Por Carlos Arias

Las “biografías de artistas” en el cine están casi siempre cargadas de clisés, tales como el del artista incomprendido y sufriente, el rebelde genial con destino trágico, el genio en lucha para imponerse… todo vale para darle dramatismo a la historia.

Esta vez le toca el turno a William Turner, el pintor del romanticismo inglés que pintaba escenas marinas y paisajes con tormentas, incendios, brumas y atardeceres encendidos. La película es Sr. Turner (2014) y el responsable de contar su vida en la pantalla grande es Mike Leigh, uno de los mejores realizadores ingleses en actividad.

El resultado es una película que asume muchos de esos clisés, pero que intenta a su vez darle veracidad y profundidad al personaje con un estilo naturalista y cotidiano, con un Turner que aparece bastante antipático desde la entrada, pero que a lo largo de casi dos horas y media va creciendo en humanidad.

El ambiente es el Londres del siglo XIX, la campiña inglesa, los salones de la aristocracia, los burdeles y la academia de arte. En estos sitios, Mike Leigh presenta la excentricidad británica del artista, sus extravagancias sexuales victorianas y su dificultad para establecer relaciones humanas reales, con la excepción de su padre y luego una viuda que se convierte en su última compañera.

A diferencia de las cintas convencionales sobre artistas, que toman a sus personajes en su juventud, esta vez la película presenta al personaje cuando ya es viejo y famoso, y su trabajo es reconocido por la academia y el público.

Sr. Turner cuenta la historia de los últimos años del artista, cuando reniega de sus hijas, pierde a su padre y se va a refugiar en un pueblo de la costa con un nombre falso. En ese periodo, Turner vive una doble vida entre Londres y su refugio marítimo, y reconvierte su obra hacia un nuevo estilo que anticipa al arte moderno.

En plena exhibición académica realiza la locura de manchar sus propias obras para inventar, en la primera mitad del siglo XIX, el impresionismo y la abstracción, más de un siglo antes de que ambos movimientos existieran. Turner provoca un escándalo que llega hasta la propia reina Victoria, que rechaza escandalizada las pinturas con “tontas manchas amarillas”.

Otro elemento convencional en las películas sobre pintores es que la fotografía intenta copiar el estilo de las obras. En este caso la imagen (a cargo del inglés Dick Pope) reproduce atardeceres melancólicos a contraluz, e incluso reconstruye paisajes y escenas idénticas a algunas de sus pinturas más famosas. El uso de la luz aparece también como elemento central, con un juego entre sombras, brumas e iluminación cálida.

Lo mejor de la película es ese paisajismo que aparece como una reflexión visual en torno de Turner y es capaz de convertir a la imagen en un personaje por sí mismo. Sin embargo, Mike Leigh (también autor del guión) insiste enfocarse en los dramas privados, los amores, el sexo y los afectos de Turner como su ángulo privilegiado.

La película consiguió cuatro nominaciones al Oscar 2015, por Música, Fotografía, Sonido y Vestuario. Quizá la película era demasiado larga y ambigua para llegar a la quinteta de mejor Película o Dirección, pero los resultados están entre lo mejor del cine mundial en 2014.