¿Cómo es que tres niños que se ponían a cantar en las reuniones de sus padres se volvieron fundamentales para el nacimiento y el desarrollo del rock nacional desde los 80?

Los tres tienen esa misma mirada, ese mismo gesto recurrente de girar un poco la cabeza sobre su hombro izquierdo y de mirar a su interlocutor con fijeza pero de reojo justo cuando van a responder con seriedad. Los tres comparten cierto parecido físico y tienen un carácter amable e, incluso, bonachón. Los tres han sido determinantes para el desarrollo del rock nacional, en diferentes épocas y de maneras distintas. Y los tres han estado sobre un escenario tocando música consu propia banda.

Pero fue la sala de su casa, en el barrio San Lucas, en Coyoacán, el primer escenario oficial donde tocaron. Solamente se trataba de inocentes presentaciones familiares que interrumpían por algunos momentos las conversaciones de los adultos. No importaba que hubiera una diferencia de 10 años entre el mayor y el menor. Cuando los pequeños Leoncio, Marcello y Camilo cantaban con una guitarra para los amigos de sus padres, todos miraban con atención a estos tres personajes que entonaban algunos covers. Sus padres los escuchaban con orgullo.

Los hermanos Lara estaban lejos de imaginar que se volverían determinantes para el nacimiento y el desarrollo del rock nacional desde la década de los 80, cuando se gestó la generación más poderosa de bandas de rock en nuestro país con nombres como Caifanes, Maldita Vecindad, Café Tacvba oo Fobia.

En aquellos tiempos, los hermanos no tenían la más mínima idea de que Bon y los Enemigos del Silencio –la banda de Leoncio– serían teloneros de Rod Stewart en Querétaro, en aquel concierto que en 1989 por fin abrió la puerta para que los grandes cantantes y grupos internacionales incluyeran a México en sus giras; que Camilo ocuparía la presidencia de una disquera transnacional o que Marcello llenaría el Auditorio Nacional junto con su banda Moderatto y sería el director de una de las estaciones de rock más importantes en nuestra historia.

Estos hermanos crecieron rodeados de libros y discos de música clásica, y bajo la exigencia de estudiar una carrera universitaria. Aunque los impulsaban a encontrar su vocación, sus padres –el doctor Leoncio Lara Sáenz y la maestra Rosa María Álvarez de Lara, dos prominentes abogados mexicanos defensores de los derechos universitarios de la UNAM– les repetían constantemente que la música no era una forma de vida, que debían buscar y concretar algo serio. Al rock en México, entonces, no se le veía ni presente ni futuro.

Pero tampoco a los hermanos Lara con la escuela. Definitivamente no era lo suyo.

Química y Comunicación fueron algunos de los intentos que los hermanos Lara realizaron para llevar la fiesta en paz con sus padres. Camilo cursó sólo un semestre, Leoncio –mejor conocido como Bon– terminó, pero no obtuvo la titulación. Marcello sí, como licenciado en Comunicación por parte de la Universidad Iberoamericana –apenas hace un año y, en cierta medida, gracias a las sugerencias de su terapeuta–. Según Bon, Marcello pudo ser un gran abogado, pero «más de dos defensores legales en la familia ya sería un barco pirata».

Lo suyo era la música. Y precisamente la inquietud de comprar discos e instrumentos musicales motivó a los Lara a emprender cualquier tipo de chamba que les dejara suficiente para darle vuelo a su pasión. Entre los trabajos más fructíferos recuerdan uno donde también se divertían. Lara y Lara era el nombre de un lavado de autos donde Marcello aseaba los vehículos y Leoncio cobraba a los clientes. El hermano mayor siempre llevaba la batuta, justo como en la música: Leoncio Lara fue quien influenció a sus dos hermanos a escuchar rock. Acepta el crédito con gusto.