Desde 1889 la familia Olarte se dedica a la reparación de instrumentos musicales de viento. Aunque la Ciudad de México ha cambiado radicalmente desde entonces, aún quedan algunas certezas, como el inmenso amor por los instrumentos que hay en el Taller Olarte.

Hay cosas que se llevan en la sangre, a las que nos les puedes huir porque existen como una pulsión latente. En el Taller Olarte, ubicado en la calle de Pescaditos #8, lo saben muy bien. Aquí, el amor que se profesa hacia los instrumentos musicales se lleva en la sangre, como prueba están las siete generaciones que, sin perder continuidad, han mantenido este oficio.

Héctor Olarte se encuentra al frente del famoso taller que tiene alrededor de 133 años de antigüedad. Junto con él trabajan dos de sus hijos, un nieto y tres personas más que al igual que él les apasiona lo que hacen. Aquí vienen a reparar los instrumentos de todo tipo de músicos, pero también han hecho migas entre cada servicio que realizan. Cualquiera que entre al lugar se podrá dar cuenta: las fotografías, decoraciones y hasta los muebles son cómplices de la historia del lugar.

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Taller Olarte: un taller en la calle de Pescaditos

El espacio del taller es reducido, pero está perfectamente pensado para que todos, trabajadores y clientes, se sientan bien acogidos. Antes se encontraban en la calle de Academia #13, sin embargo con el desarrollo del Centro Histórico terminaron a un pasito del Mercado San Juan y la XEW. Héctor nos platica que han estado por más de 55 años aquí en la calle de Pescaditos, por la cual seguido veían a músicos que se dirigían a la radio.

taller olarte

La calle es cortita y poco sonada, pero todos la reconocen como la de los instrumentos musicales. El Taller Olarte se ha hecho de una enorme fama entre el gremio debido a la larguísima tradición que mantienen.

“Aquí saben que reparamos los instrumentos de todos, de músicos de pueblo, de grandes bandas, de los músicos del centro. A cualquiera vemos como lo ayudamos porque eso nos da gran satisfacción”, nos dice Héctor.

Reparando instrumentos musicales desde 1889

Son siete generaciones por las que ha pasado este meticuloso oficio,el cual requiere muchísima pericia y manos hábiles para dejar los instrumentos como nuevos. La historia del taller se remonta a finales del siglo XIX, 1889 para ser exactos, cuando Braulio Olarte aprendió el oficio gracias a un soldado francés que llegó por la guerra y se quedó en el país. Así comenzó a reparar instrumentos de viento. Él era originario de Puebla, pero debido a la situación bélica del país se mudaron a Querétaro y después a la Ciudad de México, platica Carlos.

“No tengo constancia de él ni del taller en 1889, sólo la historia que nos contaba y el conocimiento que desde ese entonces tenemos. Siempre busqué una foto pero ya sabe, en ese entonces las fotografías daban miedo. ¡A mí todavía me dan miedo! —dice Héctor soltando una carcajada— Entonces no tengo cómo enseñarle a la primera generación”.

Para resolver esta situación, decidió comprar una postal con un retrato de un mexicano de hace añísimos en un puesto de chácharas del centro. Cuando llegó entusiasmado a enseñarle a su papá, Don Carlos Olarte, este se indignó. “¡Está muy feo! Me gritó mi papá”. Así que solo quedó el chascarrillo de su ocurrencia. Eso sí, en la recepción se puede ver una fotografía donde aparecen de la segunda generación, a la quinta, que es la Héctor.

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Siete generaciones y contando

A este montaje fotográfico le hace falta una actualización, ya que ahora se han sumado los hijos de Héctor: Héctor Jr y Rodrigo. “Mi otro hermano (Carlos) también trabajaba aquí, pero ahorita anda en otras ondas”, nos cuenta Héctor chico mientras sopletea un minúsculo trombón. Su hijo, Héctor Jesús —parece trabalenguas, pero han buscado mantener los nombres— también le entró al quite desde hace unos años y ahora es aprendiz.

“Uno nunca deja de aprender, siempre estamos aprendiendo, incluso mi papá que ya se las sabe de todas, pero yo diría que se necesitan aproximadamente cinco años para saber lo básico y ya poder trabajar bien aquí”.

Haciendo cuentas, le quedan dos años de entrenamiento completo a Héctor Jesús, Chuy como le decía su bisabuelo, para graduarse como la siguiente orgullosa generación Olarte.

Al igual que su papá y sus tíos, Chuy llegó al taller por convicción propia, por ese magnetismo que generaban las visitas de niño al taller. Imagínense, el sitio está lleno de curiosidades, de piezas brillantes que causan asombro y novedad, eventualmente decidió regresar de grande. Dentro de este extenso linaje Olarte, la mayoría ha llegado así, por corazón. Pero algunos también lo han hecho por necesidad, dice Héctor, ya que eran otros tiempos y a veces sólo había que ponerse la camiseta.

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Bandas de pueblo, El Recodo y La Maldita

Aquí se reciben instrumentos de todos los tipos de grupos y músicos que hay, a ninguno se le hace menos. De hecho, lo que más satisfacción le da a Héctor y su familia es trabajar para los músicos de las bandas de pueblo, porque son quienes llevan la carga de mantener las tradiciones:

“Vienen muchos músicos del centro, bandas, solistas, músicos de pueblo, hasta los que pasan por la calle tocando con el sombrerito para que le demos una soldadita a sus instrumentos —nos platica Héctor—. Hay mucho músico que no podría pagar nuestro trabajo, pero les cobramos un poco menos, tocan con el corazón, casi siempre instrumentos chinos porque es para lo que alcanzó”.

Como reciben de todo, también han trabajado con personajazos de las grandes ligas. Don Carlos Olarte —papá de Héctor y quien falleció en 2015— trabajó con Cruz Lizárraga, fundador del Recodo y también con Dámaso Pérez Prado, mejor conocido como “El Rey del Mambo”. Con mucho cariño Héctor recuerda que Pérez Prado se ponía a pitar su instrumento después de recibirlo “¡Qué sonido!”, dice, todos quedaban embelesados con esos palomazos.

Freddy Manzo, Montés de Durango, los Cuisillos, Banda el Recodo, La Original Banda el Limón, también son clientes frecuentes. Rodrigo Olarte, disfruta del ska, entonces se emociona mucho cuando llegan los metales de Panteón Rococó, Paco Barajas y Missael Oseguera. “Todos los aniversarios de Panteón Rococó suelo ir. Es una satisfacción enorme cuando están ahí en el escenario y se echan sus solos. Es mucha emoción ver como ante miles suenan esos instrumentos que nosotros arreglamos”.

La leyenda Eulalio Cervantes Galarza, “el Sax”, quien fue saxofonista de la Maldita Vecindad hasta su fallecimiento en 2021, también fue su cliente. “Tuvimos el gusto de trabajar con él y reparamos su instrumentos en los mejores años de la Maldita”.

Es trabajo en equipo

Si bien Héctor se encuentra a la cabeza, el éxito y las satisfacciones son del fabuloso equipo. Cada instrumento pasa por la manos de todos los miembros del Taller Olarte: Héctor Olarte, Héctor Olarte Jr, Rodrigo Olarte, Héctor Jesus Olarte, Dulce Maria de Jesús Takami, Eduardo Hernández García y Susana Avilez. O al menos así ocurre con la mayoría de las piezas que entran a reparación, algunas son más rápidas, pero los trabajos largos son llevados en conjunto.

“Yo no me guardo las felicitaciones —dice Héctor—, es una labor de equipo. Incluso en una ocasión al maestro Freddy Manzo le entregamos su saxofón y le pitó bien bonito. Me felicitó por ese trabajo pero le respondí ‘No se le olvide, maestro, que es labor de equipo, son mis hijos y varios que le tienen cariño al taller’. De ahí el maestro Freddy le gritó a todos ‘Hasta luego muchachos, gracias por todo, quedó muy bien’. Estábamos todos con sonrisa de oreja a oreja”.

Aquí no hay forma de ocultar el amor que se tiene por los instrumentos musicales. Los clientes se van contentos y Héctor está lleno de orgullo con lo que logran en el taller, un trabajo extenuante pero lleno de corazón. Mientras están reparando hay cábula, risas, chistes y plática, este lugar se ha convertido en un hogar. Cada rincón tiene herramientas, pero también lo han hecho suyo con todo tipo de recuerdos que resguardan las anécdotas.

taller olarte

Al despedirse es imposible no pensar en todas las leyendas, historias y personas que han pasado por aquí, que han moldeado al Taller Olarte junto con la propia familia. Siete generaciones son testigo de esto, algunas desde su lugar de trabajo y otras más observan con ojos atentos desde su fotografía, pero de lo que están seguros es de que esto seguirá. “Aquí nos gusta lo que hacemos, nos gusta recibirlos y darle ese cariño a sus instrumentos que a veces son más queridos que su pareja —se ríe Héctor—. Aquí seguirá el Taller Olarte cuando gusten regresar”.

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