Una antigua casa de la colonia Roma se convirtió desde 1988 en la primera iglesia protestante, presbiteriana, de nombre Hanin kyohwe (iglesia de los coreanos). Aquí se reúnen cada fin de semana cientos de familias a rendir culto a Dios en su lengua materna. La principal religión en Corea es la cristiana (protestantes y católicos); le sigue la budista.

Espero a que llegue mi entrevistado en el pasillo de la entrada, donde han acondicionado una especie de biblioteca con mesas, donde niños pequeños se sientan a leer en silencio sin que nadie se los haya ordenado. El pasillo huele a ajo y aceite de sésamo.

Fernando Lee es un miembro activo de esta iglesia desde hace nueve años. Entre semana atiende su propia empresa, de importación y venta de productos fabricados en China y Corea; desde mochilas y maletería hasta refacciones de auto y micrófonos de karaoke. Los sábados da clases de guitarra, pero también enseña coreano a los mexicanos con interés de aprenderlo y se acercan a la congregación. Su motivación principal para venir fue dominar nuestro idioma, y ahora uno de sus roles es ser maestro, aunque todavía no articula muy bien el español. Según él, «los coreanos, para el idioma español, primero piensan España, pero allá es un poquito más caro que América Latina y aquí hay más oportunidades. México está pegado a Estados Unidos y también el territorio es grande, muchos lo ven como país importante».

Fernando o Chong Huyn, su nombre original, es visto entre algunas de sus alumnas (la mayoría son mujeres) como el más estricto; a él no le gusta que no tomen en serio sus clases. Como son gratuitas, algunas mexicanas parecen más interesadas en conocer chicos asiáticos de su edad que en memorizar el alfabeto. Sin embargo, en la cultura coreana no es bien visto que los hombres se relacionen con mujeres extranjeras; se aceptan más las parejas de mujeres coreanas con hombres de otro país.

Él está casado con una mujer de su cultura; la conoció por una amiga misionera y tuvieron un noviazgo a distancia antes convencer a sus padres de dejarla mudarse a un país del que no sabían nada. En casa hablan su lengua materna y comen sus platillos típicos, preparados con ingredientes comprados en supermercados coreanos de la Zona Rosa. Sus hijas, de dos años y cuatro meses, seguramente hablarán español más rápido que sus padres.

Mientras espero, Sol, otra de las maestras de la iglesia Hanin, me cuenta que está estudiando un semestre en el Tec de Monterrey. En dos meses ha logrado una fluidez en español admirable. Dice que es porque su «mamá mexicana», de la familia donde vive, al sur de la ciudad, le ha ayudado, y porque no quiere estar todo el tiempo con sus compatriotas para poder hablar practicar su español, que aún no es lo que el querría. Lo que le ha costado más es acostumbrarse al mexican time, porque aquí los minutos se alargan y los plazos se posponen sin pena, y ella se estresa cuando está haciendo un trabajo en equipo y empiezan el «cinco minutos» y el «ahorita».

Fernando, sin embargo, parece haberse adaptado a esa costumbre mexicana: comenzamos la entrevista más de 70 minutos después de la hora pactada. Dice que de lo que más disfruta es que aquí «no hay tanta presión, es un poco más relajado» y que «los mexicanos saben disfrutar de su vida».