En México, siempre ha sido importante que en las fiestas o reuniones familiares haya mucha comida, pero en los 80, cuando ya estábamos hartos del nacionalismo de los 70 que se había impulsado desde la política, las personas buscaron novedades de otros países, principalmente de Estados Unidos.

Así, los platillos y bebidas con mucho dulce y grandes tamaños que se podían ver en banquetes de series como “El Crucero del Amor” o “Magnum” eran los favoritos de quienes se querían lucir o darle el toque “nice” a su mesa.

Algunos de estos platillos y bebidas ya son toda una tradición, pero difícilmente podrían servirse en un restaurante de la Condesa, un bar de Polanco o una fiesta en algún jardín de Cuernavaca sin que te miren feo… claro, si es que te las quieres dar de “nice”.

Demos un repaso por las mesas del pasado.

Mejillones, ostiones, anguls y todo lo que sacara de un arcón

En festividades como la Navidad era todo un ritual que el orgulloso papá godínez abriera, ante la familia o los amigos, el arcón que le había regalado un cliente o que se había ganado en la rifa de la posada de la oficina.

Deleitar a sus invitados con mejillones u ostiones ahumados servidos sobre una galleta salada era todo un símbolo de estatus, ya que era como compartir la riqueza y la abundancia que contenía ese tesoro que había sido comprado en El Sardinero (un autoservicio muy caro que se especializaba, quién sabe por qué, en vender arcones).

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Jamón endiablado

A veces venía en los arcones, pero la gente sí acudía a comprarlo al supermercado para, por ejemplo, mezclarlo con mayonesa y mostaza y preparar los sándwiches que servían en fiestas infantiles “nice” (que a los niños no les gustara ese sabor no era importante).

No faltaba la mamá que lo usaba para preparar rápidamente unos bocadillos que podían degustarse, por ejemplo, en el autocinema (sí, antes había autocinemas en recónditos lugares, como Lindavista o Satélite) o en día de campo.

Medias de seda, Daikiry y hasta la piña colada

A finales de los 70, tomar cualquier bebida sola no era “nice”, ¡y menos para las mujeres! Tomar cerveza era para vikingos y ¿tequila?, ¡ni que fuéramos “teporochos”! Eso era para muy machos, como Pedro Infante.

Los martinis se pasaban de elegantes porque tenían una mezcla de bebidas que salía cara, pero en el nivel intermedio había una amplia gama de coctelería cuyo principal atributo era un sabor dulce… ¡pero muy dulce!

La bebida ideal para mezclar en esos años era el ron (además de que había versiones y marcas muy baratas) y con ella se crearon mezclas como las “medias de seda”, que se preparaban precisamente con ron blanco, acompañado de leche evaporada, granadina y canela (la receta puede variar) o el daikiry, que se preparaba licuando ron, limón, mucha azúcar y dos o tres fresas.

Eran tan populares que a mediados de los 80 empezaron a venderlos embotellados y sólo bastaba con licuarlos con mucho hielo, ¿o no recuerdan esos comerciales del “así sí” en el que aparecía un muchacho llamado Eugenio Derbez? Pero antes, la imagen de esa marca era uno de los símbolos juveniles de la época: Héctor Bonilla.

Polla

Esta bebida no era precisamente “nice”, pero sí era –digamos- socialmente aceptada. Preparada con jerez, yemas de huevo y canela, paso de ser un producto más que se vendía en los puestos callejeros de jugo de naranja, a ser una bebida famosa cuando el comediante Luis de Alba, caracterizado del “Pirrurris” anunció en televisión nacional una marca de jerez que tenía el eslogan “la polla más polla”.

Cerdo en salas de ciruela, pato al orange y otras especialidades

En los 80 todavía no inventaban conceptos como la cocina fusión, molecular o experimental y tampoco se usaba el término gourmet para vender una receta; sin embargo, como era la época en donde lo que más se consumía eran los sabores dulces (pregúntale a tu abuelita si no remojaban el chupón de tu papá en miel), los platillos de cualquier banquete que se respetara debía tener interesantes e innovadoras mezclas como el cerdo en salsa de ciruela (sí, como el que sirvieron en los 15 años de tu mamá) o el máximo referente de comida exótica: el pato al orange, el cual era más popular en las caricaturas que en las fiestas, pero si llegaban a servirlo en la vida real, era señal de que estabas en un lugar muy pro (también tenía una versión alternativa con pollo, pero eso resultaba muy “corriente”).

Jamón Virginia… ¡con piña!

Era un jamón glaseado (sí, con miel, azúcar, o ambos) servido con rodajas de piña en almibar. En esa tradición de ponerle dulce, mucho dulce, a lo salado, estaba este platillo que, además de ayudar a tener hoy altos índices de obesidad y diabetes, dio origen a una de las aberraciones más populares en la dieta de los mexicanos: la pizza hawaiana.

Pasteles con merengue

En el postre no podía faltar pastel y gelatina, juntos, no por separado. Pero el pastel debía estar muy adornado, por lo que se echaba mano del merengue o la chantillí en grandes, grandíiisimas cantidades. Por su fuera poco, se adornaba con fruta, que podían ser desde una fresas hasta unos duraznos en almibar, o con coco o chocolate rayado. Los preferidos eran los que tenían todo a la vez.

¿Recuerdas cuando servían en las fiestas este tipo de platillos?

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