Por Ira Franco

Cualquier enfermedad mental se arregla haciendo jogging, enamorándose y/o aprendiendo a bailar. Las adicciones al juego (Robert De Niro), al sexo (Jennifer Lawrence) y a la violencia (Bradley Cooper) son pasajeras y terminan en un estallido de felicidad y unión familiar… O eso nos cuenta David O’Russell, director y escritor de esta película interesada en presentarles a los treintañeros lo que antes sólo se les quería vender a los adolescentes: la extraña fantasía de que, aún después de haber estado en una institución para enfermos mentales, vivir hacinado en el ático de tus padres, tener un matrimonio destrozado y rehusarte a tomar tus pastillas, aún es posible (¿deseable?) el amor adolescente “mágico” (pfff) –con una mujer buenérrima y totalmente dispuesta como Jennifer Lawrence, debo añadir.

En el mundo de esta película también es posible bailar como Patrick Swayze en tres meses, socializar con tu psiquiatra en un juego de futbol (un psiquiatra de origen hindú que sirve de comic relief, nunca un sajón con cara de Freud al que todos respeten, of course). Uno pensaría que en este mundo imaginado la trama podría ser menos predecible, pero no: el personaje de Cooper es, a los 30 y tantos, un ingenuote que quiere a Lawrence, (la más interesante de la película aunque con una actuación menos chispeante que en The Hunger Games) pero no se lo dice. Por lo demás −que realmente es lo de menos− esta película es un divertido capítulo de alguna serie de comedia romántica.

La fórmula es buena, a veces tiene buen ritmo y buenos diálogos. Para muchos, incluidas los publirrelacionistas de Hollywood que ya la vendieron para algunas nominaciones en los Óscares, funciona.