Entrar al Boca del Río es adentrarte a una de las ostionerías más tradicionales de la ciudad. Tiene muchos clientes de toda la vida y otros tantos recientes, atraídos por su onda kitsch que resulta tan característica. Para muestra busca el cuadro tipo mural de la pared, mira ese atardecer de playa y los rostros casi celestiales, tal vez de los fundadores. El Boca es inmenso, con mesas y sillas de plástico cafés y meseras aguardando en fila para tomar la orden.

Lo primero que comimos fue la clásica quesadilla de cazón. La masa estaba dura y chiclosa, parecía recalentada… lástima, porque el pescado tenía buen sabor; estaba molido con la cebolla y el  jitomate, así que su sabor penetrante, junto con el de la cebolla frita combinaba muy bien con el chile que lo condimentaba.

Cuando llegaron los tacos de pescado supimos por qué a veces el aceite mezclado con condimentos tiene un plus. Condimento “chiloso”, pero no picante, mezclado con ajo y cebolla. Por un lado teníamos el toque penetrante; por otro, la dulzura de la piña sobre la tortilla.

Lo sopa de mariscos fue el hit. Lidiar con texturas espinosas y puntiagudas, con cáscaras y conchas fue como jugar al explorador: había que encontrar la carnita. Además, el jugo de las almejas, camarones, jaibas y pulpos era de un sabor intensísimo, al grado de dejar la garganta caliente.