La verdadera Babel detrás del divorcio de la pareja más creativa del cine mexicano.
Marzo 2007
Chilango No. 41

Exhaustos, uno al lado del otro, grababan a la una de la madrugada del 11 de mayo de 2001 los segundos finales de los comentarios que acompañarían al DVD de Amores Perros. En el monitor corren los créditos. La película, el primer largometraje de ambos, había cimbrado al cine nacional y su poder expansivo alcanzaba al mundo: 51 premios internacionales, una nominación al Oscar y más de 20 millones de dólares recaudados. Guillermo Arriaga, el guionista, habló al micrófono: «La película me trajo a Alejandro un hermano». El dueto más genial del cine mexicano contemporáneo vivía una alegría delirante. Habían dejado ir pasión y carne viva en una cinta conmovedora, impregnada de abandono y traición. Tres años después, el abandono y la traición arrasaban con su pacto de hermanos.

Fue bajo el silencio de Villa Verdún, mientras su familia dormía, cuando Guillermo Arriaga tecleó punto final a la versión original de The Last Day. Más tarde, Alejandro González Iñárritu recibía un documento denso de 200 páginas. Lo empezó a leer. En versión original, dos niños de Túnez asestaban —por accidente— un balazo al cráneo de Richard, un turista que viajaba con su mujer. La siguiente trama narraba el trágico destino de Amelia, una niñera mexicana radicada en Estados Unidos. Satisfecho inició la última historia. En ese momento, cuando Alejandro leyó la trama de Mariana, una enigmática adolescente, el dúo Arriaga-González Iñárritu estaba recibiendo su condena de muerte.

Arriaga quería que uno de los personajes de su nueva obra fuera un minusválido. La idea nació de una pregunta no resuelta, que le surgió al dirigir en 1999 la serie ABC discapacidad de Canal Once: ¿cómo encuentran gente con quién hacer el amor las personas con graves problemas físicos? Creó entonces a “Mariana” —tomó prestado el nombre real de su hija—, determinó que la adolescente era una débil visual que vivía con su familia en un pueblo de España y la instaló en una situación extrema: sus padres le anunciaban un muy riesgoso transplante de córneas. De fracasar, quedaría ciega. En el hospital nada alimentaba su esperanza: la mayoría de compañeras a las que se les practicó esa cirugía ya eran invidentes. Las córneas recibidas serían las de Richard, el turista que, tras el disparo recibido en la cabeza, había sufrido muerte cerebral.

Mariana se hizo una promesa: perdería la virginidad antes del día del ingreso al quirófano. Quería hacer el amor. Más aún: quería verse haciendo el amor. La historia de la adolescente se desarrollaba en el lapso de su agobiante búsqueda de un sitio donde unir su cuerpo a un hombre. Las cuatro historias del guión —que transcurrían en 24 horas— respetaban un denominador común: el último día de algo (la inocencia, el amor, el miedo). Arriaga intercambió ideas con el cineasta suizo Marc Foster y decidió que la película se llamaría The Last Day.

¿Mariana? ¿Qué representa Mariana? La joven que descargó la puñalada mortal a una relación que sangraba desde el año 2000, cuando Amores Perros despertó tres incómodas dudas. Una de tipo “práctico” (¿sólo tu nombre “Alejandro González”, o el tuyo y el mío aparecerán tras la leyenda «Una película de…»), otra filosófica (¿el “demiurgo” del cine es el artista que lleva la historia al papel —el guionista— o el virtuoso intérprete de esa obra —el director—?) y una más sobre los triunfos por venir (¿quién será el encargado de recibir los premios de nuestras películas?)

—No me convence la historia de “Mariana”, la española. Me aburre —dijo Alejandro a Guillermo.

En Amores Perros, 21 gramos y Babel (el título de The Last Day fue desechado) el método para construir el texto consistía en desmontar con rabia el argumento del otro. Si Guillermo decía «este personaje hace esto». Rebatían la premisa del contrario hasta generar un concepto muy acabado.

En aquella charla, Alejandro convenció a Guillermo de arrojar a Mariana al cesto de su estudio. «La chica española tenía un encanto absoluto —aclara Arriaga—, pero acepté.» ¿Qué más daba? En el primer guión de Amores Perros, “El Chivo” era un violinista con los dedos mutilados y el la pantalla ese mendigo acabó siendo un ex guerrillero de manos intactas. A la larga, el cambio no afectó el rol histórico de una película nominada por la Academia de Hollywood a la Mejor Película Extranjera. No había mucho margen de negociación: tenía que ceder.

—Guillermo, además hay que cambiar el país; no puedes ser España. Tiene que ser una ciudad que contraste, que dé a la película una dimensión global —le dijo Alejandro.

—¿Y España por qué no?

—Es un lugar común

—¿Cómo ves Shangai? —sugirió Guillermo, pensando una ciudad cumbre de la globalización.

—No, si es Asia que mejor sea Tokio.