Por Ira Franco

Lo peor de La piel que habito, es atisbar los momentos en que pudo haber sido genial. La cinta consigue unos 20 minutos potentes al inicio, cuando los guionistas –el propio director, Pedro Almodóvar, en colaboración con su hermano Agustín, basados libremente en la novela Tarántula de francés Thierry Jonquet– consiguen contar sin explicar. Almodóvar provoca placer estético con sus primeros planos contrapuestos, simétricos, a los que contribuyen la impecable fotografía y un cuidadísimo vestuario para el que Almodóvar se asesoró nada menos que con Jean-Paul Gaultier. También hipnotiza, de principio, la relación tácita entre los protagonistas, la tensión sexual entre el cirujano plástico (Antonio Banderas) que espía a la mujer (Elena Anaya) atrapada en la habitación contigua a través de una gran pantalla de televisión.

Antes de que llegue la irrevocable presencia de lo que llamaré “la situación mambo-taxi”, infaltable en cada película de Almodóvar, el filme parece conjurar con naturalidad sus referencias: desde el clásico de horror lírico de Georges Franju, Los ojos sin rostro (1960), hasta el kitsch del giallo italiano de Dario Argento y Mario Bava, pasando por guiños a la literatura de Alice Munro y Cormac McCarthy. Pero la situación “mambo-taxi” llega y de qué forma. Un delincuente disfrazado de tigre para el carnaval toca la puerta, y desde allí, el secreto de quién es esa mujer y por qué ha estado atrapada en ese lugar por más de seis años queda expuesto ad nauseam, hasta que la historia se convierte en una telenovela con demasiados capítulos donde priva la venganza sin matices, las situaciones gratuitas y los diálogos de humor involuntario.

Es probable que Almodóvar haya convencido a Banderas de ser el clásico villano “cara de póker”, sin gestos ni emociones visibles, quizás pensando (muy equivocadamente) que Banderas podía convertirse en Cary Grant o de perdida en Anthony Hopkins. El anclaje emocional que ofrecen los personajes es nulo y lo que les pasa deja de importarnos muy pronto. Es una pena que el Almodóvar guionista de las perfectamente acertadas Hable con ella (2002) o Volver (2006) haya descuidado tanto una historia, pero es que parece que el horror seco simplemente no se le da. Los que le tenemos un poco de amor al director sabemos que lo suyo son las historias abigarradas, pasionales; el melodrama álgido que se revuelca en el lodo del sentimentalismo y sale triunfante. No nos equivoquemos: Almodóvar es un gran artista y como tal, esta vez arriesgó todo y desafortunadamente perdió.