En la Nueva España y en los primeros años del México independiente, quienes venían de visita a la ciudad y no tenían con quién quedarse, debían hospedarse en algún mesón o posada que, regularmente, era de muy baja calidad. Casi todos se encontraban en las afueras de la capital —el origen de que los actuales moteles estén en las antiguas salidas a Cuernavaca o Toluca, pero esa es otra historia—.

Pero por ahí de 1840, un ingeniero y militar, muy visionario y de origen italiano, cuyo nombre era José Besozzi, construyó en la calle de Palma 37, en la esquina de lo que hoy es 16 de septiembre y a sólo unos metros de lo que años después se conocería popularmente como el Zócalo, el primer hotel de la Ciudad de México: el Hotel de la Bella Unión.

Tiendas y oficinas

Este edificio, que se proyectó desde un inicio para funcionar como hotel, todavía existe y su apariencia es muy similar a la de sus primeros años… bueno, pero con una tienda Julio en su planta baja, además de un Nutrisa y una zapatería Sorento; también hay un pequeño negocio de joyería en su zaguán.

Se dice que es la primera construcción de la CDMX que se hizo con ladrillos en vez de tezontle, la resistente piedra volcánica con la que, hasta entonces, solían construirse los edificios como los que hay en el Centro Histórico.

Al interior de sus tres pisos ya no hay restaurantes ni habitaciones, sino un despacho legal y bodegas de una empresa importadora; afortunadamente, su fachada rojiza de “estilo afrancesado” y con 42 ventanas (21 de cada lado) luce impecable.

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Precisamente en su fachada, como detalle coqueto, tiene varios bustos que representan a los primeros presidentes de México, Guadalupe Victoria, entre ellos.

Sede de invasores

El peor capitulo de este hotel se vivió en 1847, durante la intervención estadounidense, cuando el 14 de septiembre se izó la bandera de Estados Unidos en Palacio Nacional. Sí, eso debió ser horrible.

Los chilangos de la época padecieron ese capítulo de la historia que se encuentra un tanto olvidado, pero que el escritor y periodista Héctor de Mauleón recuerda en su libro La Ciudad que nos Inventa.

De Mauleón escribe que en este hotel es donde se hospedaron, durante nueve meses, los militares invasores que convirtieron en lugar en salones de juego, cantinas, salas de baile y prostíbulo, por lo que, durante varios años, fue un símbolo de vergüenza para los chilangos.

Años después, el Hotel de la Bella Unión cambió de dueño y se hizo de fama porque en su restaurante servían postres decorados con un novedoso ingrediente de la época: chantilly.

Entre finales del siglo 19 e inicios del 20, durante el Porfiriato, dejó de funcionar como hotel, pero hoy, en el siglo 21, la construcción permanece sólida en su lugar original.

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Para los que dicen que es el segundo

A unas calles de ahí, en lo que hoy es Isabel la Católica y 16 de Septiembre, se localizaba el “Hotel de la Gran Sociedad”, el cual fue fundado en 1700, pero como un lugar de alojamiento cuyo concepto era un “mesón” para después convertirse en “posada”.

En realidad, parece que no se le conoció como hotel sino hasta que abriera el Hotel de la Bella Unión, además de que, inicialmente, no fue construido para ser usarse como tal.

Durante varios años, en esa esquina estuvo la tradicional ferretería Casa Boker (inclusive, la inauguró el mismísimo Porfirio Díaz) y hoy se encuentra un Sanborns.