Alfredo Vilchis Roque es un pintor autodidacta de exvotos que ha expuesto en el Museo del Louvre, en París. Aunque en México es desconocido, su vida ha inspirado dos documentales.

Alfredo Vilchis Roque retrata milagros. De Tepito a La Merced, de Tijuana a París, rastrea pequeños pedazos de fe para plasmarlos en exvotos modernos, que lo mismo reflejan a una prostituta que a un gladiador de lucha libre siendo favorecidos por un milagro.

A Alfredo lo llaman “El DaVinci de La Lagunilla”, “El Da Vilchis” o, simplemente, “El pintor del barrio”. Su estudio, El Rincón de los Milagros, con las paredes retacadas de cruces y máscaras, está en el tercer piso de su casa, en medio de una callecita perdida entre fábricas y bodegas de la colonia Minas de Cristo, en el poniente de la ciudad.

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Desde ahí, con un paisaje dominado por tendederos con ropa de los vecinos, revive los milagros que, principalmente, encuentra en las calles chilangas, plasmándolos en pequeños retablos de lámina, como se hacía en el siglo XIX.

«Una mujer, por más puta que sea, tiene derecho a pedir un favor a Dios», dice este pintor grueso, que rebasa los 50 años, de piel morena y un bigote de orillas largas, que viste con camisas holgadas y coloridas.

Vilchis, por sí mismo, es un milagro andando. Por lo menos así es como él se ve: «¿Quién se imaginaría que un obrero con apenas sexto de primaria podría viajar a París a exponer su obra? Para mí, eso es un milagro. Yo soy mi propio retablo».

Cuando perdió su empleo de albañil, hace más de 25 años, la pintura salió a su paso. Sin trabajo y desesperado por llevar dinero a su casa para mantener a su esposa e hijos, comenzó a hacer pequeñas pinturas en pedacitos de cartón, madera y corcholatas. Cualquier objeto hacía de lienzo. Ya traía el gusto por pintar, pero nunca había confiado en que de ahí sacaría suficiente dinero para vivir. Hasta que empezó a vender sus pinturas, por unos cuantos pesos, entre los turistas que caminaban por la Zona Rosa y Chapultepec. Así empezó a andar el sendero que lo llevaría al Louvre.

Entre sus maestros presume a Frida Kahlo y Diego Rivera. No porque hayan dedicado tiempo a enseñarle, sino porque, al querer imitar sus obras –dice–, liberó sus primeros trazos. Ésa fue toda la instrucción plástica que recibió para hoy tener en circulación más de cuatro mil retablos.

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El corredor de arte parisino Geoffroy Plantier, o “Chofua”, como le dicen sus amigos mexicanos, recuerda que las iglesias tiraban a la basura los exvotos –que la gente llevaba para agradecer los milagros concedidos–, cuando éstos se acumulaban. «Fue Frida Kahlo la que dijo “esto es arte” y se los empezó a llevar a su hogar, La Casa Azul.»

Durante varios años, Plantier llevó la obra de Vilchis a París, la capital de Francia, donde la ponía a la venta en pequeñas galerías y bares: «Lo que se busca en el medio artístico es la originalidad y él toma los exvotos para hacerlos nuevos. Es un verdadero artista».

La mayor parte de la obra de Vilchis se encuentra en el extranjero: en Francia, Estados Unidos y Alemania, principalmente.

Encuentra el resto del reportaje en la revista Chilango de diciembre.