Festejemos el día de San Patricio hablando de literatura y alcohol.

Poe, el alucinado

El escritor estadounidense Edgar AllanPoe acuñó durante su vida varias revoluciones literarias: formó las bases de la narrativa policiaca, fue uno de los inventores del cuento como lo conocemos hoy día, de los primeros literatos que vivió de sus palabras y un maestro del terror, el misterio y la fantasía.

Borrachoempedernido, pasaría muchos de sus días pegado a la botella como un niño a un biberón. Episodios terribles de alucinaciones etílicas formarían algunos de los pasajes más espeluznantes de su literatura, aterrando a generaciones enteras de lectores.

Su muerte fue tan misteriosa como algunos de sus cuentos. Si bien era común ver a Poe deambulando por las calles, el borracho de pueblo más genial de la historia, un día se le encontró aterrado e incoherente, al borde de la locura, con ropa que no era suya. Lejos, además. En otra ciudad.

Solamente musitaba el nombre de "Reynolds" la noche de su muerte, en un estado catatónico e inexplicable. Fue visitado por doctores y conocidos sin que pudieran regresarlo a la consciencia.

Al momento de morir, dijo: "que Dios se apiade de mi pobre alma". Todos los registros médicos de su fallecimiento desaparecieron.

El caso Joyce
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James Joyce (Carlo Sianni)

El consenso generalizado, dentro de la crítica literaria contemporánea, lo sitúa como el más grande escritor de los últimos tiempos. De los grandes de la historia.

Sus cuatro obras más reconocidas (Dublineses, El Retrato del Artista Adolescente, Ulises, Finnegans Wake), donde Dublín funge como personaje principal, fueron escritas desde el exilio con añoranza y nostalgia. Por estar lejos, lejos de la tierra que lo vio nacer, Joyce nos regaló algunas de las joyas más grandes de la literatura universal.

Lo azaroso es que esta lejanía se dio por un borrachazo. Fue una noche de farra cuando se hizo de golpes con algún desconocido, tuvo que ser rescatado por un amigo de su padre (otro alcohólico de fama local, su progenitor) y después de seguir las fiestas con la cara y los brazos cocidos, trataron de dispararle en la cabeza. Fueron noches, digamos, incómodas. Extrañas.

Joyce escapó de Dublín a los pocos días. La prosa del mundo estaría pronta a cambiar para siempre.

Dylan Thomas
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Dylan Thomas (Flickr)

Poeta, escritor y actor de ocasión originario de Gales. Tan grande e importante que debemos a su nombre de pila el pseudónimo más famoso en la historia del rock. Y Dylan Thomas, en muchos sentidos, se comportaba como un rockero.

Solía decir –con cinismo– sobre su famosa condición de briago: "un alcohólico es alguien a quien no toleras, pero bebe lo mismo que tú". Participaba intoxicado en recitales y lecturas, a veces violentando a los participantes y siempre llenando los lugares de emocionante tensión. Era un verdadero showman.

Le propuso matrimonio a su mujer en el minuto en que la conoció (ahogado).

Una noche estaba de fiesta en Nueva York. En esos años se contaban por centenares los muertos de la ciudad a causa del smog. Thomas, quien padeció de asma y problemas terribles de pulmón durante su vida entera, era poco tolerante a la contaminación dada su condición neumológica, pero el alcohol lo protegía de todos sus males.

"¡Me he tomado 18 whiskeys el día de hoy!", dijo, pocas horas antes de morir. Se quedó dormido. Los pulmones se le cerraron. Dejó de respirar. Murió. Rondaba los 40 años.

Hemingway: virilidad suicida
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Ernest Hemingway (Gentleman Stop Coat)

Existen escritores que se ajustan al cánon del romanticismo. Seamos prejuiciosos, encasillemos: son sensibles, débiles de cuerpo, poco aventureros, viven traumados. Ernest Hemingway vino al mundo a demostrar que el macho americano podía cimbrar al mundo de las palabras desde sus bases.

Era un experto del toreo, un viajero aventurero que buscaba el peligro de las guerras, las revoluciones y el carnaval. Sus viajes osados, logrados con una actitud desafiante y belleza literaria, tienen en común a un protagonista, alter ego del propio Hemingway, que logra vencer cualquier obstáculo. Aderezaba sus peripecias con cuantiosas cantidades de alcohol, mismas que poco a poco mermaron su físico y su psique.

Al momento de su muerte, sufría varios padecimientos dignos del hombrón excesivo: el hígado destrozado, la presión en los cielos, el sobrepeso, la paranoia. Tras pasar meses en Cuba escribiendo sobre la isla y el flamante gobierno de Fidel Castro, juraba que agentes del FBI monitoreaban todos sus movimientos. Decidió terminar su vida con un balazo en la cabeza.