Hay una historia secreta del rock que se oculta a plena luz del día. Más allá de las guitarras heroicas, las baterías propulsoras y los cantantes virtuosos y llenos de pasión, hay un mundo de introspección ácida, disonancia y pasajes instrumentales torcidos que ha hecho del estilo más profundo y multifacético que pocos han explorado. King Crimson han tomado este camino poco recorrido y han tenido algunos de sus momentos más brillantes cuando conjuntan este con el lado más visceral del rock.

Tuvimos la oportunidad de ser testigos de este poder en un histórico concierto el 14 de julio en el Teatro Metropólitan que -para bien o para mal- quedará registrado en nuestras cabezas y no en nuestros celulares, ya que tomar fotos o grabar videos estaba prohibido.

El grupo liderado por Robert Fripp ha tenido muchísimos cambios de alineación y en esta ocasión tomó la forma de un octeto que incluía a tres bateristas, metales, teclados, dos guitarras, bajo y stick. No tardamos en escuchar el poder de esta alineación, el riff pesado y metamorfosis constante de “Larks’ Tongues In Aspic, Part One” nos dio la bienvenida y de ahí nos llevaron a un viaje por su pasado, sobre todo de su época dorada en los 70s, representada por favoritas como “Cirkus,” “Starless,” y “Islands” entre otras. Los 80s tuvieron un par de selecciones al igual que la década pasada.

King Crimson es incapaz de tocar una nota mala y su entrega fue absoluta todo el tiempo. Portando trajes formales, hubo momentos en los que su vestimenta contrastaba con lo salvaje de la música, mientras que en otras ocasiones parecía ir ad hoc.

El público, por su lado, estuvo compuesto de gente de todas las edades, muchos amantes de la ejecución instrumental impecable, quienes quedaban maravillados por todo lo que sucedía, desde las baladas a las improvisaciones disonantes, respondiendo con gritos constantes cuales fans de One Direction cuando Harry Styles sonríe en el escenario.

Desde la construcción de ritmos perfectos con todos los instrumentos a la búsqueda de texturas ajenas al rock, el grupo nos dio de todo en un concierto separado por un intermedio.

El encore nos dio la canción que le da título a In The Court Of The Crimson King seguida de un cover de “”Heroes”” de David Bowie, un homenaje al entrañable ícono desaparecido y al momento histórico en que Fripp contribuyó la guitarra distintiva de la versión original de la canción.

Por supuesto, al final salió “21st Century Schizoid Man,” el primer momento de la banda que miró al futuro y a una dimensión paralela a la vez; esta versión fue fuerte, voraz y llena de matices que fueron del metal al free jazz, pasando por el clásico solo de batería.

Fue una cátedra de lo que esperamos de una banda legendaria de rock así como formas musicales más allá del cliché rockero: minimalismo, serialismo, psicodelia, industrial, improvisación libre.

King Crimson rockearon y rockearon fuerte, pero nos dieron mucho más: un paseo por la música que crece y muta constantemente, que no teme a las reglas y que no deja de emocionar.