Lo que jadea sobre las butacas de la sala de cine del Erotika en República de Cuba 85 parece un ciempiés humano, contrastado por la luz de la pantalla donde se ven, en enorme formato, partes íntimas que parecen monstruos. La sala está húmeda como sauna. Tocar cualquier cosa implica enfrentarse con toda clase de horrores hipotéticos pero viscosos.

Lo que se ve en la pantalla en realidad no es tan importante, no lo parece. Las dos filas de los extremos son para las parejas y en el centro los grupos o los swingers: ese día había una fila india de más de seis, que después de unos minutos regresaron a sus asientos: reían y platicaban de cualquier tema menos de sexo.

La industria del porno sí tuvo un boom largo en esta ciudad, y no tanto por las producciones, sino por los sitios donde se proyectaban. En 1917 surgió formalmente la industria cinematográfica en el país; el porno le llevaba 20 años de ventaja. De 1920 a 1950 hubo un auge en la construcción de teatros y salas de cine como el Cinema Venecia, el Teatro del Pueblo, el Cine Goya, el Savoy, el Marlyn Monroe, el Teresa, el Roxi, el Majestic, entre más de 200. Espacios majestuosos desde 400 (el Tacuba) hasta 5,000 butacas (el Florida que fue el más grande de México) donde se llegó a exhibir abierta o clandestinamente cintas pornográficas de diferentes partes del mundo.

La Filmoteca de la UNAM resguarda 41 cortometrajes de la época, de los cuales 26 son producciones mexicanas. Resalta El sueño de Fray Vergazo por ser la primera en la que aparece un homosexual. Imaginen películas mudas con carteles para las expresiones de coqueteo o placer.

El porno gay ha sido el más exitoso.

Por otro lado, el porno gay ha sido el más exitoso. La putiza es oficialmente la primera película erótica gay; la producción de Wham Pictures atrajo atención internacional por desarrollarse dentro del mundo de la lucha libre, por usar recursos como efectos especiales, animaciones y un humor muy al estilo mexicano. Ganó el premio Heat Gay 2004 a Mejor Guión y Mejor Película en el Festival Internacional de Cine Erótico de Barcelona. Ésta, junto con la secuela La verganza, son los máximos exponentes del porno nacional.

En los años setenta, las cintas pornográficas se proyectaban abiertamente en cines como el Savoy y el Teresa. En esa época, el cine en México pasaba por un impasse con la administración de Margarita López Portillo frente a Radio, Televisión y Cinematografía (RTC): la falta de presupuesto y la cerrazón del Estado censuró de manera velada al cine crítico y al que pareciera inmoral, como el cine de ficheras, que estaba de moda. La forma de hacerlo: esas películas eran relegadas por la hermana del presidente a este circuito de cines de mala fama, que críticos como Jorge Ayala Blanco han llamado «El círculo de la muerte». Se asumía que así, las películas non gratas no tendrían éxito ni trasendencia.

En el gobierno de Carlos Salinas se vendieron o privatizaron las salas de cine y se construyeron modernos multicinemas; quebró Películas Nacionales, una de las grandes distribuidoras de cintas mexicanas de todos los géneros. Los antiguos teatros se volvieron espacios insostenibles con un público marginal, con la popularidad del formato Beta; los que lograron sobrevivir, se convirtieron en cines porno. En 2000, con internet y el DVD, se pensó que el porno mexicano tendría un segundo aire, pero al contrario, la piratería ha terminado por minar su camino.

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Al subir las escaleras en el cine de República de Cuba, décadas después del auge de los cines para adultos, el único momento verdaderamente erótico de la función: una puerta al final del pasillo enmarcando a contraluz a una pareja. Casi una pintura de Matisse: ella delgada, sólo su silueta: visibles sus brazos sosteniéndose de la pared, sus piernas apenas flexionadas, el pelo largo sobre la diagonal de la espalda, mientras él la tomaba de la cadera. Y tal como lo dijo Nibardo Ríos, nadie en el cine ponía atención a los rostros en la pantalla. Un punto a favor del anonimato; por lo menos una promesa cumplida.

Clímax y anticlímax

En el set un gato se pasea alrededor de la cama, esquiva el rollo de papel de baño sobre el buró, olfatea los tenis del Perforador. Si nos pusiéramos exquisitos, pensaríamos en un cuento de Juan García Ponce, El gato. Si fuéramos obvios, pensaríamos en otro nombre para Orquídea; pero seamos realistas, es sólo un gato cruzando la normalidad de una industria que, al parecer, existe a fuerza de terquedad.

La escena se reanuda. El Perforador toma con vigor las caderas de Orquídea, que parece excitarse sola; quien esté delante, atrás o sobre ella no importa, incluso puede no aparecer su rostro en la toma. Se le ve cansada pero al límite del goce. Tras una hora de malabarear con tres hombres distintos sobre la cama, con el cabello empapado, se acerca el momento. Los tacones de charol parecen prolongarse hasta el techo. El camarógrafo vaginal apura el paso para tomar el close up desde una posición privilegiada. Antes de lo esperado, alrededor de cinco mililitros de líquido cristalino, expulsado a presión, caen y le dan una toma perfecta.

Para tener un película porno completa, se necesita una eyaculación masculina. Lo que salpicó el rostro del camarógrafo no fue semen, sino líquidos vaginales de Orquídea. Aunque es un fenómeno que sólo le ocurre a 10 o 15% de las mujeres, aunque podría ser erótico, para la pornografía es secundario: sin semen no hay porno. Y hasta ahora, no lo hay. Así que continúa la búsqueda de otro voluntario, mientras el camarógrafo se restriega un pañuelo contra la cara, con el rostro arrugado, y Orquídea arquea de nuevo la espalda, como lo ha hecho durante más de dos horas. De música de fondo suena algo como rock banda mexicano: «Yo quería una chava bien bonita y sólo conseguí una tronadita», dicen los versos; en el coro un repetitivo «qué feo estoy».