Resulta revelador el hecho de que el primer libro publicado por Mario Vargas Llosa después de recibir el Premio Nobel de Literatura en 2010 no sea una novela o un libro de cuentos, sino un ensayo en el que hinca diente a uno de los retos más complejos de la sociedad contemporánea: el aligeramiento de la cultura hasta el punto en que su definición se confunde con actividades propias del show business.

Basta con haber visitado alguna vez la Zona MACO para entender las razones del autor de La ciudad y los perros. Ya no sólo es preocupante el terreno farragoso que se pisa cuando se intenta definir arte y cultura. En tiempos recientes, ni siquiera los provocadores cumplen promesas: un fotógrafo (o fotógrafa) presenta un par de imágenes de la entrepierna de un hombre en gran formato (uy, qué atrevida). Un tipo clava un cuchillo cebollero en el discurso inaugural de Obama (¡oh, maloso!). Otro muestra la imagen de un ave muerta sobre un sillón (wue).

Lo verdaderamente grave para el autor peruano es esa tendencia a dar por hecho que el principal valor de un lienzo, un libro, o una sinfonía es su capacidad de entretenernos. Quedaron atrás los tiempos en los que, como decía el crítico literario Harold Bloom, el arte y la cultura representaban un reto, se consideraban “un placer difícil”, un bien al que se tenía acceso sólo después de muchos años de estudio y perseverancia creativa e intelectual.

Para ejemplo, otra vez la Zona MACO. Muy pocas personas asisten con el ánimo de “entender” lo que van a ver (o comprar). Hay incluso artistas que se molestan cuando uno pide explicaciones de la pieza por la que pretenden cobrar miles de dólares. Conozco el caso de una persona a la que, a pregunta expresa, un galerista español le respondió que si tenía que pedir explicaciones sobre el arte contemporáneo, es porque no tenía idea de lo que es el arte contemporáneo. Resuenan las palabras de Vargas Llosa cuando dice que los nuevos artistas parecen regodearse al hacernos sentir incultos o estúpidos. Eso sí: todo se hace entre botellines de agua Perrier y la sensación de que no se está en una feria de arte, sino en un bar de la Condesa donde resulta de bastante mal gusto preguntar qué significa ese trazo a lápiz en papel bond sin enmarcar que ofrecen en la friolera cantidad de mil dólares la pieza (¡Llévelo, llévelooo!).

Este es el tema principal del nuevo libro de Mario Vargas Llosa. Un autor curtido, lector voraz y consumidor consuetudinario de aquello que hasta hace poco atinábamos a llamar cultura. Vargas Llosa, ahora de 76 años, recuerda con nostalgia los tiempos en los que ser culto daba prestigio social y, más allá de ello, abría oportunidades de desarrollo personal e intelectual que parecían no tener fin. También invita a reflexionar en torno al valor que damos a la cultura en nuestras vidas, y las posibles consecuencias (no precisamente halagüeñas) de una civilización que prefiere el entretenimiento ligero a la enriquecedora pero difícil experiencia de la cultura de largo aliento.

La civilización del espectáculo, de Mario Vargas Llosa, está publicado por Alfaguara.

@pepegonzalezmx