En la cultura prehispánica, Quetzalcóatl es una de las deidades más importantes de Mesoamérica, y aunque popularmente es conocido como “serpiente emplumada”, en realidad su nombre significa en náhuatl algo más parecido a “serpiente hermosa”.

Pero en 1930, Quetzalcóatl pasó de ser un dios a convertirse, mediante instrucción presidencial, en la figura oficial de la Navidad en México y se convirtió en el comisionado especial para repartir juguetes a los niños en lugar de un personaje extranjerizante y poco identificado con la cultura nacional: un tal Santa Claus.

Instrucción Presidencial

Así, en noviembre de ese año, el Presidente Pascual Ortiz Rubio, a través de la Secretaría de Educación Pública, giró instrucciones para que en las escuelas del país se difundiera esta nueva imagen y anunció un magno evento para el 23 de diciembre por la tarde en el Estadio Nacional (que estaba en la colonia Roma, cerca de las calles de Orizaba y avenida Cuauhtémoc, en el lugar donde hoy se encuentra el parque Antonio M. Anza, cerca del Centro Médico) en el que Quetzalcóatl en persona repartiría juguetes a los niños que se hubieran portado bien.

Obviamente, esto provocó desde todo tipo de burlas y chacota de un sector de la población, hasta indignación de parte de los más religiosos que se escandalizaban porque un dios prehispánico iba a conmemorar la Navidad, que es una celebración católica por el nacimiento de Cristo.

Una Época Nacionalista

Sin embargo, analizando la época, eran años en los que se trataba de construir una identidad mexicana tras los años de la Revolución, además de que se quería acabar con la época del Porfiriato, en el que destacaban las tendencias “extranjerizantes” provenientes de otras latitudes, como Francia o Estados Unidos.

En ese contexto, en el que las chinas poblanas o los charros eran la nueva imagen de México que le daba la vuelta al mundo y las escenas de los indígenas junto a los héroes nacionales se empezaban a pintar en las paredes de edificios públicos para que la población –que en su mayoría era analfabeta- empezara a conocer una nueva historia del país (el inicio del Muralismo), fue muy fácil señalar que era inaceptable tener a Santa Claus como imagen de alguna festividad, cualquiera que ésta sea.

¿Cómo iban a identificarse los niños con un hombre de aspecto europeo y con ropas abrigadoras en un país donde los hombres suelen usar ropa ligera y la mayoría de la población es morena; además de que usa un trineo cuando en México no se utiliza ese tipo de transporte? Sí, así pensaba la gente del Gobierno que tuvo esta idea.

Quetzalcóatl llegó a la Ciudad… de México

La prensa de la época (no había televisión y la radio todavía no empezaba a vivir sus años dorados), que era completamente oficialista, apoyaba la idea del señor Presidente y algunos lugares empezaron a decorarse con la imagen de este dios prehispánico.

La publicidad también retomó esa imagen, como una muy reproducida de electrodomésticos General Electric, la cual señalaba que los regalos podían ser traídos por Santa Claus, los Reyes Magos o Quetzalcóatl por igual.

En el evento del Estadio Nacional, al que, de acuerdo con registros de la época, asistieron 15 mil personas, llegó alguien caracterizado de Quetzalcóatl, se repartió ropa y regalos a los niños, se cantó el Himno Nacional, se presentaron bailes tradicionales y, al final, todos se fueron a su casa.

Así, quedó demostrado que el hecho de que una deidad prehispánica o una escultura de piedra fuera la encargada de llevar regalos a los niños la noche de Navidad era, en realidad, una idea bizarra.

El dominio de Santa Claus

Después de este singular episodio, se decidió no repetir el experimento, y Santa Claus siguió apareciendo en los aparadores de las tiendas y adornos durante la época navideña… especialmente después de 1931 (al año siguiente), cuando Coca-Cola empezó a utilizar la imagen de ese simpático gordito bonachón en su publicidad, la cual se convirtió en la que se conoce actualmente.

En el arte nacionalista, como el de los murales, la Navidad se convirtió en posadas y piñatas, pero nunca más se intentó presentar a un personaje que se encargara de traer regalos a los niños.

De todas formas, los chilangos del siglo 21 que quieran escribirle su carta a Quetzalcóatl pueden ir a dejársela a Teotihuacán o (¿por qué no?) al Museo de Antropología.

¿Prefieres a Quetzalcóatl o a Santa Claus?

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