El 21 de noviembre, Mario llegó al gimnasio del club a las 6 am. Como no había ningún alumno, hizo estiramientos. Al rato, acudieron unos 20 socios a los que puso a practicar en las mesas, sin prestarles mucha atención.

Una de sus alumnas, Alicia Bennet, lo llamó para que se quedara un rato más a practicar con ella: «Tengo cosas que hacer», respondió en seco el instructor. Aunque la sesión colectiva a veces terminaba hasta las 10 am, Mario suspendió todo hacia las 8. Apresurado, salió del gimnasio.

En su Atos rojo, tomó la avenida Lerdo de Tejada y, antes de llegar al cruce con Josefa Ortiz de Domínguez -donde viraba en su habitual itinerario-, frenó el auto de golpe y entró a la panadería La Bondi.

Según la declaración ministerial de la empleada del lugar -hecha frente a Avelino Gutiérrez-, Mario entró de prisa, agitado. Segundos más tarde, hicieron lo mismo dos hombres corpulentos de traje y corbata.

«Tírate al suelo y cállate», le dijeron a ella al tiempo que se abalanzaban sobre Mario, con quien forcejearon. El argentino lastimó su mano al detener un cuchillo que lo amenazaba, pero un momento después quedó inmóvil: uno de ellos le clavó un puñal en el cuello, y otro le asestó con un tubo un golpe en la cabeza.

Los asesinos arrastraron sangrante a Mario hasta el baño del negocio. Todo acabó con un balazo en la sien.

Salieron del local sin robar nada.

Las últimas palabras de Mario -según la declaración ministerial de la empleada de la panadería- fueron: «¡No me maten, tengo hijos!»