La Nueva España no tardó en tener su primera casa de citas conocida como la casa de Las Gallas, la cual se ubicaba en la actual calle de Mesones.

La invasión española trajo cambios permanentes a la gran Tenochtitlan, convertida en la Nueva España rápidamente.

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Ésta adoptó las costumbres de la “Madre Patria”, incluidas las sexuales.

Así se creo la casa de citas de Las Gallas

Se creo la primera zona de tolerancia de la ciudad, la cual se encontraba en la actual calle de Mesones y que era conocida como la casa de Las Gallas.

Se dice que el nombre era referencia a las mujeres “locas” o enfermas de su cuerpo.

Las Gallas no solo fue la primera casa de citas de la Nueva España, también lo fue del continente.

Si andas dando un rol por el centro y pasas por la calle de Mesones, en el número 167,  podrás ver una placa que recuerda el sitio donde estuvieron los primeros burdeles que hubo en la ciudad.

En ella puede leerse: “En esta calle se establecieron en el siglo XVI las primeras casas de tolerancia en la ciudad”. Asimismo, la fachada conserva el color rojo tan usual de la época.

De acuerdo con “Ciudad, sueño y memoria”, de Héctor de Mauleón, luego de destinar un sitio para la cárcel, la horca y la carnicería, los fundadores se dieron de que algo hacía falta.

Requerían de un establecimiento, o varios, donde soldados, solitarios y aventureros fueran a divertirse y desfogarse.

Fue entonces cuando Mesones se convirtió en una calle llena de lugares para hospedarse, la cual contaba con un flujo enorme de arrieros, comerciantes y todo aquel que llegaba a buscarse la vida en la gran ciudad.

También acostumbraban a ir nobles y aristócratas novohispanos también acudían en busca de placer, aunque se dice que entraban a los burdeles con el rostro cubierto.

Con permiso de su majestad

En 1538, antes de la casa de Las Gallas, un lugar ya había recibido permiso oficial mediante una cédula que con la frase “Yo la reina”, tenía autorización para el funcionamiento del primer prostíbulo de la ciudad.

No hay registros precisos de su ubicación, solo se sabe que era atendido por mujeres españolas recién desembarcadas.

Cuatro años después se construyeron allí cuatro casas públicas, incluida la de las Gallas, a la que se considera como primera y original, aunque no lo sea.

¿Cómo saber que podían solicitarse servicios sexuales? Bueno, había que buscar la rama de un árbol, de ahí deriva la palabra “ramera”, como se les decía a las trabajadoras sexuales de la época.

No obstante, la hipocresía de la sociedad novohispana, tan parecida a la actual, les dio nombres humillantes y despectivos.

Reglamentos estrictos para la casa de citas

La casa de Las Gallas, y el resto de las “hospederías” tuvieron gran popularidad entre los hombres de la Nueva España.

Su asistencia era tal que un escandalizado Fray Juan de Zumarraga, quien denunció ante el rey a los sacerdotes de apellidos Rebollo y Torres.

Esto debido a que solían asistir de noche a más de un prostíbulo bajo el pretexto de ir a buscar ídolos y destruirlos, una forma muy elaborada de decir que iban en busca de encuentros sexuales pagados.

La zona pronto se convirtió en sinónimo de escándalo y decadencia. Tanto que un famoso vecino de las Gallas, conocido como “Ortiz el músico”, dueño de una escuela de danza, solicitó al ayuntamiento permiso para mudar su escuela lejos del placer y la perdición.

Felipe II reglamentó en 1572 la existencia de estos lugares, designó que una persona debía encargarse de supervisarlas, algo así como una figura paterna o materna, quienes aplicarían el reglamento.

De ahí surgieron otras palabras conocidas hasta la actualidad: padrote y madrota. Una de las reglas principales era que no podían trabajar vírgenes, menores de doce años, mujeres casadas o endeudadas.

¿Quiénes eran las gallas?

Pese a que la sociedad de la época las percibía como enfermas del cuerpo, es decir, con mayor proclividad a dicho “estilo” de vida o un apetito sexual insaciable, estas mujeres era huérfanas o habían sido abandonadas por sus padres y no conocían otra forma de vida.

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Un decreto de 1670 hace un repaso por los apodos de las gallas más famosas de ese tiempo: la Vende Barato, la Sedacito, la Chinche, las Priscas y la Manteca figuran en ese particular documento, revelando que su identidad se escondía detrás de pícaros sobrenombres.

Según la historiadora Josefina Muriel, pese a la condena social, su aparente susto y rechazo o las críticas, Las Gallas y otras sexoservidoras tuvieron la oportunidad de gozar de una buena situación económica.

Muchas de ellas recibían caros regalos, vestidos y joyas. Para muchas, el lujo era tal que provocó ira y protestar contra ellas, sin embargo, estos lugares se mantuvieron en pie por mucho tiempo, antes que el oficio se trasladara a otros puntos de la ciudad y creciera junto con la urbe.