Javier Senosiain, principal exponente de la bio-arquitectura en México, planea crear un parque ecológico alrededor de una de sus proyectos más emblemáticos.

El arquitecto todavía no se acostumbra al sencillo acto de abrir o cerrar una puerta: esos objetos rectangulares que suelen separar una habitación de otra, aún le parecen un absurdo. «Tampoco estoy acostumbrado a los cajones —dice— y también es raro eso de abrir y cerrar cortinas».

Hoy, el arquitecto habita un departamento al sur de la Ciudad de México. Tiene que ser así, dice, porque sus hijas estudian en Ciudad Universitaria. Hubo un tiempo, sin embargo, en que su morada —así prefiere llamarla—, el lugar que habitó junto a su familia por más de 20 años, era un espacio con forma de embrión al norte de la ciudad, en Naucalpan, Estado de México; un lugar de puras formas redondeadas, cada habitación construida de acuerdo a las proporciones humanas. Cubierta de pasto por fuera y rodeada de árboles, era algo sencillo despertar en esa casa: los primeros rayos del sol entraban, sin dificultad, por las ventanas redondas, sin cortinas. Un lugar donde el miedo quedaba siempre afuera, donde no había necesidad de abrir puertas, ni cerrarlas.

La serpiente en su nido

El arquitecto se llama Javier Senosiain, tiene casi 70 años y ahora camina por un sendero rodeado de mosaicos que se degradan del verde al naranja, un camellón ondulante que atraviesa una pequeña cañada de agua corriente.

Estamos no muy lejos de su antiguo hogar, su Casa Orgánica que habitó durante más de 20 años. El arquitecto mira aquella estructura tubular que, como el cuerpo de una víbora, sale de la tierra, se eleva entre los árboles, serpentea y vuelve a enterrarse. Allá arriba, al final del sendero, la entrada de una pequeña cueva ha sido coronada con una escultura que simula unas fauces abiertas: es la cabeza de la serpiente.

—Esto era un terreno muy irregular, lleno de montículos y relieves —dice—. Para construir aquí algo convencional hubiéramos tenido que modificar todo el paisaje. Yo no quería eso. Si te das cuenta, el complejo habitacional tiene muy poco contacto con el terreno.

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Si no fuera por las ventanas circulares —que recuerdan los camarotes de un barco, sería imposible adivinar que, dentro del cuerpo de esta serpiente multicolor habitan personas, familias enteras. El Nido de Quetzalcóatl es un pequeño conjunto de diez departamentos creado por Javier Senosiain hace una década, muy cerca de Ciudad Satélite; un breve desarrollo inmobiliario que evoca los jardines de Gaudí en España o a los castillos fantásticos de Edward James en San Luis Potosí. Pero además de adaptarse por completo a su entorno natural, este sueño surrealista atrae a decenas de curiosos cada semana, pese a que la entrada está restringida.

—Sí, los habitantes han tenido algunos conflictos con los curiosos —reconoce Javier Senosiain—. Es un lugar que llama la atención, porque no estamos acostumbrados a este tipo de cosas. Por eso, a mediano plazo, estamos planeando convertirlo en un parque público. Llevamos ocho años trabajando en eso.

Es como volver al útero

Nada tan violento como nacer. Después de pasar nueve meses en un lugar cálido, silencioso y en penumbras —“como un astronauta que flota dormido en el espacio”—, somos arrojados a un mundo de luz artificial, líneas rectas y ángulos que poco tienen que ver con las formas curvas de nuestro cuerpo.

Javier Senosiain, el arquitecto, es el más claro exponente de la arquitectura orgánica en México, una filosofía que «busca la armonía entre el hábitat humano y el mundo natural, de ahí su originalidad —explica él—. Y es curioso: la palabra original viene de la palabra origen. Se trata también entonces de ir al origen de las cosas: el seno materno, el útero».

Habitamos ciudades formadas por grandes edificios rectangulares que, a su vez, contienen habitaciones cúbicas, dentro de las cuales colocamos muebles llenos de ángulos rectos, que a veces tienen cajones, donde casi siempre guardamos otras cajas más pequeñas: «el ser humano, desde que nace, no hace sino pasar de una caja a otra, hasta que muere. Entonces se le entierra, sí, en otra caja», sentencia el arquitecto y después revira: «Un pintor austriaco, Hundertwasser, comentaba que el hombre tiene en realidad tres pieles: la piel, que se adapta al organismo; la ropa, que se adapta al cuerpo y la casa, que debería adaptarse también al ser humano. Esto último, casi no sucede».

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Por eso las construcciones del arquitecto se asemejan a madrigueras estilizadas que, mientras intentan fundirse con su entorno, pugnan por ser también extensiones del cuerpo humano. Cada habitación suele estar conectada con las otras por medio de pequeños túneles, sin puertas; la luz natural, combinada con las pocas luces tenues que iluminan los rincones alejados de las ventanas —además de las formas circulares, sin esquinas ni ángulos— genera una sensación peculiar, como si algo más allá de nuestro cuerpo por fin descansara.

«Para mí  es difícil responder cómo se siente habitar un espacio así; lo tengo muy internalizado. Por lo que comenta la gente cuando visita estos espacios, se genera una sensación de enorme tranquilidad, de protección».

La bioarquitectura de Javier Senosiain

Javier Senosiain

Foto: Edgar Durán

Egresado de la Facultad de Arquitectura de la UNAM, Javier Senosiain ha diseñado desde hace más de treinta años oficinas, casas, fábricas, complejos habitacionales. Alumno de Mathías Goeritz y heredero de Juan O’Gorman o Ricardo Legorreta, para desarrollar su particular estilo se inspiró en la obra del español Antoni Gaudí o del norteamericano Frank Lloyd Wright, quien aseguraba que los arquitectos deberían tener la misión, al construir, de embellecer el paisaje natural, no de deteriorarlo.

«Aprendí mucho de Luis Barragán —cuenta—. Sobre todo en esta búsqueda de armonía y serenidad, él decía que los animales necesitaban las penumbras».

Después de una investigación que duró décadas, publicó en 1997 el libro Bioarquitectura. En busca de un espacio, donde reunió todas sus reflexiones tras estudiar a fondo cómo las formas y estructuras de la naturaleza han inspirado todas las más importantes creaciones de la humanidad —desde las máquinas aéreas de Leonardo Da Vinci, inspirados en la anatomía de los murciélagos, hasta los automóviles de Buckminster Fuller, diseñados a partir de la forma de una gota de lluvia—.  El interés de Javier Senosiain, sin embargo, no siempre fue bien visto.  «Cuando construí mi Casa Orgánica muchos no lo vieron bien, pensaron que era algo muy raro».

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En los últimos años la preocupación ambiental se ha convertido en un tema de primera importancia; sin embargo, eso no es suficiente para cambiar el diseño de nuestras ciudades y Javier Senosiain no es el único arquitecto mexicano en insistir en el tema. El mismo Juan O’Gorman había diseñado ya una casa orgánica, antes que él. Y en los años 90 el arquitecto Juan José Díaz Infante construyó el club deportivo La Cantera —donde entrenan los Pumas de la UNAM—que funciona de manera completamente autosustentable. Sin embargo, todos estos proyectos parecen aislados ante una política que privilegia los ángulos rectos, el concreto, las ciudades grises.

«A mí me gusta un proyecto de Carlos Lazo que nunca se logró. Él había proyectado unas casas en Santa Fe, donde aprovechaba las cuevas de las barrancas. Era un proyecto muy interesante que nunca se logró. Fue muy criticado en su momento».

El acceso al nido de Quetzalcóatl es restringido ¿abrirá sus puertas?

Si uno mira el Nido de Quetzalcóatl desde las alturas, éste aparece como un lunar verdísimo rodeado de zonas habitacionales y prados cada vez más deforestados. Hace pocos años, los ejidatarios comenzaron a vender varias parcelas a su alrededor; fue cuando los habitantes entendieron que si no protegían el medio que la rodeaba, la serpiente se ahogaría en su propio nido.

«Los departamentos tienen una vista privilegiada y hubiera sido terrible que se perdiera ese paisaje —explica Senosiain—. Así que decidimos comprar varios de los ejidos. La idea ahora es hacer un parque abierto, el Parque Quetzalcóatl».

Javier Senosiain

Foto: Edgar Durán

Casi diez años ha trabajo el arquitecto en este proyecto. No sólo ha minado el espacio de espejos de agua, nuevos jardines y senderos. Actualmente, el Nido de Quetzálcoatl cuenta con una planta de tratamiento, que limpia las aguas negras que llegan allí, provenientes de las colonias irregulares que lo rodean. «El agua es vital para que sobreviva este proyecto; el 30% de la que se use para riego provendrá de aguas tratadas».

El Parque Público, calcula, estará listo en cuatro o cinco años. Y aunque la zona habitacional aún estará restringida al público, el arquitecto Javier Senosiain ya prepara otras sorpresas. Un reino animal —donde se tengan animales de tierra, un pequeño aviario, un acuario—, un reino mineral —ubicado en el interior de una cueva— y un reino vegetal —una serie de invernaderos con distintos tipos de vegetación—. Todo esto con el peculiar estilo orgánico de sus construcciones y diseños.

—Más que un parque, lo que yo deseo es una especie de museo ecológico —concluye el arquitecto—. Un lugar donde no sólo se aprenda de ecología, sino que sea, a su vez, sustentable. Que con las mismas entradas se pague su mantenimiento, que sea también autosuficiente económicamente.