte de filtro, a sabiendas de que algunos lectores no pasarían de esas primeras páginas.

Lo que me facilitó la tarea de escribir las escenas violentas fue que la realidad siempre, pero siempre supera a la ficción. Saber, vaya, que mi versión, por más descabellada que me pareciera, siempre estaba un escalón más abajo del hecho real. Incluso los pasajes más incómodos de Tenebra palidecen frente a las historias que escuché durante mi investigación.

¿Te identificas en algo con los protagonistas? ¿Crees que hay algo de ellos en todos los seres humanos?

Yo me identifico mucho con ambos. Quizás un poco más con Martín, pero también entiendo a Julio. Y quiero creer que el lector también podrá identificarse con muchos rasgos suyos. A mí me parece que ambos reflejan inquietudes muy específicas del momento que atravesamos hoy. Ambos, aunque Martín no lo acepte, están obsesionados con recuperar o mantenerse en un peldaño social, con todo lo que eso implica: un mejor coche, una mejor casa, una vida más cómoda y fácil.

Por lo demás, a mí siempre me ha ayudado escribir sobre aquello que me indigna. Así escribí Cuervos y así escribí Fallas de Origen. Lo mismo con Tenebra, una novela que habla de una clase social que no conoce la mesura, en un país mayormente pobre. Tenebra salió de una incomodidad específica: ver cómo mucha gente a mi alrededor se llenaba los bolsillos, sin ningún pudor, con negocios chuecos. Hay una generación entera de gente de mi edad que se hizo multimillonaria durante el sexenio de Peña Nieto. Tenebra es el retrato de esa generación, en ese sexenio. Y creo que la existencia de esa generación explica, entre otras cosas, la llegada al poder de AMLO y el voto de castigo contra el PRI.

En tus otros libros ya has escrito sobre la adolescencia y sobre la familia, y en este libro vuelves a tocar esos temas, pero ahora te centras mucho más en la corrupción y la política. ¿Qué fue lo que más te llamó la atención de ese mundo?

Fuera de broma: la impudicia. Una vez que empiezas a rascarle al universo de la corrupción, lo primero que te llama la atención es cómo la sociedad misma, en casi todos los niveles, estamos coludidos con los corruptos, o bien, cómo nos hacemos de la vista gorda. En México prácticamente no existe castigo social por ser un delincuente. Los toleramos en nuestro círculo de amigos, los toleramos en el trabajo, los toleramos cuando están sentados junto a nosotros en un restaurante. Es más… ¡hasta les rendimos pleitesía! No hay que ir más lejos que el caso de Rafa Márquez, un tipo al que el gobierno de Estados Unidos investigó y acusó con todas las pruebas de estar metido en el lavado de dinero. ¿Ha habido represalias, digamos, sociales? Qué va. Márquez sigue saliendo en portadas de revista por todos lados. Pues eso es lo que más me llamaba la atención, precisamente porque me indigna. 

¿Crees que tenemos los políticos que nos merecemos? ¿Podemos tener esperanza de que nuestros gobernantes cambiarán?

Te seré honesto. Creo que es muy, muy difícil. Y creo que lo primero que debemos evitar es buscar soluciones fáciles, encarnadas en un solo hombre o mujer. No quiero decir que en México no hay políticos honestos, porque es simplista y falso, pero sí creo que mucha gente honesta y capaz no le entra a la política porque el mundillo mismo de la política mexicana rechaza a gente de estas características. Para sobrevivir ahí tienes que deshacerte de tus escrúpulos. Julio, el protagonista de Tenebra, es capaz de hacer eso. Pero no todos tenemos esa flexibilidad moral.

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Otro tema clave en el libro es la venganza. ¿Es parte de nuestra naturaleza el “ojo por ojo”?

Mientras investigaba Tenebra, recuerdo haber leído o escuchado una frase que, como la frase inicial en Fallas de Origen, se volvió la columna vertebral del libro: detrás de toda voluntad de poder, hay una sed de venganza. Me pareció que, sobre todo en el caso de los políticos mexicanos, la frase aplicaba perfectamente. Desde tiempos de la Revolución, pasando por Miguel Alemán, Díaz Ordaz y hasta el propio Salinas, los políticos mexicanos ocultan una vieja afrenta, un agravio primigenio, que es lo que los motiva a alcanzar la cima del poder.

Es rarísimo encontrar a un político mexicano de altos vuelos que no cumpla con esas características: sus infancias muchas veces esconden tragedias, la muerte de un ser querido, la pérdida de una fortuna. Llegar al poder es una forma de redención personal, sin importar a quien tengan que pisar en el camino. El combustible de la política mexicana es la venganza. Y eso, me parece, está encarnado tanto en Julio como en Martín, cuyas vidas —aparentemente distintas— están vinculadas por una vieja herida. Julio perdió a su madre cuando era niño, a la madre que siempre quiso que él diera el brinco a otra clase social, mientras que Martín ha cargado con la ignominia de haber nacido rico y después haber perdido todo. Esas dos heridas, como las heridas de nuestros más famosos políticos de carne y hueso, son el motor de todo lo que Julio y Martín hacen en la novela.

¿Ya estás trabajando en algún libro nuevo? ¿Tienes otros proyectos de cine o televisión?

Tengo varios proyectitos en tele, pero quién sabe si salgan. Hacer una serie es un negocio carísimo. El riesgo es mucho mayor que con un libro, así que tener tu propia serie, o una serie basada en una idea tuya, es más difícil que publicar una novela. Tengo ideas muy vagas de cuentos y novelas que me gustaría escribir. Pero antes que nada tengo que terminar un proyecto para televisión que estoy cerca de acabar. Cuando el coronavirus lo permita, también me gustaría mucho dedicarle un buen rato a promocionar Tenebra.