«Cuando desperté, creí que ella estaba igual, en un quirófano, en recuperación. Después me dijeron que Alí estaba muerta, que yo la había matado», narra Osvaldo. La entrevista transcurre en el Reclusorio Norte, el 21 de agosto de 2010, 335 días después del crimen. La luz del sol calienta los pies, pero el viento se siente frío en los brazos y en la cara.
Es día de visita. Los reos olvidados por su parentela juegan al frontón contra una pared gris. Desde el patio se ven los cerros, el único contacto visual con la libertad añorada.

Osvaldo saluda a otro reo: levanta el brazo repleto de cicatrices, 21 marcas que le cruzan el antebrazo. Casi igual que en el otro brazo. Tiene otra cicatriz de unos 15 centímetros en el abdomen, producto de la operación «causada por dos cuchilladas de Alí». Las cicatrices en los brazos son las secuelas de aquella mañana del 20 de septiembre cuando, después de asesinar a su novia, intentó suicidarse. Luce una barba de tres días. «He pensado mucho en lo que sucedió. Este encierro me ha servido para reflexionar», cuenta.
Osvaldo tiene 29 años, mide 1.65, tiene el cabello corto al frente pero una melena detrás del cuello, y lentes que parecen agrandar sus ojos. «¡Quiero dejar una cosa en claro!», comenta antes de empezar la entrevista, «Yo no busco la pronta libertad, canijo. Estoy consciente que puedo quedarme tres años o 10 años aquí… o más». Ese día, aún ignoraba que el 20 de septiembre de 2010 el juez lo sentenciaría a 42 años y seis meses de cárcel, y a entregar 63 mil pesos a la familia de Alí como reparación de daños. La sentencia definitiva fue de homicidio calificado (con saña y en estado de alteración voluntaria), un delito con pena de 20 a 50 años de prisión.

No pide clemencia. Ni él sabe lo que pasó aquel mediodía cuando mató a la mujer que amaba.

No pide clemencia. Ni él sabe lo que pasó aquel mediodía cuando mató a la mujer que amaba. «Me gustaría que se entendiera lo que pasó. Que hay cosas que se pueden salir de control de la noche a la mañana –chasquea los dedos–, espontáneamente, no como dice la gente, que premeditativo (sic), que con alevosía. ¡No! Espontáneamente –vuelve a hacer el mismo sonido con los dedos–, por un corto circuito emocional y nada más».

Osvaldo Aristóteles Morgan Colón es licenciado en Letras Dramáticas por el Instituto Nacional de Bellas Artes. Trabajaba de manera independiente y tenía una compañía de música y teatro contemporáneo llamada Onírica. Es el menor de cinco hermanos. Su vida es el teatro y sus obras preferidas son Esperando a Godot, de Beckett, y El gesticulador, de Rodolfo Usigli.
Su vida después de aquel 20 de septiembre de 2009 cambió radicalmente. Se levanta a las 7 am. Pasa lista 30 minutos después. Luego camina en círculos por el patio de la cárcel. Mira los cerros tasajeados por los rayos del sol. «Trato de despejar mi mente, de encontrar una explicación a lo que pasó.» A las 10, toma clases de italiano e inglés, luego hace un poco de frontón y en la tarde dirige actividades de lectura a los reclusos. Son textos de Allan Poe, Carver, Usigli, un poco de Salvador Novo. «Es un grupo pequeño. Leemos en voz alta, con intención, procuramos leer textos que nos ayuden un poco a salirnos de la cotidianidad del penal que es ver muros, rejas y un poco la sordidez que se vive entre internos», explica.

«Trato de despejar mi mente, de encontrar una explicación a lo que pasó.»

Osvaldo se independizó desde los 20 años. «El pagó su escuela con algunas ayudas que le dimos, trabajando en muchas cosas pero con su vida en el teatro. Es productivo –comenta su hermano Humberto–. Cuando uno lo ve, dice: ‘éste no es el chacal que me pintan’».

31852yo no busco

yo no busco (Especial)

[Saña]

En su sentencia definitiva, dictada el 20 de septiembre de 2010, el Juez Trigésimo Noveno de lo Penal del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal, Francisco Salazar Silva, desacredita la legítima defensa de Osvaldo quien asegura haber recibido dos puñaladas de Alí en el abdomen. «Dictamen que no es de tomarse en consideración, pues para hablar de una legítima defensa, hay que acreditar que se repela una agresión real, actual o inminente y sin derecho, sin embargo, en actuaciones no hay en realidad prueba alguna que corrobore lo dicho por el inculpado», se lee en la sentencia final.

También desecha que haya habido forcejeo: «No se identificaron células epiteliales ni pelos», en el borde de las uñas. Subraya que, dada la carencia «de elementos tales como desacomodo de prendas de vestir, heridas
típicas en la superficie corporal tanto del procesado como en la occisa», no hubo maniobras de forcejeo. Por tanto, no hubo agresión de Alí para sustentar legítima defensa.
Al juzgar que hubo saña en la agresión, el juez asienta: «Este juzgador estima que dicha calificativa sí se acredita ya que se demuestra plenamente que el activo no quedó conforme con privar de la vida a la pasivo, sino que actuó de manera cruel al haberle propinado 26 puñaladas, con actos de crueldad innecesaria».

El hombre que decidió que Osvaldo viera la libertad hasta los 71 años luce tranquilo. Piensa mucho sus respuestas. Las palabras salen lentas. Deja caer una frase: «Hay cosas que superan a la realidad», pero Salazar Silva no se inmuta. Jamás lo hace durante los escasos 10 minutos que dura la entrevista. Es muy joven: 40 años. En silencio, parece esperar las preguntas sin incomodidad ni emoción.

–¿Se sintió presionado por la Embajada de Panamá? ¿Por la cancillería mexicana?
–Nada de eso. Me mantengo alejado de todo, pero escucho a todos.
–La familia de Osvaldo lo acusa de dejarse presionar por la embajada de Panamá y las organizaciones feministas.
–Estoy tranquilo. No me presiona nadie. Me sustraigo de todo eso.

Tras conocer la sentencia, que califican de desproporcionada, el único camino a seguir es la apelación, dice el mayor de la familia Morgan Colón. Habla de denunciar al propio juez ante el Consejo de la Judicatura. Advierte que el magistrado dejó pasar hechos relevantes en la sentencia.
Una de ellas es el grado de alcoholemia en Osvaldo y Alí al momento de los hechos. «Mi hermano tenía 27 miligramos y Alí 171. O sea: Osvaldo estaba casi sobrio, y la niña estaba pedísima», cuenta. El juez estimó que, en este tema, el dictamen oficial en química forense se obtuvo a las cero horas con 15 minutos del 21 de septiembre, y por lo tanto no refleja el estado en que Osvaldo se encontraba al momento del crimen.

Humberto también habla de manipulación en el cuerpo de Alí: puñaladas creadas en la morgue. «Tenemos la certidumbre de que el cuerpo de Alí fue manipulado. Cuando llegó a la delegación tenía ocho puñaladas, luego 18, después 26». Dice que de las supuestas 26 puñaladas, por lo menos 14 tienen entre uno y tres milímetros: «Son piquetitos». La explicación que da es que estos «piquetitos» fueron creados en la morgue. «Hay gente muy perversa que le dice a los familiares: si quieres chingar a este cabrón qué te parece si añadimos esto». Sin embargo, el juez confía en que la sentencia sea confirmada, tras enterarse de la apelación de la familia Morgan Colón: «Fueron 26 puñaladas a la víctima. Mi sentencia fue justa».