Estos cuestionamientos no deberían eludirse ni tomarse a la ligera si queremos ser un baluarte emocional y afectivo para nuestras hijas e hijos –estudiantes, sobrinxs, ahijadxs, nietxs, familares o amigxs–. Pocas cosas son tan complejas y determinantes como el irnos dando un rostro y una idea acabada de lo que quisiéramos hacer con, de, en nuestra vida.

Así visto, pareciera irrenunciable asumir la responsabilidad de evitar continuar transmitiendo, generación tras generación, los prejuicios, preconcepciones, predisposiciones, fobias, incomprensiones, intolerancias e ignorancias que tanto nos han dañado como sociedades e individuos a lo largo de los siglos.

Habrá que atreverse a romper los ciclos irracionales de odio, violencia y discriminación que han sido y siguen siendo promovidos y generados por un sistema de creencias obsoleto y alejado de la realidad, además de rancio e impertinente para el avance civilizatorio y la consecución de la más antigua, honorable y fundamental ley moral: la regla de oro.

Una ética de la reciprocidad que ha sido develada en todas las fuentes religiosas que han brotado, a lo largo y ancho del tiempo y el mundo, expresando un profundo amor y aprecio por la existencia y por las otras formas de vida de las que toda persona depende. “Trata a los demás como querrías que te trataran a ti”; “No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti”; “Ama a tu prójimo como te amas a ti mismo”; “Honra a la Naturaleza en toda su diversidad pues Dios es la Naturaleza y la Naturaleza es Dios”.

Reflexiones de este tipo son urgentes y necesarias, aunque difíciles y delicadas, pues tocan lo más íntimo de nuestras convicciones y nos obligan a poner en cuestión el núcleo de muchas de nuestras tradiciones. Por ello son loables todas las acciones y proyectos que apuntan hacia estos fines, y más aún cuando involucran a la sociedad civil, a las academias y a los sistemas de difusión cultural. Y en este aspecto nuestra ciudad vuelve a ser señera, pues en ella ocurre, anualmente desde hace tres años, el Encuentro Internacional Infancias y Adolescencias Libres y Diversas, bajo el auspicio de la Coordinación de Difusión Cultural UNAM y el Colectivo Niñeces Presentes. Un encuentro que genera diálogos, conversaciones, relaciones de amistad, redes de apoyo, propuestas constructivas y actitudes propositivas basadas en la búsqueda de nuevos aprendizajes y comprensiones, y de la cimentación de espacios de libertad y entendimiento.

Ante la duda de la pertinencia de pensar estos temas cabe situarse en el mundo que tenemos, abrir los ojos, leer las noticias más allá de las cifras (más de 250 mil niñas y niños huérfanos hoy día en nuestro país, con nombre y rostro propio; infancias huérfanas como resultado de los más de 100 mil casos de personas desaparecidas, las más de 300 mil personas asesinadas en las últimas dos décadas, los 10 feminicidios diarios, y contando, desde hace años en México; cerca de 10 niñas o niños asesinados violentamente al mes en los últimos sexenios; ¿y las niñas y niños migrantes enjaulados y separados de sus familias en los Estados Unidos durante la administración de Trump?, ¿se acuerdan de ellas y ellos?, ¿saben qué fue de sus vidas rotas?)1. Hay que interesarse y no cerrar los ojos, hay que poner fin a la indolencia y sentir un poco más allá, desde la propia piel, dejar de ser parte del problema e intentar aportar algo a su solución.

Ante tantas violencias, crueldades y relaciones destructivas, ¿qué hacer? ¿Cómo proteger a nuestras infancias y juventudes de tan horrible realidad? Quizás lo primero pase por cultivar en el espacio propio una ética afectiva basada en el amor empático. En el espacio educativo, defender el ejercicio de pedagogías emancipatorias basadas en el cuidado, la protección, la solidaridad, la ayuda mutua, la ternura, la comprensión y el acompañamiento. En el espacio público y privado promover como principios centrales el aprecio a la diversidad y el interés superior de las niñas, niños y adolescentes en todas las esferas de nuestras realidades.

Lo anterior conlleva reconocer y denunciar el adultocentrismo patriarcal, heteronormado, machista e incluso misógino, homófobo y tránsfobo que priva y domina a nivel global. Confrontar a un sistema que, más que moralista, es moralino y profundamente hipócrita, así como mostrar las costuras rotas por la discriminación, la exclusión, el segregacionismo, las violencias y los prejuicios nocivos que deshilvanan nuestro tejido social.

Pensar otros modos de estar en el mundo que no apunten a utopías, sino que refieran protopías, en las que los nuevos horizontes a los cuales aspirar sean territorios conquistados donde se estallen y rompan las viejas tablas y valores que tanto nos han deshumanizado y roto. Emprender una reeducación que apunte hacia la construcción poética de un mundo libre de violencias.

Habrá que entender la libertad en tanto que felicidad y en tanto que derecho de todas las personas a la búsqueda de su propia autenticidad y a la construcción de su personalidad e identidad a su propio modo, pues felicidad, mismidad y libertad son valores que se autoimplican en la propiedad inalienable de toda persona, de todo modo de ser al que se le respete su dignidad.

Y esto tan solo porque se ha llegado a la comprensión de que, más que un deseo, es nuestro deber promover la creación de territorios y mundos que nos sean propios y donde se nos permita significar la coexistencia desde la comunalidad y la convivencialidad, ambas fruto de relaciones libres, justas, equitativas, armoniosas, solidarias y respetuosas de la alteridad, la diferencia y la pluralidad que significan las otras personas y seres vivos de quienes dependemos para ser y existir.

Detenerse a pensar en infancias libres y diversas es ya intentar una comprensión de la vida y de la persona humana, y de un proceso tan hermoso y complejo como inconmensurable que tiene como su rasgo característico el ser un desenvolvimiento de infinitas posibilidades. Que somos, las personas, en tanto que animales, seres vivos e instintivos, preconfigurados, pero también constructos socioculturales. Un devenir de reinvenciones, transformaciones y metamorfosis. Que nuestras identidades se van haciendo en una serie de ciclos de florecimientos, etapas marchitas y nuevos comienzos. Que somos siendo, y que al buscarnos nos encontramos para reiniciar ese viaje único que es darnos un rostro y un corazón mientras andamos un poco aquí, sobre la Tierra.

Reflexionar sobre las infancias es recordar las desobediencias que nos configuran. Pensarnos como cuerpos es sabernos vivos y, por ello, siempre algo posible e indeterminado. Saberse cuerpo, aceptarse desde el cuerpo único e irrepetible, singular y auténtico que somos, es comprenderse siempre vivo y en devenir. Y esto pasa por un atreverse a cierta rebeldía inocente e infantil. Pasa por un atreverse a ser libres y felices, como todas las niñas y los niños deberían serlo.

Atender, conocer, comprender y aprehender de las distintas luchas, posicionamientos, creatividades, agencias y militancias que buscan esto –promover infancias libres y felices– es también darse cuenta de que, frente a las violencias estructurales y las estructuras opresivas y normativas que imponen una normalidad ordinaria, lo que cabe es atreverse a ser personas extraordinarias.

La identidad personal ya no puede ser pensada desde la lógica del principio de identidad (donde A=A y no puede ser B), pues los rostros que nos damos no son exoesqueletos ni surgen de un mecanismo automático de replicación (somos A y B y C y… al infinito) . Pensar entonces a la identidad personal como el resultado de metamorfosis múltiples donde, como las crisálidas, buscamos transformarnos y devenir libres, alegres y ligeros al modo de las mariposas.

Y así nos damos cuenta de que este esfuerzo implica muchas otras confrontaciones.

Ante la dictadura de la hipocresía que se expresa siempre mediante discursos vacíos llenos de eufemismos y nulo compromiso, debemos repensar el lenguaje, pues los nombres, las palabras y las narrativas significan y constituyen el mundo al tiempo que nos definen, determinan, delimitan, tocan, atraviesan y nos moldean intelectual y afectivamente.

El lenguaje es algo vivo que se recrea y donde nos recreamos. Lo mismo que puede provocar atrocidades, romper y destruir relaciones, también es el allí desde donde cohabitamos y donde pueden surgir la comprensión y la conversión. Y, por ello, se hace evidente la importancia de defender el lenguaje como un territorio donde la libertad, la creatividad y los lazos amorosos pueden florecer. Y entonces comprender la importancia del lenguaje inclusivo.

Asimismo, el cuestionar a la idea de la familia, núcleo donde acontecen muchas de las violencias que aquí reconocemos, pasa por aceptar que cabe reinventar y comprender otras formas de hacer familia. ¿Y los derechos humanos? Otra entelequia, otra utopía que habremos de reconquistar, reinventando y posibilitando su promesa para todas las personas efectiva y plenamente.

Hablamos aquí de actos revolucionarios y de infancias y de futuros posibles. Y así nos hemos dado cuenta de que todo acto revolucionario es también un acto de inocencia, autenticidad y de corresponsabilidad. Uno que siempre, e invariablemente, es una lucha por la vida –no por la sobrevivencia sino por la sobrevida, aquella donde el amor y el gozo acontecen–. Que luchar por la vida es el acto político radical, pues luchar por la vida es, en esencia, luchar por la vida de la otra persona que me posibilita desde su diferencia. Que yo soy yo gracias a la persona frente a mí, distinta de mí, idéntica a mí, en cuanto parte de la diversidad que somos.

La tarea estaría entonces en no descansar hasta lograr que todo espacio sea un territorio donde nuestras niñas, niños, infancias y juventudes sean cuidadas, protegidas, amadas, acompañadas y valoradas como aquello que son: sagradas y esenciales en su unicidad y singularidad irrepetible.

Que no hemos de descansar hasta no lograr que la mayoría de las personas, en la vida como en el juego, al salvarse también quieran salvar a todas y todos sus compañeros. Pues, como diría la pedagogía crítica y emancipatoria: “Nadie se salva solo: O nos salvamos todas y nos salvamos juntas o no se salva nadie”.

Un-dos-tres por mí y por todxs mis compañerxs.

*El autor de este texto es coordinador de la Cátedra Nelson Mandela de Derechos Humanos en las Artes, y profesor de la UNAM; enfatiza la trascendencia de cuidar a todas las infancias, sobre todo, a las desprotegidas.

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