Por aquello de la bohème y las raíces nacionales, a finales de los ochenta los jipis llegaron ya. Fin de semana tras fin de semana, montaban un tianguis artesanal que poco a poco se fue degradando, desorganizando y chacaleando hasta convertirse en un foro para la quema indiscriminada de copal, la mala música electrónica y la venta de esos cuadritos que parecen Don Quijote pero en realidad son dos indias mercaderas, o algo así.

32687Pasaje artesanal

Pasaje artesanal (Cassandra Guti?rrez)

Total que las autoridades responsables lograron reubicarlos, veinte años después, en dos lugares que vale también la pena visitar: la Casa del Artesano, residencia porfiriana localizada en el costado izquierdo del Jardín Centenario (¿ven cómo servía lo de los nombres?) y en el Bazar Artesanal, sobre la calle de Caballo Calco. A comprar pulseritas y rastas de mentiras.

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Pasaje restaurantero (Cassandra Guti?rrez)

Aunque la zona empezó a ofrecer nuevas oportunidades culinarias también, de pretendida alta alcurnia: en el mismo Centenario encontramos Los Danzantes (maravillosa y costosa comida oaxqueña), Ave María (nueva cocina mexicana en una antigua casona de ensueño), Oh Mayahuel (oaxaqueña, también) y el Entre Vero (de carnes y pastas uruguayas). Por si las moscas.

A estos se suma la ya famosa cantina La Coyoacana, escondida en la calle de Higuera (enfrente del Hidalgo), que goza de un patio maravilloso y comida un tanto decepcionante. Ojalá se pudiera todo.