En estos tiempos ver películas porno es más fácil que nunca: hasta aparece en tu muro de Facebook en forma de un supuesto virus. Ya ni siquiera hay que esforzarse para ver fotografías de hermosas mujeres en pelotas pues es tan fácil como poner una dirección en el navegador, todo gratis y la mayoría de las veces sin necesidad de registrarse.

El porno hoy viene en todas las presentaciones y de todos los países: nos cuentan nuestros informantes (nosotros somos personas decentes) que lo que hoy rifa son las supuestas amateurs que los malosos topan en la calle, en los taxis y en castings falsos. Eso nos cuentan, nosotros qué vamos a saber.

Pero esta apertura al sexo fácil y desenfrenado no ha existido siempre: hace menos de 30 años conseguir fotos de mujeres desvestidas y alborotadas era el logro máximo para los estudiantes de secundaria que guardaban como tesoro las revistas que le robaban a sus cochinos papás. Recordemos pues cómo era el porno hace algunos años.

Llevar una revista porno a la escuela era una hazaña

Podías ser el héroe del salón si llevabas una revista escondida en tu mochila. No tenía que ser una hardcore, con que tuviera mujeres desnudas era suficiente para juntar a tu bolita de amigos en el baño y que todos admiraran los cuerpos voluptuosos. El punto malo es que a esa edad hasta ver mujeres en bikini te levantaba la tienda de campaña, qué horror.

Las sex shops eran negocios escondidos

En nuestros tiempos las sex shops estaban en la Glorieta de los Insurgentes, siempre en los pisos de arriba y nunca a nivel de calle. Aún así lo más valientes se armaban de valor para subir y comprar una película en formato VHS; recordamos con cariño las tiendas que estaban en Eje Central y alrededor del Monumento a la Revolución en donde tenías que pasar varias puertas para entrar al paraíso pornocho.

¡Los cines prohibidos!

El Savoy, el Ciudadela, el Arcadia (mejor conocido como “el arcadas”, no queremos saber porqué) y el Teresa eran los cines por excelencia en los que los hombres con bajos instintos iban a ver pornografía fina. Pasar esas puertas era cruzar los límites de la depravación moral, no como hoy que puedes ver películas en tu pantalla de 50 pulgadas. Como anécdota diremos que una vez se cayó el techo del cine Teresa y las ambulancias tuvieron que sacar a los caballeros calenturientos ¡tómela!

¿Artistas desnudas? Ni en sueños

En los ochenta muy pocas cantantes y actrices se decidieron a posar desnudas para alguna publicación de caballeros. Cuando llegaba a pasar, era un escándalo nacional (y se agotaba el tiraje). Recordamos a Martha Sánchez, cantante del grupo Olé Olé, la cantante María del Sol (ni quién se acuerde), María Conchita Alonso, Elizabeth Aguilar, Yuri o Lucía Méndez. Hoy las actrices enseñan más cuando las entrevistan las revistas de chismes ¡ya se perdió el encanto!

Tu única opción eran los puestos de revistas

Sólo algunos puestos de periódico tenían revistas indecentes y la mayoría de ellas estaban escondidas. Así que después de darle vueltas y vueltas al local, te armabas de valor y le pedías al voceador “una de ésas”. Aún recordamos la mirada de burla y la manera en la que nos juzgaban… en caso de que te la quisieran vender porque eran estrictamente para mayores de 18 años. Ni modo, a conformarse con El Mil Chistes.

La Trevi era nuestro sueño húmedo

Los calendarios de la Trevi marcaron época en las vulcanizadoras y talleres mecánicos. Era lo más cercano al porno y en la secundaria deseábamos tener uno detrás de la puerta del cuarto para calentarnos en las frías noches. Luego otras faranduleras como Lorena Herrera se dieron cuenta que ahí estaba el negocio y nuestros puestos se inundaron de mujeres en poca ropa ¡hasta las sobrecargos de las líneas aéreas sacaban calendario!

El sexo en la computadora

Debido a que en los noventa las páginas tardaban años en abrir, lo más común era encontrar fotos pixeleadas en los sitios pornochos… y para ver videos necesitabas tener una suscripción. Una manera alternativa era comprar un CD en los puestos afuera del Metro con algunas escenas que se desplegaban en tu pantalla con una terrible resolución de 320 px. Aún nos preguntamos cómo aceptamos ver esas películas pixeleadas, con la cara pegada a la pantalla para poder distinguir algo. No es de Dios.

Por último queremos mencionar dos cosas más: las películas de comedia como Barquillo de Limón, Chicle Caliente o Porkys que tenían clasificación C y un videojuego en el que tenías que destapar la imagen pixeleada de una japonesa en poca ropa antes de que te cayera una araña.

¿Cómo hacían para conseguir porno, viejos chilangos?

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