Hablar de Nicos es hablar de un lugar que ha sido testigo de la valoración de la cocina mexicana. Desde que era mal visto servir mole en un restaurante, hasta que en 2010 nuestra gastronomía fue nombrada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Además del servicio, el éxito del lugar es el cuidado que le procuran a sus recetas, algunas provenientes de libros antiguos y otras familiares. Como el pepián de la abuela, que se elabora paso a paso tal como lo hacía la abuela del chef Gerardo Vázquez Lugo. Pero la sopa seca de natas es el plato insignia. Las monjas del Convento de Capuchinas lo preparaban en el siglo XIX y su elaboración tarda ocho horas. Este bocado de historia está compuesto de una torre de crepas ligeramente bañadas en salsa de jitomate y rellenas de pollo y chile poblano.

Los pulpos a la antigua son otros de los obligados, su receta ha sobrevivido por generaciones y lo preparan a la veracruzana.

En 2015, ingresaron a la lista de los mejores 50 restaurantes de Latinoamérica, en el sitio 47, escalando 10 peldaños un año después. Tienen la carta de vinos mexicanos más grande del país (aquí encuentras el Brunello de Villa Montefiori). O si eres tequilero, pídete un Don Julio blanco con jugo de naranja y escarchado con sal de gusano.

Su ubicación hace que la gente se traslade a Azcapotzalco. En especial en temporada de chiles en nogada.