Un subgénero del terror tan clásico como el de los zombies tiene, ciertamente, diversas reglas concretas. Esto es algo que el cineasta americano Jim Jarmusch entiende a la perfección como evidente seguidor del terror clásico en general: de George A. Romero y John Carpenter hasta llegar al Nosferatu, de F.W. Murnau.

Tras explorar el mito de los vampiros en Sólo los amantes sobreviven, Jarmusch ahora aborda el apocalipsis zombie, consciente de los pasos que una cinta de este subgénero tiene que seguir. En ese sentido, Jarmusch no pretende cambiar su gastada estructura, haciendo énfasis, por ejemplo, en el origen del fin del mundo y de otros sucesos extraños (que en este caso tienen que ver con el fracking polar y la desviación del eje de la Tierra), y en las bien conocidas características del muerto viviente: continúan sintiendo atracción por lo que disfrutaban cuando estaban vivos y, para eliminarlos, no hay de otra más que atacar su cabeza.

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Es en lo reiterativo de las cintas de zombies donde Jarmusch encuentra su disfrute, inyectando un constante tono absurdo que lleva a geniales momentos cómicos, de la mano de, sobre todo, los oficiales del pueblo americano de Centerville, interpretados por Bill Murray y Adam Driver; y una Tilda Swinton memorable, como la extraña extranjera que atiende la funeraria local y que tiene un gusto por la cultura japonesa (es experta en manejar las espadas samuráis).

The Dead Don’t Die

Con una cinta como Ghost Dog: El camino del samurái en mente, es obvio que más allá de las convenciones del género, The Dead Don’t Die, así como en su momento Sólo los amantes sobreviven, tiene el sello del autor. Mientras que conocemos a otros habitantes del tranquilo pueblo —de un seguidor de Donald Trump (Steve Buscemi), un hermitaño estrafalario (Tom Waits), un empleado de una tienda de servicios y aficionado al terror (Caleb Landry Jones) a un grupo de niños que están en una correccional (estos últimos notables por su truncado arco narrativo)—, también caben las referencias usuales del cineasta a la cultura fílmica, literaria y musical.

Pero en esta ocasión, guiños a Zelda Fitzgerald o a Herman Melville, además de los más obvios si pensamos que se trata de un filme de zombies (el influyente Romero siempre en la mente de Jarmusch) vienen acompañados de metaficción y, muy probablemente, del Jarmusch más autorreferencial hasta ahora. The Dead Don’t Die cumple siempre como una cinta dentro del subgénero única (basta decir que Swinton usa esa espada samurái para decapitar muertos vivientes, o que el humor absurdo no para), pero incluso se siente como una rareza aún si conocemos la filmografía de Jarmusch (en particular el desenlace del personaje de Swinton es desconcertante).

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Tan autocomplaciente como pesimista, Jarmusch parece cada vez más interesado en exponer que, como dice el personaje de Tom Hiddleston en Sólo los amantes sobreviven, la sociedad moderna está plagada de zombies adictos al Wi-Fi y, en general, a lo material y superficial. Valiosa pero no llega inmediatamente a lo más destacado de este genial cineasta (donde sí se encuentran sus dos anteriores filmes, Sólo los amantes sobreviven y Paterson).