Paulina, una chica de 28 años, tuvo que venir a la Ciudad de México. No visitaba a nadie, ni venía de turismo; vino a realizarse un aborto, práctica que en Veracruz, de donde es originaria, es ilegal.

Cuando supo que estaba embarazada no lo podía creer: había usado parches anticonceptivos por dos años y no estaba preparada para ser mamá. “No iba a tener un hijo con una persona con quien apenas llevaba tres meses de relación”, nos platicó.

Como ella, hay muchos casos más. Mujeres que viajan a la capital del país para practicarse un aborto legal y alejarse de la clandestinidad y los riesgos de llevarlo a cabo en estados donde está prohibido.

De 2007 a 2015 se practicaron 138 mil 792 abortos en la Ciudad de México, según datos de la organización de Servicios Internacionales de Asesoría sobre el Embarazo (IPAS). La mayoría de las mujeres eran chilangas, pero también hay del Estado de México, Hidalgo, Guanajuato, Puebla y Morelos.

El debate sobre la interrupción del embarazo a nivel nacional sigue. En la calle, cientos de mujeres enfrentan la realidad de querer abortar.

Prepararse para abortar

La primera opción de Pauilina no fue venir a la Ciudad de México. Tras una búsqueda en internet, encontró que en el Puerto de Veracruz una clínica podía practicarle una interrupción ilegal por seis mil pesos.

Pero prefirió la legalidad. Llamó a un lugar ubicado en la colonia Nápoles, le explicaron que antes del aborto requería una cita de valoración. Esto significaría un viaje de, por lo menos, cuatro días para poder realizar todo el proceso.

En el trabajo tuvo que pedir vacaciones, el mismo pretexto le dijo a la familia y viajó a la Ciudad de México. Tenía cinco semanas cuando decidió interrumpir su embarazo.

Cuando entró a la clínica, se sorprendió de ver lo llena que estaba la sala de espera, casi todas eran mujeres jóvenes acompañadas por hombres. Una doctora le explicó que había dos métodos: unas pastillas que tenían 95 por ciento de efectividad o la aspiración uterina. Optó por la segunda opción por temor a llevarlo a cabo ella misma con unas pastillas.

La citaron al siguiente día, un viernes por la mañana. La indicación fue llevar ropa y zapatos cómodos, ir en ayunas, llevar una identificación oficial, ir acompañada y tener alrededor de cinco mil pesos.

La chica había elegido una de las clínicas más caras, pues ofrecía un cuarto privado de recuperación, además de cubrir la cita previa y la posterior. “Tenía miedo de las secuelas psicológicas, esas de las que en las escuelas católicas te advierten”.

Le dieron un cuarto privado que tenía una cama y un sillón reclinable, pero sólo estuvo ahí cerca de 15 minutos. “Después vino una enfermera, me puso una inyección, me subió a una silla de ruedas y me llevó al quirófano”.

“Me puse muy nerviosa, pensé que si algo me pasaba mis papás no iban a saber en dónde estaba o qué hacía en el DF [sic]. Sólo lo sabía mi novio y una amiga”.

“No sentí nada hasta que desperté en una zona de recuperación. Por un momento no sabía lo que estaba haciendo ahí hasta que respiré y sentí un tampón enorme adentro de mí. Comencé a llorar de dolor y eso sirvió para que una enfermera viniera por mi y me regresara al cuarto en el que mi novio me estaba esperando.

“En cuanto me acosté, volví a llorar de dolor, tenía cólicos, me sentía muy débil. Me trajeron una gelatina y un jugo y me dijeron que, por favor, desocupara la habitación en 20 minutos, pues mi proceso había terminado y había otra paciente que la necesitaba”.

—¿Te arrepientes?— le preguntamos

—No, para nada. Digo, no es algo sencillo, no es como irse a cortar el pelo. Pero estoy segura de que tomé la mejor decisión. Ahorita tendría un hijo de dos años y creo que apenas estoy madurando emocionalmente. En el trabajo igual.

“Mucha gente no estará de acuerdo con mi decisión, pero al final del día es mi cuerpo, lo hice por la vía legal y mi pareja de ese momento tampoco tenía idea de su propia vida como para hacerse cargo de la de otra persona. Además, al año terminamos”.

Salió de la clínica caminando, como lo prometen en los folletos, pero no era porque quisiera sino porque no había otra manera de salir de ahí. Llegó al hotel y vio la televisión todo el fin de semana. El dolor fue bajando con las medicinas.

“Te dicen que al otro día ya puedes trabajar y para mí no fue así, me dolió el vientre hasta como 3 o 4 días después”.

Se regresó a Veracruz pero volvió a los 15 días para una última revisión. Por todo, tuvo que pagar cerca de 10 mil pesos, entre el procedimiento, las medicinas, el hotel, los autobúses, algunos taxis y lo poco que pudo comer, pero su pareja le dio la mitad de todo.

La última vez que vio a la doctora, le habló de anticonceptivos a largo plazo, como el DIU o el implante en el brazo. Le contó que ella, por ética, sólo realizaba un aborto por paciente, pues había tenido casos de chicas que iban por el tercero y las tenía que rechazar.

Para tomar en cuenta

  • En la Ciudad de México hay alrededor de 13 clínicas que realizan la interrupción de embarazo sin ningún costo a residentes.
  • En estos centros de salud también atienden a pacientes que vengan de otros estados del país o del extranjero (con la documentación en regla), pero se les hace un estudio socioeconómico para determinar una cuota de recuperación.
  • Las menores de edad también puede realizarse una interrupción legal del embarazo siempre y cuando tengan la autorización de sus padres.
  • En la mayoría de estas clínicas hay que llegar antes de las 7 de la mañana, pues se atiende a todas las mujeres formadas a esa hora.
  • Una interrupción legal con el método de sedación y aspiración a través de organizaciones como Marie Stopes cuesta 5 mil 500 pesos.
  • El requisito general y obligatorio para practicar una interrupción legal del embarazo en la Ciudad de México es no exceder las 12 semanas de gestación.

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