Fruta fresca, huevos rancheros, café en su punto y ambiente tranquilo. Un gran lugar para desayunar.

Si los visitantes extranjeros no se quedan boquiabiertos con la primera vista al Zócalo, el Gran Hotel de la Ciudad de México presenta una segunda oportunidad.

La decoración estiloTitanictiene un renacido brillo, gracias a que acaba de ser rescatado. Quién sabe cómo, pero los murales del primer piso, inspirados en alguna pintura costumbrista del siglo XVIII, hacen juego con el gran vitral del techo (la leyenda dice que es de Tiffany, como el telón de Bellas Artes, aunque la gente de relaciones públicas de la marca en México aclara que no es verdad).

La primera impresión del café puede ser algo decepcionante, después de tanta ostentación en el exterior: está alfombrado y tiene pequeñas ventanas. ¿Para qué preferirlo si, en fin de semana, se podría desayunar en la terraza del último piso o en la del Majestic? La segunda impresión, ya con una taza de americano enfrente, es mejor: las buenas mesas de caoba no necesitan mantel, los decorados son como de abogado de la década de 1950 y las ventanas dan nada menos que al Zócalo.

El servicio cumple con el lugar común de estar siempre presente con discreción. Se puede escoger entre tres tipos de paquetes de desayuno: de 80, 100 ó 120 pesos, y todos incluyen, además de un plato principal, jugo, frutas, café y pan dulce.

Los huevos en salsa pasilla son correctos, aunque la panela estaba un poco salada. Otra historia son los huevos rancheros: picantes, con perdón de los turistas. Se pueden pedir con la yema tierna o “volteados”, y en este caso, con buenos resultados.

Ya se tiene otro pretexto para venir a este lugar, además de librarse de las filas que hay en los demás lugares para desayunar del centro.