La sustancia química que generan las luciérnagas para brillar de noche se llama luciferina, a partir de este romántico concepto nace este lugar, donde pretenden que la gente que los visite “brille por su propia luminiscencia”.

Ubicada dentro de una casona de la época del Porfiriato –cuando la Juárez era una de las colonias donde habitaba la aristocracia–, es un espacio que se salvó de la demolición e, incluso, está catalogado por el INBA y el INAH. Al llegar, te encuentras con una fachada imponente, seguida de un vestíbulo y unas cortinas negras que dan solemnidad a lo que observarás adentro.

Lo primero que verás es la terraza, y al subir se encuentra la barra, que es el corazón de la taberna. De sus 12 tragos, el más exótico es el Tarántula, una bebida tricolor que después del primer sorbo adormece los labios, luego te hace sentir cosquilleo en la boca. Tienes que probarla para salirte del libreto clásico de la coctelería, pero no está en la carta, hay que pedirla.

En la mesa, la selección de los platillos se basó en la comida rústica, abundante para compartir y comerla con las manos. La crema de chicharrón es el plato estrella: trae un totopo frito ahogado y un toque de picante, seguramente no has probado algo igual. El pan nunca falta en la mesa y lo acompañan con un sampler de salsas para los diferentes paladares: un jocoque con menta, una salsa de habanero al ajonjolí, un puré de berenjena tatemada y la salsa roja martajada, que es la estelar.

Mi rincón favorito fue la barra, pero si lo que quieres es disfrutar una cena tranquila para platicar, elige una mesa del patio junto a los ventanales de madera. Próximamente tendrán brunch dominical.