Por Jaime @_azrad

Francesa por excelencia, esta cinta se adentra en los rincones de las emociones humanas para descomponerlas y reconstruirlas en contextos que las retan constantemente. De Jacques Audiard (Un profeta, 2009), Metal y hueso es íntima y bien estructurada.

El filme narra el encuentro entre Alain, un padre soltero cuyas responsabilidades causan desestabilidad en su frágil vida y Stephanie, una entrenadora de orcas cuyo destino está por cambiar drásticamente tras un accidente. Ambos están decepcionados de la vida y tienen bajas esperanzas en el futuro, pues no saben que éste guarda los mayores aprendizajes para ambos.

Cruda y drástica, Metal y hueso tiene un guión falto de miedo; sus sorpresivos giros en la trama se rebelan en contra de la tradicional fórmula dramática y acentúan los minutos de la historia con personajes que, con verosimilitud y sinceridad, lidian con el día a día sin una respuesta al porqué de su contexto.

Stephanie es interpretada por Marion Cotillard (La vida en rosa, 2007) con gran dedicación, pues la actriz se siente mucho más natural en su idioma natal que en las últimas producciones hollywodenses de las que participó –como la última entrega de Batman, por mencionar alguna–. Por su parte, Matthias Schoenaerts logra estar a la altura de Cotillard al dar vida a Alain; el actor aprovecha las curvas emocionales de su personaje para mantenerse en el nivel de la ganadora del Oscar y entrega grandes momentos en la cinta.

Moderna pero fiel al cine de su patria, esta cinta marca las grandes pero sutiles diferencias entre el cine comercial estadounidense y el europeo. Sus contrapuntos son ejemplificados con pequeñas referencias al estilo gringo (como una canción de Katy Perry a todo volumen que choca drásticamente con su narrativa) que gritan cuán sensatos son aquellos que abordan temas diferentes, o quizá perspectivas.