“Se hacen cerca de 75 películas y sólo se estrenan entre 50 y 60 anuales… Pero sabemos que las películas que valen la pena son como la cuarta parte, porque hay varias que yo llamaría sintomáticas. ¿Por qué? Es como si estuviera enfermo el paciente, que es cine mexicano, y presenta sus síntomas, que también son un reflejo de lo que vivimos. Es una enfermedad social, cultural e ideológica”.

Jorge Ayala Blanco habla con conocimiento de causa. No hay película mexicana que no vea, lleva 50 años escribiendo al respecto y sus libros acerca de cine mexicano analizan todas las películas –ficción, documental, cortos y largometrajes– exhibidas en público que, dice con tristeza, ni siquiera sus colegas críticos han visto.

No es el único que detecta el mal. Ni que le llama enfermedad. También Gustavo Moheno, quien abandonó la crítica cinematográfica que ejercía con solvencia narrativa, conocimiento técnico y buen humor por apostar a una carrera como director y guionista de cine –dirigió y adaptó el remake de Hasta el viento tiene miedo en 2007 y acaba de concluir la filmación de su segundo largometraje como realizador–. Aunque conserva su esperanza en lo que él mismo refiere como “esta miniindustria”, sostiene: “El cine mexicano es un enfermo que siempre está luchando con su enfermedad. No se deja morir, y aunque es muy débil en otras partes de su cuerpo, su corazón está más fuerte que nunca”.

Los números del cine mexicano, como la esperanza de Moheno, despliegan optimismo. En los últimos años se ha mantenido como una constante la producción de más de 70 películas de ficción e incluso ya casi le pega a las 80. Y los estrenos anuales promedian casi 67. Los números dicen, o por lo menos ilusionan porque eso de decir no dicen, que terminando 2013 el cine mexicano tenía una apariencia boyante: su audiencia prácticamente se triplicó en relación con 2012, de 10.9 millones pasó a 30.6. Noventa y nueve estrenos en el año. Y por fin, por fin en todo lo que va del siglo 21, la exhibición del cine mexicano representó 12% de lo que vieron los más de 250 millones de espectadores que fueron al cine en 2013.

También por fin, la recaudación en taquilla de cine nacional, que alcanzó más de 1,230 millones de pesos, representó casi 11 por ciento de los 11,000 millones que los mexicanos gastaron en boletos de cine. Y también por fin una película mexicana fue la más vista del año en el país: No se aceptan devoluciones metió a 15.2 millones de espectadores a las salas de México (algunos más de una vez), unos dos milloncitos más que Mi villano favorito 2.

Pero, híjole, los números también, a veces –muchas por cierto– rezuman mezquindad. Las 10 películas mexicanas más exitosas de 2013 reunieron a casi veintiocho millones y medio de los más de treinta millones doscientos mil espectadores que eligieron ver un estreno nacional a lo largo del año (descontamos a los 390 mil que, según Imcine, vieron en 2013 alguna de las películas que seguían en cartelera desde 2012). Así que dejaron para los restantes 89 estrenos (según este descabellado ejercicio estadístico) un promedio de 20,337 espectadores.

“Hay un problema porque hemos producido cosas que no necesariamente deben ser distribuidas –dice Christian Valdelièvre, productor de la ya mencionada Sexo, pudor y lágrimas, Temporada de patos (Fernando Eimbcke, 2004) y Vete más lejos Alicia (Elisa Miller, 2010), entre otras–. No porque hagamos 70 películas al año quiere decir que todas tengan que estrenar con 500 copias”.

Y no se puede obligar a la gente a ver lo que no quiere.

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