“Después de venir a muchas, este año decidí que era momento de dejar la banqueta y marchar.” Un emocionado Roagui, amigo de Guadalajara que vino el fin de semana al DF, me dijo esto mientras, efectivamente, estaba parado sobre Reforma. A unos metros del Ángel de la Independencia, él y otras 34 mil personas se preparaban para la Marcha Nacional del Orgullo y la Dignidad LGBTTTI. Si no lo supiera, no pensaría que este año los organizadores se pelearon al punto de que habrá dos versiones de esta icónica fecha: la del sábado 2 y la del próximo 30, un día antes de las elecciones. O tal vez muchos, como yo, decidieron ir a las dos marchas, al menos para ver qué hay en cada una. Para saber si efectivamente hay diferencias, como tanto dicen sus respectivos comités.

Otro amigo, Beto, señalaba que para algunos las marchas LGBT son espacios que ofrecen anonimato a quienes lo requieren para sentirse a gusto. Son una zona segura para quienes se atreven sólo ese día a ser gays afuera de una habitación. Los disfraces, la masa de gente, las fiestas permiten que los más closeteros o tímidos dejen de serlo por unas horas.

Conté unos 30 carros alegóricos, camionetas, turibuses. Como en las otras dos marchas que me han tocado en el DF, hubo de todo: empresas, familias, sexólogos, profesores, artistas, contingentes de medios de comunicación LGBT, grupos religiosos, personas con discapacidad, equipos deportivos, asociaciones civiles, estudiantes de Yo Soy 132. Y claro, las tribus LGBT: los osos, los leather, los chavos del Cabaretito y sus coreografías pop.

El comentario frecuente tanto en pláticas entre amigos como en medios que cubrieron el evento es que la marcha ya es más fiesta, más desmadre, más celebración que reclamo o exigencia. Es totalmente cierto. “Es que los gays de esta ciudad no tenemos problemas de verdad”, dice Richo, otro amigo. Para mí la marcha es un recordatorio: en la Ciudad de México esta fecha ya no es la única ni la mejor oportunidad para difundir la agenda de gays y lesbianas, no de manera formal, porque apropiarse de las calles con un tono festivo también es un acto político. Pero creo que la parte ordenada de la conversación, el encuentro con legisladores y gobernantes, ya puede realizarse en otro momento, afortunadamente.

Una persona en Twitter me decía que los gays deberíamos dar “ejemplo de una conducta digna y respetuosa” antes de exigir un trato igualitario y digno. Y no. Un día de bacanal no justifica desigualdad o discriminación. Poner la vara del civismo en un lugar más alto para los gays también es discriminación. Es como decir que los bugas que celebran en el Ángel el triunfo de sus equipos de futbol, también con alcohol y gritos, no merecen un trato igualitario y digno. Echar desmadre, emborracharse en público o salir a la calle con poca ropa tal vez no sea la imagen que muchos LGBTs quieran que los demás tengan de su comunidad. Tal vez no sea lo que muchos papás quieran que sus hijos vean. Pero tampoco son razones para discriminar o retener derechos de nadie. Derechos que (no puedo creer que tengamos que repetirlo) no son negociables.

Si la mayoría de quienes participamos en ella queremos tomarla como una fiesta, como lo más cercano a un carnaval chilango, adelante. Hay otros 364 días para trabajar en lo demás, en la no discriminación, en la lucha contra la homofobia. Todo eso es lo más importante, lo urgente, pero es más que válido usar un día al año para llenar Reforma y el Zócalo de confeti y música. Esto no quita que el evento siga siendo un escaparate de demandas para quien quiera usarla de esa manera. A estos últimos los invito a bajarse de sus caballos altos (traduciendo una expresión gringa) y dejar de reprobar a quienes la tomen, principalmente, como una fiesta. Los invito a aceptar y disfrutar que muchos no coincidan con su concepto de la marcha. Y precisamente ése es el carácter plural y diverso de la marcha: cada quien hace de ella lo que quiere. La población LGBT tiene muchos discursos y caras. La marcha essólo un asomo de ellos.

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