Hace algunos años escuché de un diplomático africano que “cuando en África un viejo muere, es como si toda una biblioteca se quemara”. En aquel momento parecía exagerada su declaración, pero hoy, tras el recuerdo de las imágenes de “Martha”, esta frase retoma su significado. Esta película surgió como un proyecto de titulación para la Licenciatura de Cine y Televisión, y pronto se convirtió en la opera prima de Marcelino Islas Hernández.

El filme ha participado en varios festivales alrededor del mundo y ha sido extraordinariamente recibido por la crítica internacional. ¿Pero por qué ha causado tanta conmoción en los círculos cinematográficos? Marcelino Islas tiene su teoría: “Porque es una historia honesta, sin pretensiones intelectuales o de reconocimientos, porque es una historia muy personal. Es un homenaje a mi madre”.

Islas no se equivocó al decidir narrar una historia sencilla, íntima pero verdaderamente conmovedora. Martha –personaje interpretado por la actriz Magda Vizcaino– se enfrenta a la situación de ser desplazada de su trabajo por una computadora. Esta anécdota es sólo el pretexto para comunicar, a través de imágenes delicadas y una composición visual con un ritmo sutil e hipnotizante, emociones agridulces sobre la vejez, el rechazo, la soledad y las carencias económicas que los viejos enfrentan. Y la pregunta surge: ¿cómo logra un director tan joven retratar de manera tan limpia la lucha de un personaje de la edad de Martha? “La inspiración no es casualidad, son emociones personales que viví y padecí en algún momento de mi vida”.

Este largometraje llegará a la Cineteca Nacional muy pronto, aunque no se ha confirmado la fecha, después de haber recibido el reconocimiento de varios festivales como el premio de la Crítica en la 11a edición del certamen cinematográfico más importante de Motovum, Croacia y ser elegida por el Festival de cine de Venecia como la única película no europea compitiendo dentro de la semana de la crítica.

Desde el vértice emocional donde se mira “Martha”, nos asomamos un poco a nuestra propia vejez; y el panorama luce un poco aterrador. Esto recuerda las palabras finales del discurso de aquel diplomático africano: “Si ustedes supieran la hora exacta en que van a morir, no perderían ni un minuto esperando, ni permitirían que nadie los haga pasar por penurias para recibir algo que por derecho les corresponde. Porque cada minuto perdido es un minuto menos para despedirse de los hijos, para dar el último beso a sus seres amados…”.