Un cuerpo entre las rocas. Un hombre quizás, lo que alguna vez fue un hombre. O una mujer tal vez, lo que quedó de una mujer. El miércoles 20 de septiembre —apenas un día después del terremoto—, entre la montaña de escombros que quedó del edificio ubicado en el número 168 de la calle Bolívar, esquina con Chimalpopoca, en la colonia Obrera, un cuerpo fue recuperado en extrañas circunstancias. Un reportero de TV Azteca lo dijo ante la cámara: “un grupo privado de rescatistas” había entrado a las ruinas y se lo había llevado.

El cuerpo en cuestión pertenecía a un hombre —lo que alguna vez fue un hombre— de 76 años. De origen argentino. Judío. Empresario. Lo que quedó de un hombre. Aunque para la comunidad judía, al menos para la más religiosa, el cuerpo es algo más que sangre y huesos. El recipiente material del alma, el lugar habitado alguna vez por la chispa de lo divino, eso es la carne. Después de un deceso, todo cuerpo debe ser acompañado, lavado y purificado por una hermandad santa —una Jevrá Kadishá—. Tanto las cremaciones como las autopsias están prohibidas y el entierro debe realizarse en las primeras 24 horas después de la muerte.

Foto: Cuartoscuro

¿Qué pasa entonces cuando el cuerpo está debajo de piedras rotas, de cascajo y polvo? «En la medida de lo posible —explica Irving Gatell, teólogo y especialista en la cultura hebrea—, cuando se trata de judíos observantes sobre todo, la recuperación del cuerpo tiene que ser hecha por judíos religiosos para hacerlo conforme a todas las normas tradicionales. Esa es la primera opción».

Las leyes judías en esta materia son estrictas. El miércoles 20 de septiembre estaban por comenzar las fiestas: esa noche marcaba el inicio del Rosh Hashaná: el año nuevo judío. Cualquier actividad, incluidos los entierros, la preparación y lavado de un cuerpo, quedaría prohibida durante las siguientes cuatro noches y tres días. Había que darse prisa.

Jaime Askenazi fue extraído del derrumbe por la representación mexicana de la Unidad ZAKA de Rescate Internacional de Israel, liderada por el brigadista Marcos Caín. «El deceso fue confirmado al Consulado General argentino en la capital mexicana por la Cancillería mexicana —publicó el diario argentino El Clarín—, a partir de la verificación de identidad que efectuara el Instituto de Ciencias Forenses de la Ciudad de México el 20 de septiembre».

Primer piso

El mensaje fue el mismo en el periódico, la radio, la televisión y las redes sociales: el martes 19 de septiembre a las 11 horas, la Ciudad de México realizaría un simulacro para conmemorar el terremoto de 1985. A esa hora, los altavoces de la capital emitirían el timbre de la alerta sísmica. Todos los inmuebles debían ser evacuados según el protocolo de seguridad. Pero en el edificio de Chimalpopoca, en la colonia Obrera, el plan no se concretó.

«No sé si en los demás pisos salieron, pero nosotros no», dice Fernando Chávez, empleado de la compañía Línea Moda Joven, donde se hacían composturas y se diseñaba ropa para Foley’s, Shasa y New Fashion. Días después, durante las actividades de rescate, los brigadistas encontrarían muchos de los papeles con los diseños de diferentes prendas, entre las losas rotas. De 23 años, Chávez se desempeñaba como cobrador y vendedor.

Dos horas y 14 minutos después del simulacro, todos interrumpieron la jornada laboral. Un sismo de 7.1 grados en escala Richter hizo bramar la tierra. «Mi jefe gritó: ¡Vámonos! ¡Vámonos! Édgar y Goyo, vámonos», cuenta Chávez. «Nos salimos corriendo pero nos atoramos».

El personal de las cinco empresas que operaban en el edificio se encontró en el primer piso. Todos querían ir a la planta baja, donde se encontraba un estacionamiento con capacidad para cinco vehículos. Querían salir, todos. Salvarse.

«Nos empezamos a empujar», admite el vendedor. «Una chica del cuarto piso se cayó, yo me salí corriendo y ella también alcanzó a salir». Muchos no lo lograron.Seis segundos después, calcula Chávez, la torre se desvaneció, una nube de polvo blanco cubrió la calle entera. Del inmueble donde antes laboraban alrededor de 50 personas, según estiman otros trabajadores, no quedó nada. Sólo una montaña de cemento hecho trizas, desgajado.

Segundo Piso

«Fue el portero quien abrió la puerta para que todos salieran. Si él no lo hubiera hecho, nadie hubiera salido», aseguró Iván Vázquez, amigo de Amy Huang, quien trabajaba en el segundo piso del edificio. A Iván lo llamaron por teléfono el miércoles temprano. Su nombre y su teléfono estaban escritos en una libreta que rescataron de entre los escombros. Los brigadistas pensaron que él podría aportar algo de información sobre las personas que habían quedado bajo tierra.

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Pero Iván no sabía mucho. Salvo que Amy Huang Hsien Yu, de 23 años, era la propietaria de la empresa ABC Toys Company S.A. de C.V., junto a su familia. Ubicada en el segundo piso del edificio de Bolívar y Chimalpopoca, la empresa estaba dedicada a importar productos de China —carros de juguete, pistolas de agua, paraguas—. Amy era de origen Taiwanés y estaba naturalizada como mexicana desde hacía varios años. Estudió en la Escuela Bancaria Comercial. Fue allí donde conoció a Iván, quien desde entonces comenzó la búsqueda de su cuerpo, aunque todavía guardaba esperanzas de encontrarla con vida. Durante días escuchó las versiones encontradas de brigadistas y voluntarios.

Altura. Peso. Complexión. Lunares y cicatrices. El anillo o el collar que nunca se quitaba. El color de sus ojos o la mancha con forma de estrella o de L en su espalda. Rasgos de identidad, cualquier detalle que sirva para devolverle el nombre a un cuerpo. Hasta el jueves 22 de septiembre, el Instituto Nacional de Ciencias Forenses reportaba tres cuerpos sin identificar, posiblemente de origen asiático, mujeres.

La madre de Amy, Helen Chin —su cuerpo, lo que alguna vez fue su cuerpo— fue trasladado a Funerales Ermita ese mismo día. Su hijo Jack Huang, amigos y familiares esperaron su arribo en lo que más bien parecía una casa adaptada para el negocio de la velación. Un silencio extraño empañaba el aire. Las sillas vacías abarrotaban el lugar. Amy Huang seguía desaparecida. Aquella noche, y todas las sucesivas, pocos quisieron hablar de los difuntos.

—Compréndanos, en nuestra cultura no hablamos demasiado de nuestros seres queridos —se disculpó uno de los familiares días después, cuando Chilango se puso en contacto para buscar explicaciones sobre lo que ocurría al interior de Bolívar y Chimalpopoca.

Sobre la logística y distribución de los productos de ABC Toys poco se sabe. De sus clientes y empleados tampoco se conoce información. Algunos ex-empleados que laboraban dentro del inmueble, entrevistados por Chilango, calculan que trabajaban alrededor de 10 personas para ABC Toys y que, al momento del sismo, dos personas de Aguascalientes estaban dentro de las instalaciones, cerrando un trato. Se desconoce si sobrevivieron.

De las 21 personas que murieron el 19 de septiembre, al menos cinco eran mujeres de origen asiático. Dos de ellas, quizás empleadas de Amy y de Helen, no contaban con registro migratorio según el Gobierno de la Ciudad de México. Mientras tanto La Oficina Económica y Cultural de Taipéi, como Representación del Gobierno de Taiwán en México, ha hecho públicos los permisos de residencia emitidos por el Instituto Nacional de Migración. Más allá de la incertidumbre, poco se sabe. Dos monjes budistas volaron desde los Ángeles para una ceremonia tradicional que se realizó hasta el lunes, cuando los taiwaneses creen que el alma de los difuntos pasa a mejor vida. Sus cuerpos fueron cremados.

Tercer y cuarto piso

El martes 19 de septiembre, Fernando Chávez inició su jornada laboral a las nueve de la mañana, en la empresa textil New Fashion que operaba desde 2012 en el cuarto piso de Bolívar 168. Para ese día, tenía la encomienda de almacenar telas en cajas que serían distribuidas por la tarde. No logró cumplir con la tarea asignada. Hasta ahora, desconoce el futuro laboral que tendrán los cuatro colaboradores de la empresa de la que también era dueño Jaime Askenazi. “Todavía no sabemos si nos van a indemnizar o alguien más se hará cargo de la empresa”, cuenta.

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Durante los días posteriores al derrumbe, los rumores se esparcieron. Se dijo que este edificio albergaba una enorme fábrica textil y que cientos de costureras centroamericanas y asiáticas trabajaban dentro. Hasta ahora, sin embargo, ni las empresas ni el gobierno capitalino han revelado la cifra de empleados que ocupaba el interior del edificio y, durante los días posteriores al terremoto, una comitiva de diplomáticos de Guatemala, el Salvador y Honduras acudió al lugar y confirmó que ninguna de las víctimas era centroamericana.

Los rumores siguieron, pese a todo. Lo cierto es que aquí difícilmente se manufacturaban prendas a gran escala. La empresa que tenía más empleados en el inmueble de Chimalpopoca era SEO Young Internacional, con alrededor de 20 según un colaborador de la firma que se negó a compartir su nombre en tanto que no se resuelva si la empresa seguirá operando. Su principal actividad era producir bisutería para vestidos que eran comercializados en tiendas independientes.

En el cuarto piso también tenía su sede la empresa Dashcam System’s, dedicada a vender e instalar cámaras de seguridad en vehículos. Propiedad de José Lin Chia Ching, también de origen taiwanés, naturalizado paraguayo, Dashcam ofrecía total discreción: los conductores no se enterarían jamás de que estaban siendo monitoreados. Se intuye que los principales clientes de Chia fueran compañías dedicadas al transporte de mercancías.

Al otro día, por la noche, un grupo de paraguayos de origen taiwanés, llegó al Instituto Nacional de Ciencias Forenses. Según reporta el diario La Jornada, unas horas antes habían recibido una llamada desde el número celular de su hermano, quien trabajaba en el cuarto piso de la fábrica de Chimalpopoca: uno de los brigadistas había recuperado la tarjeta del celular destruido dentro de las ropas de un hombre. «¿Pueden venir a ver si se trata de su hermano?», le preguntaron a Moisés Lin, quien apenas unas horas había aterrizado en México, alarmado por la noticia.

Las antenas

Un edificio es también un cuerpo. Así como nuestro esqueleto sostiene y protege nuestros órganos internos, la estructura de toda construcción debe cumplir, antes que nada ese papel: mantener en pie sus muros y a salvo a sus ocupantes. Pero ningún cuerpo es capaz de aguantar tanto:

«En el techo del edificio de fábricas de la Colonia Obrera (…) había sido colocada una estructura metálica de antenas telefónicas que representó un peso adicional de aproximadamente 42 toneladas», reportó el diario Reforma sin ofrecer más información. Nadie sabe quién fue el responsable de colocar estas estructuras.

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De acuerdo con Rodrigo Sánchez Loyo, especialista en sistemas de telecomunicaciones, estos equipos se utilizan principalmente para telefonía celular y pesan entre seis y ocho toneladas: «Estamos hablando de rentas de entre 25 y 30 mil pesos y son contratos por dos o cuatro años mínimo». Dinero que recibía el dueño del inmueble.

El edificio de Bolívar esquina con Chimalpopoca ya había sido evaluado en el 2004 por el Centro Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred). Ese año, la Subdirección de Estructuras del Cenapred, como parte de una serie de actividades de apoyo al Sistema Nacional de Protección Civil, visitó varias “zonas de riesgo para evaluar las causas y factores que contribuyen a desencadenar desastres”. Entre esas zonas se contaba el edificio de Bolívar 168, en la Colonia Obrera, entonces ocupado por la Procuraduría Agraria.

Óscar López Bátiz, uno de los encargados de dicha revisión contó a Chilango que el Cenapred suele hacer evaluaciones técnicas sobre la vulnerabilidad de ciertos edificios que, aunque no pertenecen al gobierno, son rentados por el mismo. De acuerdo al Informe Sobre las Condiciones de Seguridad Estructural de la Edificación Donde Se Encuentra La Delegación En El Distrito Federal De La Procuraduría Agraria, Ubicada en Bolívar 168, Colonia Obrera, México, D.F. el edificio está ubicado en una zona sísmica III, de suelo blando y lago, por lo que las ondas sísmicas se amplifican y la duración del sismo se prolonga. Esto importa porque, desde hace 13 años, el edificio ya presentaba algunos daños y deficiencias de diseño:

«Por otro lado, de las trabes que se pudieron inspeccionar en el cuarto entrepiso, entre el 30 % y el 40 % de ellas presenta agrietamiento por tensión diagonal en la vecindad de la unión viga-columna. En la mayoría de los casos ,el ancho de las grietas es del orden de 0.2 mm, valor que no se considera representativo de reducción en la resistencia del elemento ante cortante, pero la presencia de este tipo de grietas -aunado a la ausencia de grietas por flexión (verticales, perpendiculares al eje longitudinal del elemento, y generalmente localizadas en la sección de unión trabe-columna)- es un indicador de una probable deficiencia en el diseño y dimensión de estos elementos».

En este caso, el cambio de sede de la Procuraduría Agraria pudo obedecer a la negativa de los arrendadores por ofrecer la constancia de seguridad estructural y los estudios pertinentes de vulnerabilidad requeridos por la Cenapred. La identidad del dueño o los dueños del inmueble, se desconocen.

«Con las estructuras que manejamos en México —dijo hace unos días el director general del Cenapred— con ladrillo, concreto reforzado o acero, estructuras muy pesadas, si tengo cinco pisos arriba, a la hora que caen inclusive sobre esta mesa que parece dura, va a colapsar».

El peso de una losa de concreto es de dos mil 400 kilogramos por metro cuadrado. El edificio de Chimalpopoca tenía una dimensión de más de 600 m2. Si se dejó un área libre del 20%, el peso sería mil 226 toneladas por losa. Sin embargo, los fragmentos que pudimos apreciar en compañía de especialistas luego de que terminaran los trabajos de rescate muestran que se trataba de losa reticular o nervada, un sistema constructivo usado precisamente para aligerar el peso de las losas. Eso que circulaba en redes como posible unicel, es en realidad casetón, que funciona como cimbra para que el concreto entre en las nervaduras. Sin embargo, a ello debe agregarse el peso de muros, columnas, gente y claro, las antenas, las malditas antenas de 42 toneladas.

Lo que alguna vez fue un edificio

Un hombre le grita a otro, en medio de los pedazos de concreto y la devastación.

–¡Contéstame! ¿Dónde está mi mamá? ¿Cuántas personas trabajaban ahí? – pregunta una y otra vez Roberto a un hombre joven, delgado, de tez blanca y con cabello rizado.

Roberto pide que no usemos su nombre real. Todavía está de luto. El hombre que estaba frente a él, le dijeron, era el jefe de su madre, quien murió en el derrumbe. Jamás le respondió. Tampoco le dio siquiera el pésame. «Le grité, le pregunté qué onda, me molesté, me agarró la policía y él siempre con su teléfono, no contestó».

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Martha—de nuevo, este no es su nombre real a petición del deudo— trabajaba en la empresa de ropa, Línea Moda Joven SA de CV. Tras enterarse de que el edificio había colapsado, el hijo de Martha  y sus familiares se trasladaron al predio para tratar de encontrarla. Ahí, un grupo de trabajadores y rescatistas les señaló al dueño de la empresa, quien jamás dijo una palabra.

La información era vital para realizar la búsqueda. De esos datos dependía la estrategia de rescate y el lugar donde concentrarían sus esfuerzos los rescatistas. Pero la información se reservó.  El cuerpo de Martha* fue hallado el viernes, fue uno de los últimos que se extrajeron de entre las piedras.

Un día antes, el jueves por la mañana, una brigada feminista había acudido al lugar para exigir, entre muchas otras cosas, el trato digno a los cuerpos de las mujeres muertas por el colapso. Después de dos días de organización masiva y espontánea, todavía coordinada entre las pocas autoridades y la sociedad civil, la presencia de un grupo militante no fue del todo bien recibida.

En total se contaron 21 cuerpos entre los escombros. Dos más se rescataron con vida. Sin embargo, entre las muchas consignas que gritó la brigada feminista esos días—en megáfonos o en pancartas— una resulta pertinente: “nuestros cuerpos no son desecho”. La consigna respondía a la posibilidad y a los rumores de que, en pocas horas, entrara maquinaria pesada a remover el restante de los escombros. Sin una lista de trabajadoras, sin el plano arquitectónico del inmueble, no existía certeza de que no hubiera más personas, más mujeres, más cuerpos entre las ruinas.

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El cuerpo, otra vez el cuerpo: ese espacio de revelaciones, de dolores y recuerdos concentrados. Apenas el miércoles, el cuerpo de un hombre, lo que alguna vez fue un hombre, fue rescatado de entre las rocas por una brigada especial judía que siguió trabajando en los siguientes días, a pesar de los días santos. El cuerpo de cinco mujeres taiwanesas esperaba ser reconocido en la morgue para ser cremado al séptimo día de su muerte. Entre las ropas que cubrían el cuerpo de un taiwanés, naturalizado paraguayo, se encontró un celular destruido. El cuerpo de una mexicana era buscado por su hijo con desesperación.