Tú no necesitas empastillarte, ¿o sí?
Por: Colaborador
Tras
la operación, Claudio tuvo una hemorragia interna. Se suponía que el
procedimiento era sencillo; pero una complicación lo llevó de vuelta al
quirófano dos veces en menos de 48 horas. Tres años después, apenas a los 18 años, las cicatrices que le había
dejado tanta operación le provocaban inseguridades. Le había quedado un
malestar a la hora de orinar. Un neurofisiólogo le dijo que «tenía poca
resonancia eléctrica» en la zona de la operación, y atribuyó eso a un problema
anímico. Le recetó Anafranil, uno de los antidepresivos más agresivos del
mercado. «Fui muy irresponsable a la hora de tomarlo, pero yo no tenía un
cuadro depresivo antes de hacerlo», cuenta Claudio. Empezó con episodios de
paranoia. Un día combinó el Anafranil con marihuana: le dio un brote psicótico.
«Sólo recuerdo que estaba viendo videos de youtube con unos amigos y que les
decía “me estoy despidiendo de mi cordura”. Sentía mucho miedo. Terminé con
taquicardia en el hospital».
28.6% de la población presentó un trastorno alguna vez en su vida, según resultados de la Encuesta Nacional de Epidemiología Psiquiátrica. Los más comunes: los relacionados con la ansiedad, el consumo de sustancias (incluido alcohol) y la depresión.
Por nueve meses tomó Anafranil. Pero no se sentía
cómodo, así que lo dejó de golpe, sin supervisión médica. El síndrome de
abstinencia se tradujo en ataques de pánico y agorafobia: miedo a salir a
espacios abiertos, como la calle. «No me sentía ni bien ni mal; me daba mucho
sueño. Todos decían que era de hueva». Un día le dio otro ataque: en el
hospital le recetaron Zyprexa, un antipsicótico. «Me di cuenta de que había
llegado demasiado lejos». Otro psiquiatra le recetó Paxil y gotas de Rivotril:
«el Rivo me gustaba. Lo dejé pronto, pero mi hermano dice que me recuerda
echándome las gotas en la noche, muy romántico, a la luz de la luna». Hoy
Claudio dejó por completo este tipo de medicamentos. «Algunos doctores, cuando
ya no sabían qué decirme, me proponían darme “algo para el ánimo”, como si esos
medicamentos fueran el último recurso de un diagnóstico que no podían hacer».
El problema de Claudio, que todos los doctores atribuían a su mente, fue real;
hoy lo trata con homeopatía: «imagínate: después de todo, lo que mejor me
funciona es el té de valeriana. Con eso duermo perfecto».