Vendedor de droga, proxeneta y ladrón a mano armada son empleos que nunca aparecerán en el currículo de algún escritor, excepto en el de “Eddy” Bunker.

Forjado en las correccionales y con el aval de haber sido el más joven inquilino de San Quintín, Bunker adquirió el gusto por la lectura mientras estaba preso, como una forma de catarsis vinculada con la libertad. Sus novelas nos plantean, párrafo a párrafo, no en qué han fallado ellos (los delincuentes) sino en qué hemos fallado nosotros, como sociedad.

El mundo que Bunker supo retratar magistralmente ha cautivado a gente como James Ellroy y Quentin Tarantino; este último incluso le dio un papel en Reservoir Dogs interpretando a Mr. Blue.

En No hay bestia tan feroz nos encontramos con Max Dembo (personaje que bien podría ser el heterónimo de Bunker): un expresidiario dispuesto a corregir su vida. Sin embargo, tras ocho años en la cárcel, sale para encontrarse con un mundo exactamente igual al que dejó: no hay empleo (menos aún para un ex presidiario), sus amigos siguen siendo unos drogadictos y todos sus contactos están metidos en líos con la policía. Si a eso le agregamos un agente de la condicional demasiado fastidioso, tenemos como resultado un Max Dembo de vuelta a las andadas.

Cuando hablamos de novela negra, siempre pensamos en los parámetros del detective que soluciona cualquier caso, pero con Bunker nos enfrentamos a algo distinto: a la mirada oprimida del delincuente, a los atracos narrados como si fueran parte de un manual y al sórdido mundo de las drogas, sin contemplaciones ni reflexiones inquisidoras.

Sajalin Editores.

414 páginas.

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