El precuerno
Por: Colaborador
Todo buen cuerno tiene antes su precuerno. Mucho ojo, amiguitos.
Creo haber declarado ya en este espacio, hace años, que estoy en contra de poner el cuerno, entendido dicho acto como lo que ocurre cuando uno mantiene una relación estable con una pareja a la que ha prometido fidelidad, y sin embargo tiene con otra persona una cierta intimidad física, no sólo acostándose con ella, sino dándole desde un beso en la boca en adelante.
Y así como antes fui declaradamente de izquierda y ahora me considero de centro-izquierda, así también, lentamente y casi sin darme cuenta, me he ido derechizando en las cosas del amor.
Hoy pienso que cuando uno tiene una pareja estable a la que ha prometido fidelidad, debe tener cuidado ya no digamos del cuerno, sino del precuerno en sí.
Pueden ser muchos los motivos que nos hagan susceptibles al precuerno: periodos de continuas broncas de pareja, o el aburrimiento que puede asomarse tras muchos años de relación, o por algún tipo de crisis personal. Entonces uno está internamente vulnerable a los otros.
Pero uno siempre sabe, en un máximo de 5 minutos, que querría acostarse con esa persona a la que se acaba de conocer, o que lo haría con una persona a la que no ha visto en décadas, pero que de pronto surge del pasado. Entonces sabemos que si devolvemos una inocente llamada, o tomamos un inocente café, o mandamos un inocente mensaje en Facebook, en realidad estamos comenzando a acercarnos a alguien más, porque tenemos la fantasía de que a lo mejor con él sí seremos por fin tan felices como en los malditos cuentos de hadas que nos contaban por la noche nuestras madres.
Porque el precuerno comienza en el fondo de nuestros corazones aunque nos queramos hacer tontos…
Porque el precuerno comienza en el fondo de nuestros corazones aunque nos queramos hacer tontos… Antes, mucho antes de ponerse en peligro “real” de caer en tentaciones, la semilla del cuerno germina bien adentro de cada uno de nosotros.
Sandra, que ahora tiene novio estable, se reencontró en una fiesta con una amiga de la universidad, Lorena, a la que no veía desde principios de los 90. Encantadas con el encuentro, se quedaron de ver una semana después para tomar un café. En la animadísima plática que siguió resultó que Lorena le comentó a Sandra que a su hermano Moisés siempre le había resultado súper atractiva. Sandra se sorprendió, porque Moisés nunca se lo dijo en aquellos años lejanos en que, en casa de su amiga, se vieron más de una vez.
Admitió de inmediato que él siempre le había resultado muy atractivo, por dentro y por fuera, pero que, como no recibió nunca señales de ser correspondida, no ocurrió nunca absolutamente nada.
Una semana después cayó en el precuerno. En toda la semana no había dejado de pensar en Moisés, y esa noche se metió a su Facebook, lo buscó entre los amigos de Lorena, y le mandó un mensaje: «¡Hola Moisés! Hace unos días vi a Lorena y apareciste en la conversación. Tuve un flash back de hace… ¿20? ¿22 años? Recordé una fiesta en esa misma casa, tú y yo platicando de no sé qué. Espero que estés muy bien, me da gusto estar otra vez en contacto. Besos.»
Moisés le contestó en el mismo tono, le dijo que la había encontrado en la red por casualidad hacía unos meses y que quizá tuvo el mismo flash back, de esa misma fiesta, ambos platicando… sí… de… no se acordaba tampoco. Un gusto. Un abrazo grande. Besos.
—¡No sigas! —le supliqué en cuanto lo supe, preocupadísima por el riesgo en que la veía, pero ella me acusó de moralista, exagerada, fresa y mil linduras más. Y paró.
—No lo hago —me explicó—, por atender a tu alarmismo histérico, amiguita… sino porque aunque pueda yo mantener esta relación estrictamente en el plano virtual… no quisiera que Moisés me vea como una mujer que tiene novio y, sin embargo, se manda mensajitos peligrosos con otro hombre. Si algún día mi relación termina, que no sea por eso, y sobre todo que Moisés no me tenga catalogada como una precuernista asquerosa en la que, de plano, no se puede confiar. Supe entonces que Moisés, con el que no tuvo nunca nada que ver, y que en realidad ni conocía, despertaba en ella, desde ese pasado remoto, fantasías no de un simple revolcón de fin de semana, sino de amor definitivo. El caso era, pues, peor del que cabría suponer. ¿Ven cómo no exagero?
Mónica Braun, Como la consumada pecadora que antes fue, Mónica Braun se dedica ahora a darle consejos morales a sus amigas. Deben ser los funestos efectos secundarios de haber tenido un hijo, se dice para consolarse.