Luego de inyectarle frescura al gastado subgénero del found footage con la genial Trollhunter, el director noruego André Øvredal dio el salto natural al cine anglosajón, aunque La morgue (The Autopsy of Jane Doe) vuelve a requerir de su habilidad para trabajar con un presupuesto limitado. En ese sentido, Øvredal cumple al desarrollar esta cinta de terror sobrenatural en una sola locación: una casa en Virginia, Estados Unidos, que por generaciones ha fungido también como morgue y crematorio.

El trabajo que se lleva a cabo en un lugar de estas características puede ser difícil de digerir para muchos, pero los encargados, Tommy Tilden (Brian Cox) y su hijo Austin (Emile Hirsch), están tan acostumbrados que pueden diseccionar un cuerpo al ritmo de un movido blues-rock e incluso romper las formalidades cuando la novia de Austin (interpretada por Ophelia Lovibond) desea ver un cadáver en vivo. No obstante, su rutina y relativa calma se altera con el arribo de los restos de una mujer joven no identificada, quien fue encontrada por las autoridades en una escena de crimen, aunque de momento no existe explicación alguna al respecto.

Como su título original lo indica, el filme se enfoca en la repentina autopsia que los protagonistas tienen que hacer ante la urgencia de la policía. Conforme el proceso avanza, nos vamos adentrando en territorio de una serie como Hannibal, dado que el cadáver en cuestión parece ser producto del modus operandi de un asesino extraordinario: el interior de su cuerpo fue destrozado pero el exterior quedó totalmente intacto, un hecho que inevitablemente revelará el lado paranormal de la cinta.

El guión de Ian Goldberg y Richard Naing incorpora un suceso histórico de Estados Unidos al mundo moderno de forma aceptable, aunque eventualmente es más bien parte de una explicación redundante, con diálogos inorgánicos, en torno a lo sobrenatural. Peor aún, La Morgue cae en una serie de clichés del género que reducen la impresión final.

Si bien el hecho de tener como víctimas a un padre e hijo es poco convencional en el terror, se termina por encerrarlos en la clásica “casa embrujada” donde pasa de todo y poco impacta: la mascota muere misteriosamente, el radio se prende abruptamente, las puertas se cierran solas, etc. El lazo familiar esta ahí, y hay culpa en los personajes, pero mayoritariamente es una apuesta por las escenas efectistas que buscan el típico jump scare: llegan a funcionar pero quedan pronto en el olvido.