Don Refugio viene de recorrer las calles de la ciudad, donde realiza un oficio que lucha contra el tiempo para permanecer en la vida de ésta. Su carro va vacío, lo que significa que por hoy terminó el trabajo y va de regreso a su casa, que desde 1966 ha dejado de estar en San Pedro Tlanixco, Estado de México.

Su carro, o carreta como él le llama, es un cajón rectangular de fierro y madera que empuja deslizándolo sobre dos llantas de auto, lo que da nombre a su oficio de carrero, aunque la mayoría lo conocemos como chacharero.

¿Cuándo llegó a la ciudad?

A los 16 años y aquí empecé a trabajar como albañil, oficio que tuve hasta que escaseó el trabajo, por ahí de 1988.

¿Alguien le dio la idea o cómo se le ocurrió volverse chacharero?

Vi que había personas que se dedicaban a lo que desde entonces ha sido mi empleo y sigo en esto a mis 67 años.

¿En qué consiste su trabajo?

Compro y vendo cosas usadas que muevo en el carro.

¿Qué ha cambiado en su empleo al paso de los años?

Pues que antes se vendía bien porque había mucho que juntar en la basura y cuando no existía el pet era mejor negocio, encontrábamos mucho vidrio y nos lo compraban bien. Salía buen dinero.

¿Qué es lo que más le gusta de su chamba?

Ser mi propio jefe, yo solo me fui poniendo mi horario de trabajo y me acostumbré a eso.

¿Cuántas horas trabaja al día y por dónde se mueve?

Entre cinco y seis horas diarias. Ando por las colonias Del Valle, Narvarte, Portales, Independencia, Ahorro Postal y a veces llego hasta el Eje 8 o Churubusco.

¿No le pega la competencia de los camioneteros que recorren las calles queriendo comprar “colchones, lavadoras, refrigeradores, estufas…”?

Sí han bajado mis ingresos porque en otro tiempo me hacía tres o cuatro viajes, ahora me hago uno. Los carreros sí hemos perdido clientes que se van con ellos, pero son muy pocos, porque luego regresan con nosotros.

¿Por qué cree que hay gente que sigue prefiriendo venderles sus chácharas a ustedes?

Pues dicen que los de las camionetas pagan muy barato, que nosotros pagamos más y además nos tienen más confianza. A mí hay clientas que me dejan entrar a sus departamentos por los periódicos, revistas, juguetes, bicicletas, andaderas, estéreos, de todo.

¿Cree que con el tiempo desaparezcan los carreros?

No, porque la gente sigue saliendo a la calle cuando nos oye o nos habla para que nos acerquemos cuando nos ve pasar. Además siempre hay jóvenes que entran al oficio y ocupan el lugar de los viejos que han dejado de trabajar o que han muerto.

¿Además del dinero, el horario y de ser su propio jefe, su trabajo le ha dejado otras satisfacciones?

Sí. A veces los carreros corremos con mucha suerte, como aquel sábado, por ahí de 1996, cuando me regalaron todo lo de un departamento. De un edificio de la calle 5 de febrero, casi pegado al Viaducto, salió un joven y me dijo que si me llevaba una cama, entré al departamento y ahí me enseñó la cama, pero yo vi que había muchas maletas. La familia iba a irse de aquí creo que pa’ Monterrey, o no sé pa’ donde se iban, y le pregunté que aparte de esa cama qué más me iba a vender. Me dijo que todo lo iba a regalar. Se lo pedí y me lo dio, sólo me dijo que necesitaba el departamento vacío para el lunes en la tarde a más tardar. Me hice, creo, cinco viajes con mi carreta y me llevé todo, terminé el lunes en la mañana.

Le digo, los carreros a veces tenemos mucha suerte.