Corrían los años finales de los 70 y los primeros de los 80 cuando, antes del 2 de septiembre —fecha oficial de regreso a clases en ese entonces—, Carlitos pasaba varias horas de un día de agosto esperando a que le entregaran sus zapatos en la zapatería El Borceguí.

Este ya tradicional negocio del Centro Histórico de la Ciudad de México, localizado en el número 27 de la calle de Bolívar, lucía lleno de niños que, como Carlitos, necesitaban algún tipo de ajuste en sus zapatos —él lo necesitaba porque tenía “pie plano”— y lo compraban ahí porque eran especialistas en ello.

Zapatos a la medida

El ritual anual empezaba con la medición del pie de Carlitos, checar si su columna vertebral “estaba derecha” y con la toma de una huella que se hacía con tinta para analizar si el niño –preescolar o ya de primaria- pisaba de la manera correcta.

Con esos análisis, lo que quedaba era esperar una eternidad (quizá eran un par de horas, pero a esa edad el tiempo es eterno), por lo que no quedaba de otra que ver a otros niños montándose a algunos juegos de monedas (a Carlitos no lo subían), jugar con algunos otros niños que también esperaban ahí y “refrescarse” la garganta con un agua verde extremadamente dulce que se servía en un conito de papel blanco.

Los zapatos que se vendían en El Borceguí se exhibían en unas grandes vitrinas que estaban a la entrada de este viejo edificio y en una serie de repisas que se encontraban al interior de la zapatería que contaba con amplias bancas de madera a las cuales Carlitos siempre les encontró un gran parecido con las que había dentro de algunas iglesias cercanas a ese lugar.

La más antigua

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Borcegui 2

Pero una cosa que le llamó siempre la atención a Carlitos, inclusive desde que no sabía leer, era un enorme letrero que estaba a la entrada de la zapatería y que decía “Fundada en 1865”. Un día, mientras lo observaba, lo leyó en voz alta, por lo que un señor que estaba junto a él volteó a mirarlo y le dijo “sí, es la zapatería más vieja de México”.

En realidad, no es la primera zapatería ni de México ni de la capital, pero sí la que ha estado abierta durante más años.

Su primera ubicación cuando, según registros, era propiedad de la familia Chacón —no se sabe gran cosa de ella— en 1865, fue en lo que actualmente es la calle de República de Uruguay, y después se mudó a donde hasta hoy se localiza, en la calle de “Coliseo”, o sea, la actual Bolívar.

Según la historia oficial del negocio, en sus primeros años El Borceguí también vendía paraguas, guantes y otros accesorios.

Por cierto, la palabra “borceguí” se refiere a una especie de botas que eran muy comunes en España durante la Edad Media, las cuales llegaban hasta la altura de la rodilla y que, quizá, sean de origen marroquí. En otros países, como Argentina, todavía le llaman así a las botas militares.

Los inicios

La zapatería El Borceguí fue adquirida en 1900 por el empresario español Lucas Lizaur Aznarez, quien se enfocó únicamente en los zapatos e, incluso, introdujo algunos diseños internacionales, lo cual le dio gran prestigio a este negocio.

Años después, El Borceguí quedó en manos de su hijo, también llamado Lucas Lizaur, quien estudió medicina y después se especializó en estudios sobre técnicas de fabricación y ventas de zapatos, economía, sociología, publicidad y otras áreas.

En 1950 participó en la fundación del “Hospital del Perpetuo Socorro para niños lisiados y poliomielíticos de bajos recursos”, por lo que también desarrolló calzado correctivo y creó el concepto llamado “calzado ortopédico industrial”, mejor conocido como ”Ta-Or-To”, que era justamente el zapato que usaba Carlitos.

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Cambio de manos

Lizaur fue muy activo en la publicidad, y su zapatería, además de ser un referente, siempre estuvo presente en anuncios de prensa, radio y televisión, hasta que, en 1987, la vendió a la familia Villamayor Coto.

Los Villamayor Coto son los fundadores de otras zapaterías con gran tradición en la Ciudad de México (La Joya), y se encargaron de abrir nuevas sucursales e impulsar el negocio de una manera más actual.

Ahora, en pleno siglo 21, Carlitos no tendría que esperar tanto tiempo sus zapatos ortopédicos (que, por cierto, odiaba), ni tendría un calendario “infinito” pegado en la cocina que anunciaba a El Borceguí y que contenía frases motivacionales y graciosas, ni saldría de la zapatería con una hoja de papel con instrucciones para hacer ejercicios correctivos, como recoger canicas con los dedos de los pies.

Cuando a veces paso por El Borceguí… bueno, cuando Carlitos pasa por ahí, todavía puede observar algunos de los elementos tradicionales que están presentes en ese lugar desde hace más de un siglo.

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