Por Roberto Marmolejo

Primero fue un guión de cine que no vio salida y luego una obra de teatro que los chilangos vimos en la Sala Chopin. Ahora ha vuelto al cine bajo la dirección de su autor: Manolo Caro.

Y con mucho tino, Manolo se olvida de su puesta en escena para aprovechar las posibilidades del lenguaje cinematográfico con resultados óptimos: una comedia ágil, sin pretensiones y muy divertida sobre el amor y el desamor en la Colonia Roma (o similares.)

Con un reparto que cumple –e incluye a una Ludwika Paleta cada vez mejor actriz-, el director retoma sus divertidos diálogos teatrales y con la fotografía de interiores de Daniel Jacobs, que hace homenaje al mejor Pedro Almodóvar, pone en juego una premisa fílmica que ya han usado otros autores: un extraño –Luis Ernesto Franco en el personaje de Félix- echa a andar las complicadas emociones y relaciones de los residentes de un edificio, parejas pares aparentemente felices: Nora (Ludwika) casada con Aarón (Raúl Méndez) y Julia (Zuria Vega) roommie de Lucas (Luis Gerardo Méndez.)

Con ese motor dramático, Manolo Caro estructura su comedia con buen ritmo, alejado de la tentación de profundidad temática y con gags quizá muy manidos, pero bien trabajados que en la cumbre de la cita almodovariana hace que, nada menos un ícono como Rossy de Palma (Manuela), recuerde dos momentos simpatiquísimos de la obra del director español: el descubrimiento de Cecilia Roth de que su antiguo amante es una tremenda travesti rumbo a la transexualidad en Todo sobre mi madre y el famoso “gazpacho para todos” de Carmen Maura en Mujeres al borde de un ataque de nervios.

Así que, suelta la mamonería hipster y disfruta de este enredo de parejas del que saldrás con buen sabor de boca. Porque además, ¿quién no ha sufrido porque tiene el corazón hecho pedazos y los sueños rotos? ¿Ah verdad?